Hasta que la muerte nos separe

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   Copia mira el tejado de la iglesia. Al principio ver los patrones de la madera era una forma de distracción para escapar de la situación, ahora, sin embargo, era sólo un lugar que mirar para no ver los ataúdes en el altar frente suyo. No los había visto ni siquiera cuando entró.

   Sentía un ruido sordo en sus oídos, un pitido agudo y constante que sólo era interrumpido por los latidos de su corazón haciendo eco en sus orejas. Habían murmullos también a su alrededor, había llanto y muchos sollozos lastimeros que no quería escuchar, esos sonidos eran el verdadero ruido. No, el ruido blanco en su cabeza era casi medicinal.

   Pestañeó con lentitud mientras su cuerpo resbalaba un poco más por el asiento. No recordaba una ceremonia más tediosa y detestable que esa y eso que llevaba años atendiendo sagradamente a todas las ceremonias que podía.

— Nos encontramos hoy aquí reunidos para conmemorar la muerte, queridas Hermanas y Hermanos. No la muerte de cualquiera ni una muerte cualquiera sino el descenso al Infierno de tres de nuestros líderes durante estos largos años en la abadía. Los tres hombres Eméritos que trabajaron arduamente para volver la iglesia un espacio libre y seguro para todos nosotros; trabajaron a punta de sangre, sudor y lágrimas para esparcir nuestro mensaje alrededor de todo el mundo y lo consiguieron de forma maravillosa.

» Hace unos días su misión aquí en la Tierra ha finalizado y han sido enviados con nuestro Oscuro Creador con el propósito de servir junto a Aquel en el Infierno. Y si bien nos alegra que ellos sigan su camino es imposible negar que para aquellos que seguimos aquí nos aflija ver partir a estos tres hombres.

   Blah, blah, blah.

   Copia mira a su lado vacío dentro de la banca. Él es único sentado en esa primera fila ahora que la Hermana Imperator está liderando la charla y Nihil está cerca suyo como un perrito faldero. Atrás sigue la abadía pero ahí, a sus lados, no hay más que polvo y siluetas que todavía puede ver bajo la luz tenue de las velas.

   Sus ojos se cristalizan al mantenerse fijos en el espacio donde solía sentarse Tercero. Le agrada la soledad pero ahora se siente vacío. Aunque si se concentra puede verlo ahí, mirándolo por el rabillo del ojo mientras una sonrisa tira de sus labios por más que intente mantener esa expresión seria por respeto a quien dirija la misa. Satán, sí que lo ve. Puede ver la forma en que sus brazos se deslizan debajo de la casulla para hacerle gestos obscenos que lo hagan reír y sus ojos cubiertos por esas pobladas pestañas lo buscan en todo momento casi contra su voluntad.

   Cierra los ojos y devuelve su cuerpo al frente, entrelazando sus manos sobre su vientre con fuerza. Si se concentra suficiente puede apartar todo eso a un lado hasta que acabe la ceremonia. No puede llorar frente a toda la Iglesia.

(   . . .   )

   Es extraño ver a Tercero recostado en ese ataúd, determina Copia.

   Ha estado cerca de la muerte antes y no es su primera vez viendo cadáveres pero Tercero se siente diferente en todos los niveles posibles.

   A veces lucen como dormidos, piensa, pero no le trae alivio alguno eso. Tercero era un desastre cuando estaba dormido y Copia lo sabía, no es esa pose irritantemente recta con las manos cruzadas sobre su pecho, el maquillaje perfecto y con todas sus ropas papales, no. Entre más lo mira más piensa en que ese sujeto encima de la mesa no es el hombre al que amaba con dolorosa determinación.

   Pasa sus dedos por la caja de vidrio sin mirar ya realmente algo, sólo con los ojos perdidos en algún punto de las ropas. ¿Y si es una broma? Podría ser una puta broma bien jodidamente elaborada. En cualquier momento puede captar un movimiento en sus párpados o un tick en su pie que delate que sólo está fingiendo estar muerto. O incluso que lo que está dentro de esa maldita caja es un maniquí.

   Copia se endereza rígidamente al escuchar la puerta de la capilla abrirse de golpe y maldice en voz baja. Por supuesto que no podría tener mucho tiempo solo con los ex Papas, incluso si Imperator le había dado unos "minutos de cortesía por la buena relación que había mantenido con esos hombres".

   Mueve sus manos de la caja, sorbiendo discretamente su nariz mientras ve a la Hermana asomarse y mirarlo directamente con un gesto indiferente.

   "Hora de volver al trabajo" grita su cara antes de desaparecer y Copia asiente cortamente.

   Piensa en volver a mirarlo una última vez. Por el recuerdo o para tener algo con lo que torturarse por las noches pero no lo hace. Ve el púlpito solitario y una sala vacía frente suyo. Recuerda las propias ceremonias que él dirigía porque Tercero se había tardado mucho en llegar a darlas y luego aparecía a mitad de sermón haciendo caras y portándose como un verdadero mocoso malcriado para distraerlo.

   Sus ojos caen nuevamente al asiento vacío que su amante solía usar y una vez más puede jurar que lo ve ahí. Sonriendo. Estúpido bastardo. Por supuesto que estaría ahí sonriendo y anunciando que todo es una broma y él cayó redondito.

   Es en ese entonces cuando sus pensamientos caen en el agujero del conejo y entiende algo. ¿El qué? No sabe muy bien pero surge la idea tan retorcida que la abraza y de repente hace que parte de la amargura desaparezca. Papa no está muerto, aquel hombre en ese ataúd no es el hombre que él conoció. Terzo, esté donde esté, sentado ahí mirándolo con expresión burlesca o perdido en algún de Europa, definitivamente no está muerto.

   Y Copia se va de la capilla sin ver la caja de vidrio, repitiendo esas palabras en su mente como un mantra.

El Tesoro;; CopiiiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora