Había una vez, una persona, un individuo, en algún lugar, en algún tiempo, que comenzaba a despertar después de un placentero y reparador sueño. Como todos lo días, abrió los ojos lentamente, observó largamente el techo de su habitación, luego giró la cabeza lentamente hacia un costado y contempló con atención las decoraciones en la pared, el escritorio, con una infinidad de cosas puestas desordenadamente en su superficie.
Entonces sintió algo inexplicablemente perfecto.
Sintió una calma fría, indiferente y cruel, que quemaba su alma, una perfección que dolía, como si hubiera tragado ascuas ardientes.
Se sintió de pronto pequeño e insignificante. Esa calma tan perfecta y absoluta lo silenciaba todo, esa sensación, ese sentimiento, solo con desearlo podría matar a todos los seres vivientes de la tierra, erradicar a la humanidad, detener la marea, apagar el sol, borrar las estrellas. Cerró los ojos para disfrutar de esa desesperante sensación, que lo angustiaba, le provocaba una especie de vacío. Se quedó un buen rato así, con los ojos cerrados, escuchando en silencio el suave repiqueteo de la lluvia. Se levantó, y sin romper ese silencio y respeto que le imponía La Calma, comenzó a desayunar y a ordenar en un silencio casi religioso.
De pronto, se sintió ahogado, oprimido por las mismas paredes que lo protegían del frío y la lluvia. Sintió una necesidad imperiosa de respirar aire fresco, de sentir la suave y helada brisa acariciando su rostro. El irresistible deseo de salir y estar un rato al aire libre. Abrió la puerta, y salió a la pequeña terraza que tenía su casa, se quedó allí plantado, con los ojos fuertemente cerrados, deleitándose con el sencillo pero maravilloso hecho de respirar, sorprendiéndose de la precisión con la que trabajaban sus pulmones, su corazón, su cerebro, tan coordinados, tan unidos...
Y fue en ese momento cuando La Calma lo invadió como un torrente, lo impactó como las olas rompiendo contra los acantilados rocosos.
Por un breve instante, quiso gritar, llorar, reír, y por sobre todo, correr, escapar, o sencillamente gastar su energía en cualquier cosa. Es como cuando pones algo extremadamente inflamable en una hoguera, y la energía es tan intensa que comienza a consumirse a si misma, hay una gran llamarada y luego se apaga casi por completo. Sintió una energía febril recorrer su cuerpo, invadir su alma, inundar su mente. Tiritaba sin saber la razón.
Y de pronto, fue como si una ola de entendimiento lo inundara. De un segundo para otro, todo tenía sentido. Aquella calma tan absoluta e imperiosa, dueña de cada partícula de su ser, era, nada mas y nada menos que el mismísimo Tiempo. Pero no el tiempo como a lo que nos referimos al clima, o lo que se puede ver en un reloj.
Era el Tiempo que creó el proceso evolutivo, el tiempo que modifica toda clase de materia, el tiempo que transforma, transfigura y modifica el mundo a su gusto. El que creó a la humanidad, el que les dio el progreso, el que construyó imperios, ciudades, reinos y naciones, el que destruye, erosiona y carcome todo lo que antaño construyó.
Fue entonces cuando lo vió. Lo sintió, lo vivió.
Fue una de esas instancias donde ves el tiempo, pasar a cámara lenta ante tus ojos, cuando puedes observar al detalle cada uno de los momentos que han sucedido antes durante y después de la creación.
Por primera vez pudo ver el cuadro completo. Por primera vez pudo contemplar la linea temporal de la existencia, sin limitaciones como la poca comprensión que logra albergar una mente humana, o la escasa objetividad de un pensamiento de un ser vivo. Pero esta vez fue diferente, por primera vez pudo verlo fuera de la mirada humana, lo vio todo desde la perspectiva del mismísimo tiempo.
No creo que ese individuo pueda nunca en su vida expresar o explicar lo que vió y sintió, ya que al no verlo desde la perspectiva humana, jamás se podría relatar con el limitado lenguaje humano.
Pero como todo, el momento pasó, y volvió a ser algo insignificante en el universo. Y tras ese shock de entendimiento, al revivir esa sensación de que podía, al alargar la mano, tocar ese inmenso telar que se hilaba, creando un paisaje único e inimitable, como un rayo de luz alumbrando las tinieblas, le llegaron unas palabras, que pasaron a ser lo único que era capaz de decir para explicar lo que sucedió.
I can feel the time.
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Libro de narraciones independientes.
Historia CortaSon una recopilación de cuentos que no tienen claros los personajes, el lugar ni el tiempo. Se basa en intentar expresar con una historia sencilla algo profundo, en fin son solo historias representativas.