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Había algo acerca de ese lugar de su niñez que se había vuelto oscuro. En su vida el cobertizo se había vuelto como una bóveda de tesoros para él, un lugar lleno de misterios y maravillas donde se ocultaba cada misterio divertido que no podía comprender... aún recordaba esos días jugando en el patio donde corría con su madre a preguntarle si podía desbloquear las puertas para buscar los juguetes que guardaban allí... o buscar las herramientas de jardín de su padre, emocionado de ayudarlo con cada detalle posible.

Ahora, ese lugar de aventuras y misterios que irradiaba la luz de la curiosidad en su pecho y sus hermanos, se había vuelto oscuro con una realidad innegable, aquella era la puerta que llevaba a una sala de torturas a la cual se atrevían a llamar "Laboratorio".
¿Lo peor?
Su propio padre llevaba años manteniéndolo sin soltar una palabra, sentándose todas las noches en la mesa para cenar, sonriendoles cómo si nada, cuidando el mismo jardín, mandando a Canadá hasta la puerta de su laboratorio sin que este lo supiera solo para traerle una manguera.

Si hubiera sabido que todas las noches UK desaparecía en ese cobertizo y maltrataba a Perú de maneras innombrables, entonces no hubiera dormido tan tranquilo.

- ¿Estás listo? - Le preguntó Australia a su lado, sacándolo de ese estado de trance en el que se había atrapado mientras miraban en el suelo el hoyo por el que los latinos habían escapado

Se tragó las inseguridades y asintió.

Juntos bajaron por el hueco del viejo ascensor y abrieron a la fuerza sus puertas, esperando ser atrapados de inmediato por ordas de soldados... pero no, curiosamente no había nadie en el pasillo.
Intercambiaron miradas confundidas pero siguieron adelante, siempre cuidando no hacer un sonido y no dejar que sus guardias bajaran... pronto llegaron a la puerta de ese cuarto en donde, según la descripción de Perú, los hombres de UK se juntaban a descansar. Canadá le hizo una seña con la cabeza a Australia por sobre el hombro, pidiendo que le cubriera el pellejo mientras investigaba, lentamente se asomó, listo para cualquier ataque o esquivo que tuviera que hacer y... el lugar estaba igual de vacío que los pasillos, no había ni gente ni objetos más allá de repisas y estantes en donde nada descansaba.

El amargo sabor de un mal augurio le cubrió la boca al canadiense, le daba una mala espina. Dejó de cuidar un poco sus pasos mientras seguida avanzando, cosa que preocupó al australiano, quien lo tomó del hombro y con los ojos le cuestionó qué estaba pasando.

Canadá no respondió... trató de corroborar su sospecha, abrió bien los ojos y mantuvo un silencio tan absoluto que podía hasta escuchar su propia sangre correrle por la venas, buscó en el aire cualquier pista de gente... una tos, un estornudo, pasos sordos, incluso una respiración lejana... y se le heló la sangre cuando no escuchó nada.

- ¿Hola? - Se atrevió a decir en voz bien alta, para que cualquier presente pudiera escucharlo

Pudo sentir a Australia tensarse e insultarlo por lo bajo a su lado, incluso llegando a golpearlo ansiosamente, cosa que Canadá tuvo que arreglarse para esquivar.
Pero luego lo detuvo y, con expresión seria, le indicó que escuchara... que su sospecha parecía ser cierta, estaban solos.

Ahora ambos hermanos se veían paniqueados.

El bicolor fue el primero en hechar a correr por los pasillos, guiandose por ese laberinto gracias a las indicaciones que Perú les había dado. Pisaba fuerte cuando corría, resonaban sus pasos y su respiración agitada pero nunca nadie venía a a nadie se cruzaba.
El lugar estaba vacío, de la noche a la mañana pasó de ser el encierro del que Perú había escapado a una ciudad desolada.

Llegó hasta el lugar donde habían por tanto tiempo dejado a los ninfos encerrados, era exactamente como se lo habían descrito, veía las jaulas, sentía la luz candente, el blanco de las paredes... pero allí no estaba Argentina.

Los ninfos (CanArg)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora