PRÓLOGO

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Demo 0.3

Si alguien me hubiera dicho que el amor y la vida iban enlazados el uno al otro en un nudo imposible de romper, hubiese preferido desconocer tan desastrosos términos. Y tal vez, mencionarte en cada palabra, en cada párrafo o en sí, en cada obra, sea como un cruel sueño que quiere permanecer para siempre, pero que se acaba al final. Como creación primera y como creación ultima quiero que estés ahí, como el día en que te perdí, o como el día en que me enteré que no existías.

Inicia.

«Desearía no recordarte»

A orillas del mar de un pequeño pueblo, bajo la caída de la noche invernal, se dio un desafortunado accidente.

No había ni un solo sonido, casi como si los fantasmas temieran moverse, como si la vida fuera una mentira inventada por Dios.
Necesitaba haber alguien ahí para que las cosas marchen de otro modo.

¿Y si fuera yo?
¿Pude haber cambiado el destino de tres seres que nacieron para sufrir?

Si hubiera existido una persona completamente capacitada para ignorar su vida y entrar al mar, en el instante exacto cuando las burbujas gritaban por ayuda, entonces nada en esta historia existiría.

Si quizás hubiera sido él, pero no hubo nadie.

Y en un punto, las burbujas dejan de verse en la superficie, hasta que aquel sonidito de "glu glu" desaparece en la noche.

Ahogado, y muerto.

Y entonces, los ojos del chico se abren con terror. Un sueño más a la lista de pesadillas sin descubrir, a los sollozos de media noche y al sudor en las cobijas de su cama. A pesar de que está vez resultó ser tan real, no era ni más ni menos que una obra hecha por su mente. Que un sueño no haría realidad su muerte.

Cumplía 10 años, cuando se ahogó a orillas del mar de un pequeño pueblo. En la soledad de la noche, cuando la luna no resistió la tentación de abandonarlo, y de embellecer su color al más denso tinte índigo. Incluso los fantasmas desaparecieron, como un dejavù volvieron a morir. Él, a los diez, también murió.

Esa misma madrugada, inquieto frente a sus pensamientos, dejo de ver al techo y fue directo a la ventana de su habitación. Sin hacer mucho ruido, se apoyo en sus nudillos para poder alcanzar la gran ventana apoyándose ligeramente en el umbral. Fijo su vista de inmediato en lo aterradoramente hermoso que se veía el mar en compañía de la luna. Una noche azul que se calcaba en sus iris en cada parpadeo.

Y aún anonadado frente a su rara experiencia, bañado por completo de la inocencia de la infancia, se preguntó: «¿Morí?»

Imposible. Su corazón funcionaba de forma normal, sus signos vitales mostraban claramente que nada pasó, su pulso acelerado era debido a la pesadilla de recién, y su cuerpo mojado era por el sudor. Debía ser sudor.
Pero el no pensó en nada de eso para confirmar que vivía. La lógica de un niño funciona de manera simple, al chico le basto estar donde estaba para afirmar que vivía. Le bastó ver a sus padres para poder reír con gracia, le bastaba escuchar las olas a lo lejos y de oler ese peculiar clima húmedo y salado para saber que existía.

Sin embargo, las palabras que fueron gritadas al aire de forma segura, estaban cargadas de terror. Un sonido amortiguado por las paredes de la pequeña cabaña, un sonido lleno de preocupación y de dolor que, con seguridad, un niño jamás debería tener. A las 3:00 de la madrugada con tan solo diez años, disfrazó su miedo de gracia, de innumerables risas tontas.

«¡Que sueño tan raro!», dijo.

La poca valentía de ese entonces desanimó al pequeño a abrir la boca para relatar su experiencia. Su sueño se perdió en él mismo, hasta desaparecer y ser olvidado para siempre. La inquietud siempre estaba ahí, en cada cumpleaños, en cada día de su vida. El motivo de su existencia parecía ser una broma de mal gusto de la vida misma.

O una mentira.

Porque la verdad no quería saber, y qué querría saber si desconoce que todo es falso. Si se rompía todo ese mundo indestructible que parece haberse tejido a base de un plano que de ninguna manera puede fallar, pero falla; entonces que le quedaba a él de Dios.
Si todo fallaba ahora, como el día en que se ahogó, cuando murió; ¿A dónde iría?

Ignoraba la verdad y pretendía ser feliz a base de una farsa. Vivir y morir al mismo tiempo, se sentía como estar tocando el cielo y la tierra simultáneamente.
Vivir y morir: Permanecer en el infierno como en el Edén.

«¡Que raro sueño!»

Y con 20 años lo único que puede hacer es seguir adelante a base de pérdidas humanas que lo persiguen sin parar. Porque todos se alejan, se van, y el sigue ahí en el mismo lugar.

Sus pies siguen tocando el agua salada, sus pantalones siempre son remangados y continúa durmiendo en la posada remodelada que antes solía ser la casa de sus padres, y que ahora, no tiene poder sobre ella. Porque ya nada le pertenece. Porque todo se va y ¿Por qué todo se le va?

¿Por qué él sigue aquí?

Sus oraciones hace mucho que dejaron de funcionar. El sin sentido de vivir estando completamente solo. O vivir sufriendo.
Si amar requiere de tener el coraje de arriesgarse a que le destruyan el corazón de tantas formas, entonces creé que prefiere quedarse quieto y seguir en el mismo sitio.

Aunque el miedo se apodere de él. Aunque llore sin parar frente a un futuro que aún no existe, y que quizá ya ha existido en el pasado.

Pero, si superó la muerte de sus padres, puede superar la muerte de su novio. Puede dejar de gritar en las noches, y salir corriendo en busca de un cuerpo que ya no está. Con dificultad, quizá logré dejar de ir al mismo lugar de siempre, y lograr continuar sin él.

Naturalmente debería ser así, pero todas las mañanas el joven continúa saliendo de su cabaña en busca de sus pensamientos, y en busca de sus recuerdos. El paso es lento y sus pies descalzos se mojan con el agua. Su cuerpo tiembla y su rostro se enfría con cada caricia del viento, y entonces, la figura traslúcida que él no ve, está ahí. El fantasma de su novio lo persigue devoto a cada lugar.

Porqué jamás murió. Porque sigue aquí. Porque aquí alguien ha muerto y no es él.

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Sempiterno | Fyoya - soukoku Donde viven las historias. Descúbrelo ahora