único

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La noche de domingo los había tomado casi por sorpresa.

Entre besos suaves y caricias perezosas debajo de las mantas, la luz del día fue dando paso a un atardecer de nubes rosas y naranjas. El rostro de Julián, medio enterrado entre el pecho de Enzo y las almohadas, se teñía de un ámbar tenue, silencioso, mientras el menor recorría un distraído camino por sus mejillas con su pulgar, siguiendo el rastro de pecas y marquitas en la piel.

Delineó sus cejas y el puente de su nariz, dándole cosquillas. Hundió su dedo en el huequito de su mentón, y alisó las líneas en su frente, como cuidándolo de todo mal. Una por una, contó sus pestañas, y como se movían contra su mejilla, delicadas como el aleteo de una mariposa.

Continuó hasta que la tarde se quedó sin luz.

-Al final sos un chanta, vos -le dice Julián en la oscuridad, su voz un poco ronca por el desuso.

Enzo sonríe confundido, deteniendo sus movimientos. -¿Yo por qué?

Julián lo mira desde su lugar en su pecho, de donde no se había movido en toda la tarde, la luz de la luna bañando su medio perfil.

-Dijiste que tu primera cita ideal era ir al cine y luego a una cena.

Hablaba del video que había grabado Enzo para el Chelsea, uno con Azpilicueta que había filmado recién llegado a Londres, con menos inglés que el Kun Agüero y con muchas ganas de impresionar a los aficionados con su carisma. Más temprano en el día, le habían enviado la notificación de que el video estaba al aire, y Juli había insistido en verlo con él, aunque fuera solo para reírse un rato.

-Ajá -responde Enzo, su mano moviéndose a los rulitos despeinados de Julián-. ¿Y qué tiene? Si es verdad.

Julián cierra los ojos casi por inercia.

-Y que a mí nunca me sacaste ni a la esquina -dice con fingido enojo-. ¿Te acordás de nuestra primera cita?

Enzo sonríe. Claro que se acuerda.

-Ni un pancho me hiciste de comer -sigue Juli, acomodándose mejor y suspirando cuando las uñas del menor acarician el pelo corto de su nuca-. Te tendría que haber sacado corriendo.

Enzo piensa lo mismo.

Estaba recién llegado, en pampa y vía, sin nada ni nadie más que el fútbol para acompañarlo. Tenía la llave de un departamento a estrenar, parte de su contrato con el club de los blues, y una valija llena de recuerdos que no sabía cómo empezar a acomodar.

-Yo también tenía miedo, cuando recién había llegado -dice Juli en un murmullo-. A cada rato quería agarrar mis cosas y volverme a mi casa.

Estaba recién llegado, y tenía que conocer el club, y a sus compañeros, y a los dirigentes, y a la vida desde cero en un país totalmente nuevo.

Y aún así, lo único que se repetía en la cabeza de Enzo con cada latido de su corazón era lo mucho que quería estar con Julián.

Lo mucho que quería compartir ese momento, de gran logro personal y profesional, pero también de miedos, de inseguridades. Lo mucho que quería ver su sonrisa fácil, sus cachetes que se ponían colorados por el frío y un par de copas de vino. Sus palabras simples mas certeras, sus abrazos cálidos y su alma sincera.

-Varias veces pensé en llamarte, cuando yo estaba acá y vos todavía estabas en Argentina -continúa Juli-. Pero no me animaba. No sentía que tenía el derecho a quejarme mientras vivía el sueño de muchos.

Enzo acaricia su mejilla con dulzura, como diciéndole me hubieras llamado y sos un boludo, ¿cómo vas a pensar que no hubiera estado ahí para vos?

-Y después te fuiste a Portugal. Y te veía crecer y sentía tanto orgullo que no me cabía en el pecho, ¿sabías? A todos les hablaba de vos-. Julián ladea su cabeza con una sonrisa tímida-. En el club se habían hartado de escuchar tu nombre.

A lo lejos, se escucha la bocina de un auto.

-Después con la locura del mundial... no sabía dónde habíamos quedado. Donde estábamos parados.

La incertidumbre había acompañado a Enzo por un largo tiempo también.

-Se sintió como un sueño cuando concretaron tu pase acá -dice Juli, y Enzo sabe que se refería a Inglaterra, pero parte suya siente que se refiere a la habitación donde se encuentran-. Te iba a tener más cerca de lo que te había tenido en mucho tiempo. Y me daba un poco de miedo, ¿viste? Ya no estábamos más en River. No nos podíamos esconder más.

De las responsabilidades, del ojo público, de sus sentimientos.

De ellos mismos.

Julián se incorpora, dejándolos cara a cara, la tela suave del buzo que se robó de Enzo años atrás rozando su piel.

-Y después venís vos -dice bajito, casi susurrando-. Y me llamás por teléfono, y me decís que me querés ver, y que por favor lleve comida porque estás cagado de hambre y no sabés como pedir comida en inglés.

Reprimiendo una risa, Enzo se hunde más contra las almohadas.

-Y vos venís y me traés una pizza napolitana, y te comés las aceitunas porque sabés que a mí no me gustan -acota divertido, viendo la sonrisa de Juli ensancharse aún más-. Y te quedás conmigo.

-Y me quedo con vos -dice Juli, rodando los ojos como si aún no pudiera creerlo-. Y te lavo los platos porque no sabés usar el lavavajillas y casi te ponés a llorar.

-Bueno, bueno -dice Enzo, atrayendo a Juli hacia sí con una mano en su mentón-. Esa parte no hacía falta contarla.

Su sonrisa se derrite contra los labios del mayor, en un beso suave y lento. Cuando se separan, los ojos de Julián brillan con picardía.

-Cine y una cena, dijiste en tu video. A mí me hiciste pagar la pizza y acomodarte el departamento. Ni sillas tenías.

Y Enzo lo mira, realmente lo mira, y sabe que no podría haber sido de otra manera. Porque Juli lo conoce, de adentro hacia afuera, de arriba a abajo, con lo bueno y con lo malo, con lo que resalta y con lo que decide esconder.

Cine y una cena es frío, impersonal. Es un plan rápido para impresionar a la persona de turno, para creerse el galán de una de las películas que tanto les gusta mirar a los dos los fines de semana.

-No podría haberte dado esa primera cita ni aunque quisiera -murmura Enzo-. Nos conocemos hace años. A vos no te podía mentir.

Y Julián lo sabe también, está seguro.

Porque Julián lo vio con miedo, desarmado y chiquito ante todo lo que se le venía encima.

Y decidió amarlo igual.

-¿Lo cambiarías? -le pregunta, por las dudas.

Julián niega con la cabeza, su frente rozando la de Enzo.

-Ni en esta vida, ni en la próxima.

Y le entrega un beso dulce, lento, como ese que se dieron aquella noche fría de enero en el piso del departamento de Enzo, cuando todo era oscuro y amenazante como una tormenta que arremete contra el mar, cuando lo único cierto que tenían era al otro entre sus brazos.

Y cuando se separan lo mira con los mismos ojos, sinceros, cálidos, esos que prometen que lo van a esperar siempre.

Enzo ruega que en los suyos se refleje lo mismo, porque no encuentra las palabras para decirlo. No ahora.

Julián parece entender de todas formas.

-No cambiaría absolutamente nada -le dice, y es tan simple como eso-. Lo haría todo igual.

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⏰ Última actualización: May 01, 2023 ⏰

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