Cap 1. Espejo, espejo en la pared

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Erase una vez, en un reino muy, muy lejano, vivía el rey Edgar, un hombre recto y justo que amaba a su pueblo como el pueblo lo amaba a él. De edad madura, cabello castaño encanecido y el porte de un caballero; digno de admirar por su gran paciencia y amor al mandar sobre el reino. Su joven hija, la princesa, se llamaba Blancanieves; pues su madre un día de invierno se pinchó con una aguja por accidente mientras cocía y al ver la combinación de colores dijo emocionada a sus doncellas.

-Me gustaría tener una hija tan blanca como nieve, tan roja como está sangre y tan negra como el ebano de la ventana.

Así nació la pequeña princesa de negros cabellos, piel blanca como nieve y labios rojos como sangre. Pero la felicidad de verla no duró, la reina murió poco después de dar a luz y el rey quedó solo junto a su niña; fue cuando la reina Basina llegó en sus barcos con su ejército y todo lo necesario para formar su nuevo hogar. Al saber que el rey estaba solo y sin una esposa que fuera madre de su hija, ella misma acudió al reino, decidida a pedir la mano del rey en matrimonio; ya que era reina y los monarcas deben tomar la palabra primero, pero ella era una dama y su deseo era casarse con el hombre más poderoso del mundo.

El rey estaba bastante deprimido para pensar y muy desesperado por darle a su hija alguien que le diera amor maternal, y le enseñará cosas que el nunca podría enseñarle por completo. Así que aceptó, recibió a la reina en su castillo y se casaron en una hermosa boda real.

La reina era una mujer tan hermosa como la luna, poseía una piel clara, tersa como el algodón, su cabellera era rubia peliroja y era tan larga que le arrastraba en el suelo junto a sus mangas, incluso estando en un par de trenzas. Sus ojos eran color de miel y era alta, delgada y con una figura que las esculturas del sur envidiaban; Afrodita podría retorcerse al no poder negar que la reina era preciosa.

La monarca vestía como tal, de largos y lujosos vestidos violetas bordados de oro, llevaba sus manos decoradas con anillos y su corona se alzaba en lo alto de un escoffion en forma de corazón, bordado de oro y con un largo y traslúcido velo de seda. Verla desfilar por los alrededores del castillo era toda una visión, pues detrás de ella, si el suelo no estaba sucio, arrastraba la larga cola y mangas de su lujoso atuendo con gran elegancia.

Pero esta mujer ocultaba con su belleza un horrible corazón, capaz de hacer la maldad más grande del mundo por su maldita vanidad; su narcisismo era tan grande, que no existía cosa más importante para ella que no fuera su reflejo. Vaya que valoraba su imagen, pues al mudarse al castillo de su nuevo esposo trajo consigo un precioso y enorme espejo; con marco tallado en ramas y hojas de oro, y un rostro angelical en la parte superior; el cuál portaba astas de siervo y algunos de sus mechones de cabello colgaban ahí.

-¡Es bellísimo, Basina! ¿Lo pondrás en tus aposentos? ¿Puedo verlo? ¡Di que si, por favor! No había visto un espejo tan bonito nunca- exclamó la princesita al intentar ver.

-¡Alejate de ahí! ¡No lo toques, niña! -exclamó la reina asustando a Blancanieves.

Basina había hecho bruscamente atrás la mano de la niña y ordenó que siguieran subiendo las cosas a su cuarto, al ver su error, la reina se puso al tamaño de la pequeña y tomó sus manos hablando melosa.

-Lo siento, no quise asustarte. Es solo que es muy especial, por eso lo limpio y mantengo yo misma, tiene mucho valor para mí corazón y no soportaría que se rompiera... Eso me pondría muy triste, pequeñita- explicó la reina para después jalar ligeramente a Blancanieves -No vuelvas a tocarlo ¿Me escuchaste? Es mi tesoro, tengo otras cosas que puedes ver. Este no...

Blancanieves asintió y corrió a su padre incapaz de contar el secreto de su madrastra, pero entre los sirvientes de la reina había alguien que llamó mucho su atención; era un muchacho. Era tan solo unos años mayor que ella, poseía el cabello grisáceo y partes blancas, largo y despeinado, era de contextura fuerte para su edad, probablemente porque trabajaba mucho como los sirvientes del castillo; también traía cicatrices en sus brazos y una que cruzaba la comisura de sus labios le destacaba. Se veía de mal carácter, por qué estaba muy serio y no le sentaba muy bien el ayudar a subir las cosas de Basina, la reina. Blanca de inmediato corrió a dónde estaba y lo miró interesada.

Y todos vivieron felices...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora