El rostro de la joven Eyra se encontraba cubierto de sangre, levantó su mirada hasta toparse a su padre furioso mientras que en su hombro estaba posado un ave fénix. Parecía intimidante desde ese ángulo, su hija sabía mejor que nadie que esto pasó por su culpa, ella arrastró al joven frente a ella a su muerte y se arrepentía de ello.
Muy a su pesar se levantó con esfuerzo, decir que su progenitor no sintió dolor al ver el estado tan demacrado de su hija sería como estar mintiendo. El cabello plateado de Eyra se encontraba lleno de barro y completamente despeinado, su rostro repleto de cortes que se había ocasionado al proteger al humano que ahora yacía su cuerpo inerte en el suelo.
Una lágrima silenciosa se deslizó sobre una de las mejillas de la hija del Dios, sus ojos oscuros miraron a los de su contrario que tenían la misma tonalidad con algo similar a la decepción. No podía estar a su altura, pero eso no evitaba que el aire de reto y decepción la envolviese.
—¿Merecía morir él por cuentas tuyas, padre? —preguntó sin expresión de voz Eyra.
—Era necesario, Eyra.
—Un humano inocente al que aún no le había llegado su tiempo no merecía morir.
Melker, aún con lo que acababa de escuchar no dejó que su rostro reflejara algo más que serenidad. Dió un par de pasos hasta estar cerca de su hija, esa niña a la que había educado desde el instante en el que nació y en el que su madre abandonó el mundo de los vivos estando condenada a pasar el resto de la eternidad en lo profundo del Underverden.
Suspiró el hombre ante ella. No quería decirle, pero era su deber, más que como el Dios de la muerte, como su padre. En ningún momento Melker apartó su mirada de la de Eyra.
—Tú, Eyra, lo condenaste a morir en el momento en el que decidiste relacionarte con él.
Eyra no creía ni una sola de sus palabras, para ella no era más que una vil mentira, que su padre le decía tan crudas palabras para que se sintiese culpable por la muerte del chico. La chica miró a su padre con todo el desprecio que fue capaz de acumular en su interior.
—Lo único que deseas con eso es culparme a mí por llevarte la vida de un inocente antes de su hora. —hizo una pausa. —Quieres que vuelva a el Underverden sin poner resistencia alguna.
—No, Eyra, lo único que quiero que entiendas que nosotros no podemos relacionarnos con los humanos, una vez lo hagamos los condenamos a pasar el resto de la eternidad en lo profundo del Underverden.
Eyra seguía cegada por la furia y la impotencia que sentía en ese momento, no era capaz de pensar con claridad. Ella tenía una visión totalmente errónea de su padre, a sus ojos era el villano porque en realidad quería negarse a creer que ella fue la causante de la muerte del joven que estaba unos pasos tras ella. Muy en el fondo sabía que era su culpa que ahora su alma estuviese en lo profundo del Underverden por toda la eternidad, mucho antes de lo que debería.
—Eyra, hija, por favor, regresa a casa conmigo. —la chica que se encontraba mirando hacia el suelo levantó la vista con premura.
—Acabo de perder a mi mejor y único amigo y me pides ¿que vuelva a ese maldito lugar?
—Sabes que podrás verle si es lo que deseas en casa.
—No podré mirarle nunca más a la cara sin sentir lo mierda que soy por condenarlo a esa muerte. —respondió exasperada.
Melker no sabía que más hacer para recuperar a su hija, por lo que le dijo que lo mejor era explicarle todo al chico en cuanto llegaran a Underverden.
—Volveré solamente con una condición. —dijo ella y su padre le indicó que siguiera. —Que dejes de querer influir en todo lo que hago, ya no soy una niña.
Melker, sintió su corazón encongerse de alegría, nadie sabía cuánto había deseado que su hija accediera a volver a casa. Ella no entendía que él hacía todo por ella, haría lo que fuese por qué no estuviese triste y mucho menos se sintiese cautiva. Cautiva, ese era el modo en el que se sentía Eyra, para ella Underverden no era más que una prisión dónde estaría toda la eternidad, o hasta que terminase su existencia.
—Será como desees, Eyra. —respondió el Dios sin pensarlo mucho.
Luego de ello Melker, Dios del Underverden, abrió un portal que les llevaría de regreso a si hogar. Eyra le hizo prometerle a su padre que dejaría que el alma del joven viviese junto con ellos en palacio, por lo que no puso resistencia. Antes de que Melker se adentrara en el portal mágico que había creado, su hija lo detuvo.
—¡Espera, padre! No podemos dejar su cuerpo sin vida aquí, hay que darle una digna sepultura.
El Dødsgud del Underverden miró a su hija sin entender que quería decir. La verdad era que él no entendía esa necesidad humana de sepultar a sus difuntos, es decir, ya no estaban vivos, que dejasen que otros se alimentasen y viviesen de sus restos. No dijo nada más, solamente dejó salir uno de sus largos suspiros y ayudó a su hija a cavar un hueco en la tierra dónde dejaron al joven que estaba en lo profundo de la fosa con sus ojos cerrados y sus brazos cruzados sobre su estómago.
Unas flores yacían entre sus manos y Eyra le miró por última vez, sabía que su cuerpo humano no lo vería nunca más, ahora solamente sería un espectro blanquecino que seguramente debía de estar sumido en la melancolía. Una lágrima silenciosa bajó desde uno de sus ojos y sonrió con tristeza mientras le daba su última despedida. Luego de ello sellaron la tumba y dejaron sobre el montículo de tierra unas rosas rojas, era la despedida de la forma humana, Eyra sabía que su padre no entendería esas cosas, pero no se detuvo a explicarle.
Una vez que pasaron por el portal mágico se encontraron en el tan característico Underverden. La joven dama miró a los espectros a su alrededor y miró a su padre para recordarle la razón por la cual había regresado a ese lugar. Melker suspiró con fuerza y mandó a llamar al joven espectro recién llegado, un orbe blanquecino seguido por otro que parpadeaba de vez en cuando. En cuanto tomaron forma, de los ojos de Eyra se deslizaron un par de lágrimas al ver al joven que horas antes había estado con ella conversando tranquilamente con una sonrisa en el rostro.
ESTÁS LEYENDO
Dama de la Muerte
Fantasia« Eyra solamente deseaba ser normal no portar con el presagio que significaba su sangre para todos. Todo lo que amaba terminaba por destruirlo, odiaba su destino, la muerte le perseguía a dónde quiera que se dirigía. Era la próxima que cargaría con...