¡ 03 ; oportunidad accidental !

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Los lobos tenían poca paciencia, y Jiwoong estaba llevando la suya al límite. Los miembros de la manada comenzaban a sospechar, ¿por qué el jefe se pasaba los días en la ciudad humana? Había empezado a descuidar sus deberes como líder, pero ¡mierda! Hiciera lo que hiciera, sus pensamientos volvían al joven humano.

Lo seguía, sonaba patético, pero lo hacía. Se había aprendido de memoria los horarios del chico. Ser una criatura sobrenatural tenía sus ventajas. Podía ser muy sigiloso y seguir de cerca a su presa sin que este lo notara.

Matthew tenía diecisiete años recién cumplidos y cursaba el primer grado de bachillerato artístico. Por las tardes, de cinco a ocho, iba a una academia de baile. Los fines de semana solía salir con sus amigos, en especial con un chico bastante extraño llamado Yujin. En definitiva, Matthew era un adolescente normal, con hobbies normales y amigos normales (más o menos), pero, la atracción que Jiwoong sentía hacia él no era para nada normal.

Ser un lobo también le permitía tener unos sentidos hiperdesarrollados. Aunque Jiwoong comenzaba a pensar que eran una maldición. Cada vez que Matthew salía de aquella academia de danza, su esencia intensificada tras las tres horas de extenuante ejercicio le golpeaba con fuerza, anulando todas sus capacidades. Aquel aroma a canela era su kriptonita.

Llevaba más de una semana asechando al chico desde las sombras, intentando encontrar la oportunidad perfecta para acercarse, ¿pero qué podía decir?

Hola, soy Jiwoong, ¿te acuerdas de mí? ¡Sí, hombre! ¡El hombre lobo que quiere pasar contigo el resto de su vida, marcarte mordiendo tu cuello y aparearse contigo!

Era frustrante, lo único que Jiwoong quería era poder reclamar a Matthew, pero la naturaleza de su pareja se lo impedía. Había consultado en los viejos libros de los antiguos, pero no decía nada sobre lobos que se enlazaran con humanos. Quería preguntarle a los ancianos, pero no sé arriesgaría a exponer al chico. No sabía cuál podía ser la reacción de los lobos.

Los problemas se acumulaban. Deseaba que lo que sentía por Matthew fuera un simple encaprichamiento, pero sabía que cuando un lobo encontraba a su pareja destinada no podía separarse de esta.

Primero, debería acercarse al humano y enamorarlo, además de explicarle su verdadera naturaleza sin que le diera un paro cardíaco, y luego, debía presentarlo ante la manada. No iba a ser fácil, y más teniendo en cuenta que se trataba del líder de los lobos. Pero por el momento, se centraría en acercarse a Matthew.

La oportunidad le llegó un martes por la tarde, a los ocho y cinco para ser exactos.

Matthew acabó sus clases y él esperaba como siempre en la plaza junto a la academia. En cuanto le vio salir, se levantó del banco de piedra y lo siguió. Cómo de costumbre, aquel aroma le hacía la boca agua. Podía ver a la perfección como gotas de sudor descendían por la nuca del chico. La camiseta sin mangas se adhería a su cuerpo, y las bermudas permitían apreciar sus perfectas piernas.

Jiwoong se estaba acercando más de lo prudente, pero no podía evitarlo. Sólo quería atrapar aquella estrecha cintura entre sus grandes manos y descender por sus redondeadas caderas, deslizar su nariz por el cuello de Matthew, aspirando su aroma y cubriéndolo con el suyo.

Matthew caminaba distraído, cuando su teléfono vibró en el bolsillo de su pantalón.— ¿Mamá?

Cariño, ¿por qué no me cogías el teléfono?

— Estaba en clase.

— Bueno, llamaba para decirte que esta noche tengo guardia en el hospital. Te he dejado la cena preparada en la nevera, sólo tienes que calentarla.

Matthew suspiró.— Está bien, mamá.

Hasta mañana, mi amor. Te quiero.

— Y yo a ti.

Matthew colgó la llamada con otro pesado suspiro. No le dio tiempo a reaccionar, iba tan absorto en el móvil que no se dio cuenta de que el semáforo había cambiado de color, ni de que un camión se dirigía a él a toda velocidad.

El aire quedó atrapado en los pulmones de Jiwoong. Había visto a Matthew cruzar descuidadamente aquel pasó de cebra, y estuvo a punto de llamarle cuando vio el enorme vehículo abalanzarse sobre el chico.

Matthew quedó paralizado en cuanto se dio cuenta del camión. El móvil resbaló de entre sus dedos, ¿era así como moriría? Todos sus sueños de ser un gran bailarín, de montar su propia academia, acabarían esparcidos sobre aquel gastado asfalto junto con los restos de su destrozado cuerpo.

Su último pensamiento fue para su madre, aquella mujer sonriente y optimista que había conseguido sacarle adelante pese a las dificultades. Cerró los ojos, no podía hacer nada, sólo oía el latido de su corazón martilleando con fuerza.

Entonces, sintió un impacto, aunque no tan fuerte como lo había esperado. El sonido de una bocina aumentó el pitido de sus oídos. Sentía un peso sobre su cuerpo. Abrió los ojos lentamente. ¿Había muerto? Porque estaba seguro de que los ángeles serían muy parecidos al chico que se encontraba encima suya. Aquellos ojos negros atravesaron su ser.

— ¡Oh, dios mío! ¡Matthew!

Unos brazos le rodearon en un asfixiante abrazo. Era vagamente consciente de la masa de gente que los rodeaba, y del preocupado camionero que preguntaba por su estado. Aquel aroma estaba mareándole más que el mismo shock. Era tan familiar. Olía a petricor, a otoño y a cielo despejado. Aquellos brazos seguían estrechándolo con fuerza, unos brazos que ya le habían abrazado antes.

— ¿Jiwoong?

El chico de pelo negro se apartó y volvió a mirarle directamente a los ojos. Se levantó y le tendió una mano para ayudarle.

— ¿Estás bien?

Jiwoong estaba preocupado, y no era para menos. Su alma gemela estaba a punto de morir bajo las ruedas de un camión. Matthew asintió mirándolo aturdido.

Poco a poco, la gente empezó a dispersarse al comprobar que se encontraba bien. Todo había acabado.

— ¿Qué haces aquí?

— Bueno, pasaba por aquí, te vi y pensé en saludarte. ¿A quién se le ocurre cruzar sin mirar y hablando por ese cacharro?

Matthew bajó la mirada avergonzado.— Gracias, me has salvado la vida.

— Por segunda vez.

— Cierto.

— Deberías recompensármelo, ¿no crees? —preguntó Jiwoong con su sonrisa ladeada.

Matthew sintió su cara arder, las manos de Jiwoong aún sujetaban sus brazos con fuerza.

— Bueno, ¿te gustaría cenar en mi casa?

No era exactamente lo que Jiwoong tenía en mente, pero aún así, le pareció escuchar de fondo un coro celestial.

— Me encantaría.

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