La luna se alzaba alta y hermosa, esparciendo su mágica luz por cada rincón de los reinos, aún así, para el príncipe era bastante triste; este mismo se encontraba acurrucado en su cama, sin sueño y sin ánimos, con lágrimas secas en sus mejillas. Su padre no lo dejaba de oprimir tanto, no escuchaba ni sus opiniones y solo deseaba ayudar, el rey creía que la solución a la situación de su pueblo era una nueva tierra y más espacio para sembrar y vivir, el príncipe solo quería que volviera la paz y tranquilidad a sus vidas.
Así que por fin se decidió, se levantó y se vistió velozmente, en un sacó empacó lo necesario y en otra bolsa de fuerte pero elegante seda embolsó incluso su corona, un delgado aro de oro con figuras de hojas decorando su circunferencia, perlas al centro y delicadas ramas a un lado de estás y sobre relieve; en realidad, era un símbolo que lo ligaba directamente a su padre, el rey.
Salió cuidadoso por una de las puertas más pequeñas del castillo y esquivó a los guardias hasta llegar al establo, ahí monto en Fugaz de nuevo, tomó a otro caballo de la carroza real y salió sin ver atrás, escapando directo al bosque hasta llegar al pueblo. Ahí, el buen panadero, Alois, preparaba todo para el día siguiente, había encargado varios sacos de harina y al no tener para contratar empleados y estar todo el día ocupado en el horno y en la caja de cobro, los metía hasta ahora en su humilde cocina. Este pujaba tratando de bajarlos en su cansada espalda de la carreta en el callejón, todo empolvado del ingrediente, mantequilla y azúcar; aún así, seguía luchando cuando unas manos llegaron en su ayuda.
-¡Madre de Dios!, ¡no tengo nada que darle!, ¡No vendí nada en el día! ¡Acepte, por favor, unos panes; es lo único que tengo ahora!
-¡Tranquilo, Alois! Soy yo, el príncipe, no te haré ningún daño.
-¿Su alteza? Santo Dios, me dió un susto mortal, creí que querían asaltarme ¿Qué hace aquí?, ¿necesita algo? No tengo pan fresco a esta hora.
El príncipe pedía que bajara la voz con su dedo en los labios, miró hacia todos lados y lo empujó con suavidad al interior de la panadería; ahí pudo comunicarse mejor.
-Mi oferta de ser príncipe por un rato sigue en pie.
-Mi lord... Ivan, no te ofendas ¡Eso es una estupidez! No puedo ser príncipe. Necesito modales, mejor agilidad, imitarlo a la perfección y mucho más; no podría hacer eso tan rápido.
-Por favor, Alois, yo sé que puedes; se ve que eres alguien confiable y que de verdad merece vivir en el castillo. Te prometo que si lo haces te daré una gran recompensa monetaria, podrías reparar toda tu panadería e incluso construir otra; ya no tendrías que trabajar tanto.
Alois, que no codiciaba nada, lo pensó con mucha frustración, pues si bien deseaba salvar su negocio, quería hacerlo de la forma más honrada posible; engañar al rey era una osadía muy grande, podría incluso significar su muerte. Aún así, venció aquel miedo y volteó a ver a Iván con decisión.
-¿Cómo empezamos?
-Es fácil...
El príncipe comenzó a preparar todo en la habitación de Alois, primeramente lo hizo asearse en una pequeña tina y después lo sentó envuelto en su toalla junto a la chimenea, preparó una extraña mezcla y empezó a aplicarla en la cabeza del panadero.
-¿Qué es esto? Huele muy fuerte- dijo incómodo el joven.
-Es una mezcla que ocupan algunas damas de la corte para hacer que su cabello se ponga rubio, es gracioso porque algunas buscan negar que son muy morenas y no les queda bien. Si se te llegan a ver las raíces usa está receta y ponla en tu pelo por unos treinta minutos. No te preocupes, tu piel es perfecta, solo necesita unos retoques.
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Y todos vivieron felices...
FantasyUn cazador, un apuesto príncipe, una sirvienta y una pequeña niña, huyen de terribles males que comienzan a asolar al mundo; el mismo que inventa cuentos de hadas para maquillar la horrible realidad vivida. Todos negando que la magia es real, tan re...