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Eran cerca de las doce de la noche, Arala ya estaba arropada en su cama, calentita. Su padre la había arropado y le había contado su cuento favorito. Alguien llamó a la puerta.
No le prestó mucha atención, estaba mirando los engranajes y chimeneas de los edificios cercanos que asomaban por su ventana.Un fuerte golpe se escuchó desde el salón, Arala se sentó de un salto en su cama asustada y con el corazón retumbándole en el pecho, se bajó de su cama en busca de su madre, salió de su dormitorio y corrió hacia el salón a través del pasillo.
Cuando llegó se encontró a su madre tumbada en el suelo, parecía que se había tropezado con una silla y se había caído junto a ella. Frente a la puerta principal dos hombres vestidos completamente de negro, parecieron sorprenderse al verla. Eran altos, unos fuerte y con una fea cicatriz en la majilla que llegaba hasta su oreja, deformándola, y el otro delgado con una prominente nariz aguileña.
La madre de Arala le gritó que corriera pero Arala no podía moverse, estaba asustada. ¿Qué estaba pasando? ¿Quién eran esos hombres? ¿Por qué su padre no los echaba? Y, ¿qué era eso que tenían en sus manos que parecían asustar tanto a papá? Ahora sabe que aquello era una pistola.Un segundo grito llegó a los oídos de Arala, estaba vez de su padre. Gritó que los dejasen en paz, que podían tomar lo que quisieran pero que por favor no les hiciesen daño.
Arala reaccionó y corrió hacia su madre, asustada se abrazó a ella. Los hombres aún no habían dicho una sola palabra.
El delgado, que apuntaba a su padre, le tendió un papel y este lo leyó.La cara de su padre se descompuso, miró con ojos asustados a los hombres y luego a ellas.
Todo se volvió complicado después de eso, su padre les gritó que huyesen, su madre acató de inmediato y corrió por el mismo pasillo por el que había llegado Arala con esta en brazos. Un fuerte estruendo se escuchó a sus espaldas, Arala trató de ver qué era pero su madre se lo impidió abrazándola fuerte contra su pecho. Entraron al cuarto de Arala, su madre cerró la puerta, dejó a Arala en el suelo y abrió la ventana para poder salir por las escalera de emergencia. Antes de poder tomar de nuevo a Arala la puerta de su habitación salió disparada del marco.
-¿ Potenciados? ¿Por qué? - preguntó su madre agarrando a Arala con los ojos abiertos como platos.
Su pregunta no fue respondida, fue tomada del cabello y arrastrada lejos de la ventana, el forzudo tomó a Arala del brazo también alejándola de la única vía de escape de la casa. Arala lloraba, confusa, asustada. ¿Quiénes eran esos hombres?¿Por qué pegaban a sus padres? Le dolía el brazo, tenía miedo, no podía dejar de llorar y temblar. Le costaba respirar debido al llanto.Una vez de vuelta en el salón el hombre delgado estaba mirando el reloj de su muñeca, su padre estaba en el suelo sin moverse.
- ¿Papá? - preguntó Arala. Salió corriendo hacia él pero el hombre que la había traído no lo permitió, la empujó hacia el asesino de su padre.
Este la sujetó, la inmovilizó, ató y amordazó para dejarla en un rincón donde no las molestase.
El hombre grande hizo lo mismo con su madre, a esta la arrodilló junto al cuerpo de padre, llorando los miraba en busca de piedad, piedad que no encontró. El grandullón sacó su pistola y acabó con la vida de su madre en ese mismo salón.
Los oídos de Arala pitaban, no escuchaba nada. Pasado el pitido solo su llanto ahogado por la mordaza interrumpía el silencio. El delgado hombre se acercó a ella, le agarró la cara, sacó un cuchillo largo y brillante de la funda que llevaba en la cintura, de la cual no se había percatado hasta ese momento, le arañó suavemente la mejilla con este, cortando el curso de sus lágrimas y creando un leve hilo de sangre a cambio. Sus ojos impasibles, cansados, la miraron fijamente.
Arala iba a sufrir el mismo destino que sus padres, cerró los ojos, no quería ver nada más, solo quería que aquello terminase, quería gritar y patalear pero solo podía esperar.El hombre la soltó, abrió los ojos para mirarlo, confusa. Alcanzó a ver a los dos hombres marchándose y distinguió el símbolo que ambos llevaban, un ojo blanco tachado resaltaba en sus guantes.
Arala pasó horas amordazada, viendo los cadáveres de sus padres, temerosa de que esos hombre volvieran hasta que un vecino vio la puerta abierta, la desató y llamó a la policía.
Arala volvió en sí, miró a ambos lados de la calle. Esos recuerdos de nuevo, el pellizco en el pecho, flaqueza en las rodillas... Ya había pasado por esto mil veces.
Cerró los ojos, respiró hondo, pensó en lo que iba a hacer ese día, donde iba, qué había desayunado y demás cosas mundana. Todo con la finalidad de volver del pasado y del trauma al presente.
Volvió a mirar y cruzó cuando los coches dejaron de pasar. Tenía que pasar por el barrio de Bekingbur cada mañana, uno más ajetreado que el suyo propio, más coches, más gente, más olor a aceite y carbón.
Esa mañana Edmin la quería invitar a desayunar, no le apetecía demasiado hacerlo pero era un buen chico. La ayudaba bastante y bueno, un desayuno tampoco significa nada.
Con cualquier otra persona no tendría tanto reparo pero sabía perfectamente que él quería una relación menos... profesional con ella.
Caminó calle abajo un rato más, sus botines negros anunciaban su paso como un caballo paseando por el empedrado y eso le gustaba. Una mujer la detuvo, una vendedora de flores, por el nombre de su puesto "El jardín de Matilda" no le costó averiguar el nombre de la señora.
- Jovencita ven aquí - Matilda le dijo esto llevando una pequeña florecilla en la mano.- ¿Pasa algo señora? - Arala se paró por educación y porque sentía cierta amabilidad por la mujer, la saludaba siempre que pasaba por allí.
- No no, toma, para que vayas más linda al trabajo - Matilda, sin permiso, le puso la pequeña florecilla blanca sobre la oreja a Arala, haciendo contraste con su pelo oscuro. - Ahora corre, no llegues tarde - Y con una sonrisa se dio la vuelta y volvió a su puestecito.
Arala no pudo evitar sonreír, le dio las gracias a la señora y continuó caminando hacia la cafetería. Llegó al cruce en el que el local hacía esquina, vio a Edmin esperándola en la puerta. Tenía que admitir que tenía su encanto el chico. Estatura media, una amplia sonrisa, gracioso... Se notaba que se forzaba por gustar, y eso mismo la repelía.
Miró al frente dispuesta a cruzar ahora que los vehículos se habían detenido y- esos ojos.
Arala se quedó paralizada. Esos ojos. Le costaba respirar, sentía que perdía el equilibrio. Esos ojos, ese pelo. Se tropezó y calló de culo al suelo. Venía hacia aquí. Edmin la vio y se dispuso a cruzar a socorrerla.
Los ojos pasaron a su lado y se perdieron entre la multitud. Era él. !Era él!¡!ERA ÉL!Arala se levantó con dificultad, hiperventilando, los ojos abiertos como platos, miró a todos lados desesperada. Edmin le hablaba y ella le ignoraba hasta que este la agarró.
- ¡Arala! - ahora sí lo miró- ¿Te encuentras bien? Te has caído.
- Edmin, estaba aquí. Acaba de pasar. El asesino de mis padres está libre y ha pasado a mi lado - hablaba rápido, no sabía si ir tras él, si pedirle ayuda a Edmin. Sea lo que sea quería hacerlo ya.
- ¿Cómo?
- Sí- volvió la vista a la multitud para darse cuenta que varias personas se habían reunido a su alrededor, algunas preocupadas y otras morbosas por el espectáculo. No estaba allí, no lo veía, muchas cabezas y ninguna la suya.- No está, se ha ido. Edmin se ha ido.
Vio la situación desde fuera, se vio a sí misma como una loca teniendo un ataque en la calle con el uniforme de Energy Eliadris. Podrían despedirla si se enteran de esto, ¿qué estaba pensando? Claro que van a enterarse. Ese hombre iba a arruinarle la vida de nuevo con solo pasar a su lado.
Se agarró a Edmin con fuerza, temblando.- Por favor, sácame de aquí - No quería derrumbarse en la calle, ya se había abochornado lo suficiente.
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Durmientes: El nacimiento de los Insomnes
FantasyDurmientes es una historia ambientada en Raildas la capital de Suzure. Narra la historia de Arala, una joven que trabaja para Energy Eliadris, la mayor empresa del país, encargada de los vínculos personales y, por extensión, del negocio de los Durmi...