III

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Entré al despacho, y agradecí que Jeon no hubiera llegado aún

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Entré al despacho, y agradecí que Jeon no hubiera llegado aún.
Me senté en la mullida silla, y tomé un grueso y pesado sobre, que estaba sobre mi laptop.

Tenía mi nombre escrito a mano, con una caligrafía perfecta.
Pero lo que llamó mi atención, fue el sello que, atravesaba la extensión de mi nombre: "Clasificado. FBI".

Lo abrí con cuidado, exponiendo su contenido.
Tenía direcciones, mensajes, fotografías de embarques, notas hechas con mi puño y letra, sobre los cuerpos, encontrados los últimos seis meses.
Se trataba de mi trabajo y el de Jeon, recopilado en ese grueso libro, sujetado con una espiral metálica.
Levanté mi vista, y pude ver un sobre igual sobre el escritorio de mi compañero.

Seguí hojeando, y me encontré, con las notas y resultados forenses, de los cuerpos que habíamos investigado.
Todos con el mismo nivel de golpes, ejercidos con violencia, y después, el tiro, que hacía impacto por la nuca, y al salir dejaba el rostro desfigurado.

Habíamos pasado largas madrugadas, hablando con desvalidos, pequeños consumidores de heroína, fentanilo y cristal. Ellos nos habían dado pistas, que nos fueron guiando, hasta los tres mayores vendedores de la ciudad.

Pero todo terminaba en un callejón sin salida, ellos eran solo sotocapos, títeres de su gran líder. Trabajaban para un hombre desconocido, pero que, sabíamos, era poderoso y respetado a nivel mundial.

Era un gánster, en toda la extensión de la palabra, sanguinario y codicioso, que, al parecer, comenzó a reorganizar su imperio, deshaciéndose de toda la escoria.

Traficantes de bajo nivel, que se aprovechaban de su escaso poder.
Sometiendo a sus consumidores a prácticas denigrantes, humillándolos a cambio de una dosis, infringiendo los derechos de las personas.

De cierto modo, estaba acabando con los proxenetas, usureros y pandilleros de la ciudad.
Pero estaba llenando las calles de asesinos profesionales, hombres regidos por un código de ética, que al final de cuentas, eran más peligrosos.

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—Buenos días, cielo -mi fiel compañero había llegado, le respondí sin levantar la vista de el informe que leía.

—Basta Jeon.

—Pasé la mejor noche de mi vida, gracias por preguntar -se acercó hasta mi espalda, frotó mis hombros y dejó un beso en mi mejilla-. ¿Qué tienes ahí?

—Es el informe de Malika, aún no puedo asimilarlo.

—Ella merecía una oportunidad, y se la diste, pero tú sabes que las calles no perdonan.

Malika había acudido a mí, un día que investigaba en un callejón.
Me pidió ayuda a cambio de toda la información que poseía.

Sin dudar, acepté, la llevé a un centro de rehabilitación, para recibir tratamiento.
Había caído en lo más bajo, llegó al punto de prostituirse por diez billetes. Solo para comprar una dosis de heroína.

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