Tal vez no era tan malo. Tal vez sí.
Las luces de los semáforos indicaban que cada vez su antigua ciudad en donde solía jugar en sus calles estaba cada vez más cerca, pero en su corazón estaba todavía la ansiedad de lo que depararía el futuro ahí, incluso se habría intensificado. En la radio sonaba 505 y su hermano tarareaba la letra, mirando vagamente su teléfono, parecía a punto de quedarse dormido. Su padre manejaba mirando al frente, pues más carros aparecían mediante más se adentraban a Daegu, y por lo tanto requería más concentración al ir al volante. Su mamá en el asiento del copiloto parecía compartir su inexplicable emoción de encontrarse de nuevo en donde vivió años atrás. Beomgyu sólo veía por la ventana empapada por el clima húmedo, mientras en su libreta escribía con su pluma favorita a la cual ya se le estaba acabando la tinta. Un poema, que no le gustaba como quedaba, pero era su mejor forma de expresarse cuando no tiene a nadie con quien hablar, lo que era casi siempre.
Nunca se había sentido completamente lleno durante su vida. Desde pequeño, su padre le dedicaba casi todo su tiempo al trabajo al que decía que le daba tanta importancia para darles una buena vida a su esposa e hijos, pero la falta de su presencia física le dificultaba que esas palabras realmente lo consolaran. Por otro lado estaba su mamá.
Oh, su mamá.
Tan sobreprotectora, nunca confiando en casi ningún amigo de su hijo, lo que terminaba en ellos alejándose de él, y un Beomgyu pequeño e ingenuo no sabía por qué sus amigos ya no querían jugar, se sentía como si fuera el problema. Incluso ya mayor y sabiendo mejor como era su madre y que esa era la razón por la que sus amigos se distanciaron, todavía pensaba que tenía que cumplir todas las expectativas de los demás, o también se irían. Era como una bola de disco, siempre reflejando a todos los demás, ajustándose a los gustos, miedos o disgustos, todo depende de la persona con la que interactúe, porque a nadie le importaría si fuera él mismo.
Simplemente ya se acostumbró a no ser suficiente.
El único de sus amigos de la infancia que jamás se separó de él fue Taehyun, o al menos no hasta que el trabajo de su padre no solo le quitó la presencia del mismo en su vida, sino también su viejo hogar, pues al encontrar una mejor plaza en Estados Unidos, los padres tomaron la decisión de no dejarla ir. De vez en cuando pensaba en su vieja amistad. Apenas recordaba su nombre, no recordaba su cara, pero le seguía guardando un amor de los que solo se lo mantienes a un amigo de la infancia ¿Qué habrá sido de él?
Odiaba eso. Odiaba recordar como era su vida antes de mudarse a otro país, en el otro lado del mundo, porque aun cuando jamás sintió un gran cariño por aquella pequeña ciudad, al ya no conocer sus calles, a los vendedores ambulantes y que le cobraran menos cuando los miraba con sus grandes ojos de niño pequeño, a las brillantes estrellas que se reflejaban en sus pupilas y las frescas brisas de primavera, finalmente tenía que aceptar lo cómoda que era. Tan hogareño.
Las noches en Nueva York eran tan insípidas, sin gracia. A diferencia de Daegu, no podría salir a las calles sin escuchar el ruido de decenas de carros y docenas de gente, los anuncios en los edificios y las tiendas de lujo con las letras de sus logos brillando en neón. Para cualquiera sería un sueño, y Beomgyu esperaba pronto despertar de este.
Pero aun sabiendo que tan cálido se sentía Daegu aun con su frío clima, los malos recuerdos que persistían en su cabeza no se iban, y odiaba incluso más que eso arruinara el regreso que había estado anhelando desde que abordó ese avión a los doce años, en viaje al que sería su hogar los siguientes cinco años.
Aunque preferiría llamar a Nueva York más una casa que un hogar.
