Cap. II

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Al principio, cuando las cosas renacen. Cuando todo es tan puro que ella no siente que algo hace falta. Respira el aire, no hay recuerdos malos. Solo risas y quizás regaños que habrá olvidado cuando Amparo, su madre, se haya decidido a volver a hablarle como si nada hubiera pasado.

Así quiso aprender ella a olvidar todo.

A no sentirse cobarde.

Hacer como si nada pasó.

Maeve vivía en el vulgo donde la gente se la mantenía asistiendo a ranchos y sacando provecho a sus cosechas. Pensaba que su hermana, Helena, no mucho más que un año mayor que ella, era la chica que siempre deseaba ser el centro.

Enzo, su hermano dos años menor. Era el que entonces le tenía mucho más cariño. No le tenía odio a Helena, pero sentía que algo no andaba bien.

Pero Helena aun no era consumida por el favoritismo de Amparo, aun no le encontraba significado al egoísmo que años después lograría carcomer su ser.

Maeve amaba a Fausto con su ser, su padre. Aunque él dedicara gran parte de su tiempo a la minería, lugar a una hora de su casa. Mientras toda su familia se dedicaba a la cosecha y ordeñar vacas de un rancho en el que ellos eran dueños. En los que Roose Mary y Ángel, los padres de Amparo, se dedicaban a mantenerlo en pie

Aunque la ausencia de Fausto era algo a lo que ya todos estaban acostumbrados, siempre esperaban con ansias su regreso. Sobre todo, Maeve, quien al volver del preescolar recorría los grandes tramos de aserradero a toda velocidad solo para observar que el auto de su padre se encontraba en casa, sabiendo que lo encontraría y entonces Fausto aprovechaba para esconderse antes de que su pequeña hija si quiera pudiera verlo por la ventana.

Para entonces, Roose Mary ya tenía la mesa puesta y solo faltaba la llegada de Ángel.

Eran una familia, donde solo acumulaban experiencias y recuerdos de los cuales reírse cada que se decidían a tener fogatas en el patio de su casa o incluso en el rancho de su familia. Solo eran ellos y el luar de la luna iluminando sus ojos. Toda su felicidad se contemplaba a su alrededor.

Cuando Maeve se graduó de primer grado, su vida empezó.

Ángel, su abuelo. Una persona honrada y trabajadora que jamás volvía con las manos vacías, amaba a sus nietos y sobre todo reconocía el gran gusto que estos tenían hacia las fresas con crema y los juguetes que se hinchan con el agua.

El regreso a casa siempre era una diversión. Al contrario de Fausto, ahora eran los pequeños quienes se escondían para asustar a Ángel. Corrían cuando oían sus pasos fuera y era muy común que Maeve decidiera esconderse detrás del refrigerador. Ángel lo sabía, pero no le destrozaría el escondite preferido de una niña de cuatro años.

Inclusive él fingía no encontrarla y la pequeña podía esperar horas en su escondite con tal de no perder. Su orgullo, enorme.

Ella pensó que su día inolvidable seria en su graduación. Sus padres habían ido a la ciudad más cercana a comprarle un brillante y precioso vestido amarillo que luciría en el baile con sus demás compañeros. Un total sueño.

Batallaron para encontrar el que se ajustara a sus gustos, pero después de tanto encontró el que la hacía gritar de felicidad. Lo amaba tanto que incluso lloró cuando el día de su graduación no le permitieron ponérselo porque aún era demasiado temprano.

Pero todo aquello se esfumó. La emoción de la familia se agotó en un instante.

Su abuelo, había ido a trabajar al rancho como de costumbre. Roose Mary preparaba la comida del día.

Las Mariposas Tambien Mueren©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora