Introducción

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No era una buena noche.

La luna estaba en su punto más alto, los búhos ululaban sin cesar y la garita del vigilante estaba vacía. Las vías del tren estaban escondidas por la paja que crecía con rapidez.

Había llegado caminando hasta allí para encontrar nada, para sopesar opciones, para considerar su siguiente acción. Pero se había topado con una piedrita que empezaba a molestarlo y ponerlo nervioso. Con fingida tranquilidad llegó hasta la pequeña parada y se sentó en el destartalado banco de madera. Frente a él no había más nada que las vías y la visión de un ambiente asqueroso.

Pero a su lado estaba ella... Dormida.

Su respiración era tranquila. No tenía los zapatos puestos, estaban en el suelo de madera, acomodados en el soporte del mismo. Su bolso reposaba en sus piernas.

No podía verla a detalle, a parte que no había suficiente luz, la capucha de su suéter le tapaba casi la mitad del rostro. Con dudas y nervios le tocó el brazo con el índice una y otra vez hasta que pudo ver qué empezaba a despertar.

Sus movimientos eran lentos, perezosos. Soltó un bostezo y se incorporó con la espalda recta, frotó sus ojos y se estiró un poco. Al realizar la acción su capucha cayó hacia atrás y pudo verla con claridad.

Era muy palida, tenía un flequillo del color del ébano, por lo que supuso que ese era el color de su cabello, no pudo detallar qué tan largo era porque estaba dentro del sueter.

No era guapa, pero te dejaba sin aliento.

Tenía una belleza que no era común, no debería ser hermosa, pero lo era, tenía facciones muy femeninas, pero parecía que tenía el rostro de tres personas distintas.

—¿Hola?—Su saludo había sonado más bien como una pregunta.

Ella lo observó con aburrimiento, como si no tuviera miedo de estar sola en una parada de tren a total oscuridad con un desconocido que era más grande y más fuerte que ella.

—¿Estás sola?—Otra pregunta.

Ella lo siguió observando, está vez con la cabeza ligeramente ladeada. El color de sus ojos eran negros, pero estaban vacíos. No literalmente, pero no había otra emoción allí más que el aburrimiento. Se pasó el índice por el puente de la nariz y volvió a recostarse en el espaldar del banco, esta vez, despierta.

No era una noche segura.

Se empezaba a sentir más nervioso de lo normal y empezaba a cuestionarse el porque de sus recientes desiciones. Haría un último intento.

—¿Esperas a alguien?

Ella asintió.

—¿Algún familiar?

Negó con el dedo índice.

—¿Has esperado mucho?

Está vez ella lo observó—No lo sé—Dijo con un pequeño encogimiento de hombros.

Su voz era ronca, como seca, como si no hubiera hablado en mucho tiempo. Quería hacerle muchas preguntas, pero estaba segura que no serían respondidas.

—¿Vienen a buscarte en coche?—Preguntó a pesar de que no habían vías para autos.

Negación.

—¿Motocicleta?

Negación.

Con el ceño arrugado le preguntó si a pie, y para su sorpresa asintió.

¡Era una locura! ¿Quién haría algo así?, ¿Y porque ella estaría sola, durmiendo tranquilamente?

—¿De donde viene?

Ella señaló a su derecha.

Desde el bosque.

¿Que?

—¿Vienen a...

De pronto se oyó un sonido en el bosque. Hojas secas siendo aplastadas, eran pasos, alguien venía.

¿Por ella?, ¿Por él? ¿Era cierto lo que le decía?, ¿Quién era ella?

Agudizó la mirada hacia el bosque mientras ella tranquilamente miraba hacia el frente. No se esperaba nada de lo que estaba pasando, ni encontrarse a ella ahí, ni estar en esa situación, mucho menos el impacto que le causaría ver como un chico salía del bosque, sin linterna, bolso u otra cosa que pudiera ayudarlo a avanzar.

Con asombro vio como llegó hasta ellos y pasó de el como si no estuviera ahí. Se agachó frente a ella y le sonrió mientras acariciaba su rostro.

—¿Vamos?—Preguntó incorporandose.

Tenía una voz profunda, era muy alto y al igual que ella, pálido con cabellera negra, a diferencia de sus ojos, el los tenía de color gris. Era un tipo que llenaba los estereotipos, era de esos que te acomplejaba con solo respirar.
No había más nadie ahí para él. Se puso de espaldas a ella.

Daniel observaba todo con gran asombro, duda y algo de miedo. Se paró también del banco cuando ella lo hizo, solo que ella se subió a su espalda como un niño lo haría con su padre.

El desconocido sonrió cuando ella recostó la cabeza en su hombro y pasó sus brazos por su cuello y de esa forma empezó a caminar de nuevo al bosque con ella a la espalda.

—¡Espera! ¿A donde vas?, ¿Y tu bolso y zapatos?—Preguntó alterado.

Vio como él desconocido detenía sus pasos pero no volteaba. Ella si levantó su cabeza pero tampoco volteó.

Todo en ella era extraño, representaba un enigma bastante intrigante, y eso a él le encantaba a pesar de todo.

—Me los darás después, adiós Frankie.

Dicho eso se volvió a recostar y se perdieron en el oscuro bosque dejándolo congelado en su lugar.

El no se llamaba Frankie, no, el era Daniel Alcara. Pero solo su madre lo había llamado con ese apodo.

Y su madre había muerto hace cuatro años.

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