Para masticar la oscuridad

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No había nadie más en mi vida en aquel entonces.

***

Lluvia sobre Fornópolis, como en todas las horas del día. Los rayos abrazan a las antenas. Detrás del paisaje de agujas el Terafné vigila a la gente. Luces de neón estrangulan las calles y unos niños juegan con hojas de palma. Hombres enanos, con chubasqueros, realizan la danza de amor a la lluvia. Mujeres flacas lloran con la cabeza en alto. Me planteo escupirles, que no se enteran y se lo comerán como las gotas caídas del cielo. El sonido de sus instrumentos de hojalata va desapareciendo cuando doblan la calle, y yo espero a ver si la calle los estruja.

Pero me meto dentro al poco rato, que me harta en nada mojarme. Enchufo la tele para jugar Enfers, que hoy me apetece torturar a Óscar, el carnicero, que hace unos días que vengo odiándolo. Me empiezo a cagar en todo cuando veo que la tele no zurula, y le propino esos hechizos infalibles de palmadita y patadón. Se hace la caprichosa, pone los brazos en jarras y me dice que está cansada de mí, que la maltrato demasiado desde que decidí odiar la ciudad. Le pongo un trapo por encima, a ver si así se calla, y después de un rato sentando en el borde de la cama sin hacer nada, decido masturbarme. En esas siento a Francisca aparecer por la entrada sin puerta, y retiro al soldado.

–Buenas, Paca, ¿qué me traes hoy?

–Lentejas.

–Chachi. Déjame el tupper en la mesa.

Me acerco y le acaricio el hombro.

–Perdóname que te tarde con la canción. Estará terminada en ná, lo prometo.

–Venga ya. Que estamos atrasando ese paso sólo por ti.

En ná, de verdad.

La Paca se me va murmurando cosas negras, y, al bajar, los musgos cotillas de la escalera se ríen de mí en alto. Salgo al balcón para asegurarme que se ha ido y la pillo grapada al brazo del Bronco, el hombretón éste con el que se ha prometido hará unas semanas.

Abro la tapa del piano, y me siento a contarle patrañas: que todo es brillante, que la vida me encanta. Al acariciarle lo noto distante, así que le prometo que si me ayuda a componerle la canción a la Paca para su procesión le diré una verdad. Parece estar de acuerdo, así que tomo rápido folios de la mesa y me propongo acabar el tema. Siento al piano demasiado esperanzado, capaz hasta de ir a tocar un For Today, pero intento no dejar que me desvíe de la solemnidad de la lluvia en la composición.

Al terminar, le cierro los ojos, pero él carraspea. Cierto, la verdad. Y le digo mirando hacia el techo: «Creo que la Reorganización me lo devolverá».

–Qué canción más fea... –reclamo y me levanto a llevársela a la Paca.

***

Como el cielo estaba roto, llegué a pensar que Matías era un trozo que se había caído de ahí. Cuando le dije eso a mamá, se le escribió una larga sonrisa en la cara. Me envolvió dos trozos de bizcocho en un trapo y me dijo que fuera a su casa, que merendásemos juntos y que le mandara saludos a Teresa.

Al pasar por las caletas, me encontré con la Paca y su Andresito, que me saludaron con toda la energía del mundo. Quisieron que vagueara con ellos, pero les dije que tenía prisa, y vuelo con la bolsa y sus bizcochos. Subiendo un poco la pendiente llego al puente borracho que conecta al barrio de Matías. Ya en frente, le toco el timbre.

–¡Saúl, iam wis ritvat! –me dice con una sonrisa de gajo.

Me hace pasar dentro. Le pregunto si está su madre, y me dice que no. Al mostrarle los bizcochos se le ilumina un poco la cara. Sirve leche en nuestras tazas, y, sin que nos demos cuenta, yo le estoy mirando cómo abraza con las manos el trozo de bizcocho, y él me respira lentamente.

Para masticar la oscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora