DOS

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Esa primera noche puse mi almohada encima del antepecho de la ventana, junto a mi cama, y escuché con atención. Tal vez el muchacho recién llegado había comenzado a tocar de nuevo. Podía oír a un perro ladrar en la carretera principal, y podía oír la voz de Jack Paar por televisión. Oía principalmente el golpeteo de la bomba de un pozo de petróleo cercano. La casa del muchacho estaba demasiado lejos. Liz podría abrir su ventana y oirlo. Por un minuto me sentía celosa, pero no dejé qu e se prolongara. No, no lo querría viviendo junto a mí. La música del pozo de petróleo me era más familiar, y me quede dormida al ritmo.

-Clare -me despertó mi mamá al día siguiente, y abrió la ventana-. Necesito jabón para lavar -dijo-. ¿Me ayudas?

Un rápido viaje en bicicleta a la tienda de Griffith era una tarea común para nosotros los niños mayores del campamento, porque la mayoría de las familias no tenían sino un auto. Por el cargo de mi papá él tenia derecho a una camioneta de la compañía para ir al trabajo, pero nuestra Chevy se mantenía estacionada en la entrada. Mi mamá jamás había aprendido a manejar porque las máquinas le daban miedo.

Por lo general, Liz y yo hacíamos viajes a la tienda juntas, y me bajé de la bicicleta para tocar puerta pero finalmente no lo hice. Del interior salía el sonido dl recital de Liz; ella ya estaba practicando su ballet.

Me aleje de la puerta y me devolví hacía mi bicicleta. En realidad no me molestaba estar sola. Liz querría hablar acerca del muchacho nuevo, y yo no me sentía a la altura de la discusión. Impulsé con fuerzas los pedales de mi bicicleta.

Sería extraño tener a un muchacho de nuestra edad en el campamento y, además, un muchacho tan buen mozo. Últimamente , los muchachos me hacían sentir incómoda, sobre los buenos mozos.

Tuve mi último "novio" cuando estuvimos en tercero de primaria. Phil Watson era su nombre.

Éramos tan cercanos que en el recreo nos sacábamos mutuamente los dientes flojos. Nuestro romance empezó a decaer cuando yo traté de sacarle un diente que ni siquiera estaba flojo. De cualquier manera, a su papá lo transfirieron a otro campo de petróleo. No pensaría más en muchachos. El basquetbol era más seguro. Pensaría en el basquetbol. Me sentía feliz de que mi mamá me hubiera despertado temprano. El sol aún no había comenzado su interminable intento de derretir el asfalto de la carretera principal. Yo podía pedalear rápido sin peligro de una insolación. Trataría de llegar lo más pronto posible marcando en mi mente el punto donde tenia que disminuir la velocidad. Mañana un poco más lejos y pasado mañana aún más lejos. Fue nalmente llegaría preparada para las carreras alrededor del gimnasio, en el entrenamiento para la temporada de basquetbol.

Liz y yo teníamos grandes esperanzas de estar en el equipo de otoño, porque Shirley Leonard se había graduado en la primavera. Habíamos decidido entrenar para ganarle la una a la otra, y dejaríamos que el entrenador decidiera.

Cuando dejé de pedalear con fuerza, comencé a notar cosas. Entre las ovejas, en el potrero del señor McGuire había una linda ovejita negra, y me encontré dos tortugas en el camino. Sentí la urgencia de agarrarlas. En veranos anteriores, Liz y yo organizábamos carreras de tortugas en el campamento. Agarrábamos a las tortugas y se las vendíamos a niños mas chiquitos por diez centavos cada una. Por quince centavos les permitíamos entrar en nuestro derbi, y nos quedaban ganancias aún después de pagar 55 centavos como premio. Fantaseamos con tener mucha plata y empezamos a aceptar apuestas al vencedor. El futuro perecía prometedor hasta que mi mamá se enteró.

-Los bautistas -dijo, mirando con énfasis a Liz que es católica- no apuestan ni a los caballos. Ningún hijo mio va a comenzar a hacerlo con tortugas.

Recordar me produjo gran nostalgia, y me bajé de mi bicicleta y quité a una de las tortugas porque estaba en medio de la carretera. Si tan solo pudiera recoger tortugas y pedalear hacía atrás, hacía los tiempos de antaño, como decía en El Llanero Solitario. Solo que no tan lejos en el pasado. Tres o cuatro años serian suficientes. Entonces podría vivir otra vez la vida buena, simple y sin perplejidad.

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⏰ Última actualización: Jun 03, 2015 ⏰

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Él entre nosotras - Anna MyersDonde viven las historias. Descúbrelo ahora