CAPÍTULO 1

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Hacía dos meses desde que había vuelto de la universidad y dos semanas desde que mis padres se fueron a pasar el resto del verano a casa de mis abuelos para alejarse del ruido que provocaba la ausencia. Habían tratado de convencerme de que los acompañara, pero ¿qué iba a hacer yo en aquel pueblo recóndito de montaña? Además, quería estar sola. 

Necesitaba estar sola. Les dije a mis padres que aprovecharía mejor mi tiempo quedándome en casa. Este año no había conseguido entregar el trabajo de fin de carrera. En verdad, no había podido ni empezarlo. Demasiado ruido en mi interior. A duras penas había logrado terminar todas y cada una de las asignaturas del cuarto curso de la universidad, con calificaciones mucho más bajas que los otros tres años, con notas que nadie esperaría de mí, ni siquiera yo misma, pero había aprobado y eso, dada la situación emocional en la que me encontraba, era un gran logro. A ellos no les agradó la idea y rebatieron mi propuesta de quedarme en casa, para hacer el trabajo final de carrera y preparar su defensa, con que en el pueblo sería capaz de concentrarme mejor. Así que les di otro motivo por el que quería quedarme, aquello que los terminó de convencer. 

Desde que volví de Salamanca, mis amigos habían tratado de quedar conmigo, pero yo los había estado evitando para disgusto de mis padres, que tenían que mentirles por mí diciendo que estaba dormida o había salido. Cualquier excusa para no decirles que me pasaba los días encerrada en mi habitación y no salía de ella, excepto para lo básico. 

Por supuesto, desde que se marcharon, no había quedado ni un solo día con mi grupo de amigos ni, mucho menos, preparado un trabajo que no me provocaba ningún tipo de interés. El sofá se había convertido en mi nueva cama y me pasaba las horas muertas en él, viendo cualquier programa absurdo de la televisión y jugando a la Nintendo Switch de mi hermano. 

Estaba disfrutando de una cabezadita después de pasarme toda la noche en vela, viendo un programa de asesinos en serie, cuando mi móvil comenzó a sonar y me llevé tal susto que me caí del sofá. 

Me levanté del suelo llevándome la mano al cuello mientras con la otra buscaba, entre las bolsas de patatas fritas vacías, mi teléfono. ¡Me dolía todo el cuerpo! Miré la pantalla para comprobar quién me llamaba antes de responder. 

—Hola, mamá. 

—Cariño, perdóname. ¿Te he despertado? —Mi tono de voz me había delatado—. Puedo llamarte más tarde si quieres. 

—No te preocupes. Anoche me quedé hasta tarde buscando información para el trabajo y se me han pegado las sábanas. —Mentí descaradamente—. ¿Qué vais a hacer hoy? 

Desde que llegaron a Lanjarón, el pueblo de los abuelos, mis padres no habían parado de hacer cosas. Yo pensaba que en aquel pueblo tan pequeño de la Alpujarra granadina no había mucho con lo que distraerse, pero, por los relatos que mi madre me contaba cuando me llamaba cada mañana por teléfono, descubrí que tal vez estaba equivocada. Habían subido al Castillo Árabe, visitado el museo de la miel y paseado por el parque El Salao, donde habían hecho un pícnic en uno de sus merenderos como cientos de veces atrás, cuando eran novios. Estaban disfrutando y me alegraba por ellos, porque no era fácil tenerme en casa y verme cada día encerrada en mi habitación con el pijama puesto y las ventanas bajadas para que no entrara la claridad de la calle. 

Mi madre me contó que esta semana se celebraba en el pueblo el festival Lanjarock y que mi padre estaba muy emocionado por ir. Esos días se respiraba un ambiente de fiesta por las calles y habían conocido a un matrimonio de turistas con los que habían hecho muy buenas migas, con los que iban a salir a cenar en la noche. 

—Y tú, ¿qué planes tienes para este fin de semana? —me preguntó mi madre cuando terminó de contarme sus planes. 

—Creo que me haré unas palomitas y veré una peli en el sofá. —Una de las pocas cosas que le decía que no eran mentira en estas dos semanas. 

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⏰ Última actualización: May 03, 2023 ⏰

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Cuando la luna recupere su luzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora