Al principio solo es una suave presión en el pecho, alguna que otra respiración más dificultosa, pero Luke no le toma mayor importancia, pues cree que el peso en su pecho es la culpa que está destinado a cargar tras haber arrebatado el ojo de aquel a quien tanto quería, de herir de forma irreparable al tío que tanto amó. Pasan los años y Lucerys se acostumbra a la sensación, aprende a ignorarla incluso cuando esta se hace más profunda ante cada carta ignorada, cada intento de disculpa hacia Aemond fallando; no le toma atención a sus malestares porque cree firmemente que es algo que debe padecer, es la retribución por su conducta y el ojo que el príncipe Targaryen perdió, lo encuentra un precio justo a su delito nunca castigado.
Ni la sensación de opresión en su pecho, ni la ausencia de respuesta a sus misivas menguan su decisión, su determinación de obtener el perdón de su tío y con ello, la vuelta de la promesa que en la tierna infancia hicieron. Nada lo hace flaquear, ni siquiera la desastrosa cena ni el brindis tan hiriente de su tío, nada… Hasta que se quedan solos en el pasillo y Aemond comienza a gritarle palabras cargadas de odio y veneno, todo dirigido únicamente a él.
Están solos porque Lucerys se ha escabullido antes de partir hacia RocaDragón, solo para hablar sincera y directamente con su tío, decirle lo que siempre ha escrito, suplicarle su perdón si es necesario, la esperanza de que todo vuelva a ser como antes bullendo en su inocencia aún enamorada. Le da sus disculpas, sus excusas, desnuda su corazón ante el Targaryen mayor, vuelve a susurrarle lo que el niño de cinco años dijera hace tanto tiempo.
Te amo. De verdad te amo tío Aemond.
Pero son palabras que chocan contra una pared, que llegan a oídos sordos, a un corazón que con los años se ha blindado de odio y rencor, de soledad y verde veneno. Son palabras que no alcanzan al niño de diez años oculto en su interior, aquel que se ilusionaba ante infantiles palabras, correspondiendo sentimientos puros que murieron el día que su ojo fue arrebatado, el día que el amor sincero e infantil se terminó para dar paso al joven serio y resentido que es hoy.
Aemond no responde sus sentimientos y comienza a pisotear los ajenos, el orgullo, la dignidad, el amor de Lucerys, todo lo pisotea y restriega en la cara del menor, estallando en sus palabras, perdiendo la compostura, pero también desnudando aquella parte de su corazón que lo ha mantenido a flote todos estos años. Esa parte oscura, esa parte que odia y guarda rencor, la parte lastimada y llena de resentimiento que posee. Guiado por su negro corazón grita los sentimientos que tiene por Lucerys. Le grita cuanto lo odia y aborrece, el deseo de cobrar su deuda, de arrancarle el ojo y dejarlo morir. No le importan los ojos repletos de lágrimas que se niegan a fluir libremente, no le importa nada de su sobrino, y no es hasta que lo ve roto, a él y su inocente corazón que se retira del lugar, dejándole claro que la promesa de amor de la infancia se rompió el día en que le arrebató el ojo. Que el corazón de Aemond Targaryen jamás volvería a latir con amor por Lucerys Velaryon.
El platinado se aleja tan rápido del lugar que no ve cómo de Lucerys ya no son sólo lágrimas lo que fluye, sino que un montón de dalias negras han comenzado a salir por su boca. El vómito de pétalos no cesa, la sensación de asfixia lo altera y la opresión en el pecho es mayor que nunca, y nada se detiene por mucho que Lucerys lo intente. La sensación de rechazo junto con el odio profesado lo envuelven en una espiral fatídica, en un agujero profundo del que no cree jamás poder salir. La angustia y el pánico no cesan hasta que se ve envuelto en los brazos de su amorosa madre, con un maestre frente a él y miles de frascos alrededor, el lugar ya no es el pasillo de la Fortaleza Roja, sino que son sus propios aposentos en RocaDragón donde se encuentran. Han volado hasta su hogar sin que él se diera por enterado, ni siquiera fue consciente del momento en que lo encontraron y mucho menos de cuándo lo trasladaron sobre lomos de un dragón.
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Justo
Short StoryAl principio solo es una suave presión en el pecho, alguna que otra respiración más dificultosa, pero nada de lo que preocuparse. Después de todo, aún conserva la esperanza de que todo vuelva a ser como antes bullendo en su inocencia aún enamorada. ...