TE AMO FRANCISCO RUBÉN

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Sería incompleto decir, cual es mi nombre, pero aun así lo haré. Me llamo Francisco Rubén, tengo 45 años, un perro que le gusta fumar llamado Javier, y una gata llamada María que es cazada por palomas muertas de la calle. Soy un hombre de cabellera larga creo yo, la gente me dice que estoy calvo, pero yo no comprendo por qué dicen tales imbecilidades de mi persona, si recuerdo que en mi juventud les decía que estaba calvo y me acariciaban la lana de la cabeza que llamaban cabello

En fin, mi pasado es uno de los pasajes que mi "calva" cabeza prefiere dejar atrás, al menos, por un tiempo. Por las mañanas me levanto girando la cabeza como si de un muñeco se tratase, acaricio a Javier y a María, me pongo un cigarro en la boca y al encenderlo el perro me lo quita y se lo acaba. Este perro ha vivido como 20 años.

Me acomodo los pies en unas chanclas negras y mordisqueadas, me sirvo un tinto y después de ello me baño. Al terminar la ducha cojo un pantalón negro formal, un saco a rayas negras y blancas, una bata de laboratorio, unos lentes semejantes a los de un acosador de los años 70 y por último mis llaves.

Bajo por las escaleras tomando con fuerza el barandal verde y al llegar espero 5 segundos antes de quitar la chapa y abrir la puerta. Al abrirla puedo encontrarme con el sol más bogotano que existe, o con la lluvia bíblica más tenaz de la ciudad, sea como sea, siempre cruzo la calle hasta llegar a unos departamentos de no sé cuántos pisos, de los cuales, en el primero mantengo mi negocio de cortes de cabello.

Aquel negocio no tiene nombre, solo varias tijeras y tiras de cabello colgados, creo que con eso es más que suficiente para dar a entender que se corta cabello, ¿O no?

Abro a las 8 de la mañana, pero los clientes siempre suelen llegar desde las 11 o 12 de la tarde, por lo que las horas que se pasa solo le compro una mazamorra a un pelado que pasa siempre y me quedo hablando con él hasta que recuerda que está trabajando.

Cuando se va llegan los clientes, suelen ser padres de familia en procesos de divorcio, ancianas cuyos maridos alguna vez fueron clientes míos, y niños acompañados de arrugadas madres que los traen a cadena; creo importante hablar de mi estilo de corte: les bajo los lados y si se puede dejo la parte sobre la cabeza en las cejas. Yo no tengo cejas que mostrar y a los niños y señoras no les molesta (hasta donde sé)

El día de hoy el niño de la mazamorra no me ha visitado, es inquietante intentar buscar una pregunta de una falsa preocupación mía. A las 10 de la mañana me quedé en el pavimento fumando un cigarrillo, veía como María me miraba desde la ventana de la casa, a los cinco minutos presencié como un joven se asomaba en mi negocio y le saludé, haciéndole entender que yo era quien trabajaba allí, entró, se sentó frente a uno de los tres espejos de la habitación y empezó a darme órdenes. No me gustan las órdenes, sin embargo, las que aquel joven estaba escupiendo me parecieron por su naturaleza... interesantes. Debo recalcar una cabellera castaña que le tapaba: ojos, nariz y orejas.

-Corte todo.

- ¿Disculpe?

-Quiero que me quite todo el cabello, no quiero ver ni un solo pelo en mi cabeza. – Dijo con la frente en alto (probablemente).

- Podríamos mejor solo rebajar esto y... - De un tirón me jaló la bata y exclamó:

-¿Acaso no soy yo el que tiene los pelos en la oreja? Quiero quedar calvo, mírese en el espejo, lo que usted tiene por cabeza lo quiero tener yo.

En tres segundos un hombre se puede dar cuenta de lo peor: que está calvo.

Sin mucho que hacer tomé las tijeras y la máquina. El hombrecito no se movía ni un centímetro mientras para mí, le hacía añicos la cabeza, pero para él, estaba creando una nueva maravilla del mundo. Me sentí como un niño que no sabe de matemáticas, ¿Qué carajo estoy haciendo? Jamás había pasado por algo parecido en este oficio, era la primera vez que cortar cabello me genera una emoción, pues, nadie me había hecho caer en cuenta de lo que estoy haciendo, solo lo hago y ya, ni siquiera puedo decir que me gusta o no, solo está ahí... Solo estaba yo y mi cabellera larga haciendo el trabajo... Pero ahora solo estoy yo.

Talvez pasaron diez minutos en lo que terminaba, caían tiras de cabello y lo único que apreciaba en aquel espejo eran dos rostros: uno era el del cliente, expectante, y el otro era el mío, con las ojeras llegándome a las mejillas y una expresión de decepción y sorpresa a la vez, creo que se llama "enfado".

-He terminado. – Dije con desdén.

-Ha hecho un buen trabajo viejo. - Dijo a la vez que sacaba doce mil pesos de su bolsillo izquierdo.

- ¿No le da asco? – Dije contando los billetes.

- ¿Asco qué?

- La calvicie obviamente, verse en el espejo y tocar fondo su cabeza sin sentir mucho más que un raspado.

- La mía no, la suya, sí. Si tanto se da asco a si mismo, le regalo todo lo que de mi ha sacado, póngaselo en la cabeza y vaya a encajársela a señoras de cincuenta o sesenta. – Al final se paró lentamente y salió de la habitación sin ninguna expresión específica, no decía algo como: le he dado una lección, o, viejo ridículo, simplemente se reflejaba una cierta satisfacción de lo que acababa de pasar.

No había pasado ni media hora de lo sucedido y yo aun seguía tendido en el suelo tomando uno por uno los cabellos de ese joven, no entendí que estaba haciendo ni por qué, pero había algo en mí que me pedía a gritos que siguiera y no parara hasta recolectar cada uno.

Mercedes entró por la puerta, ella es la mamá de Wilson, un niño de ocho años al que el cabello le crece a las dos semanas de ser cortado... Creo que esa señora ha pagado mi sueldo de cada dos semanas. Pero hoy no fue así.

-Buenos días don Rubén, por favor necesito que le corte la melena a... - No pudo ni terminar la frase, pues no la dejé.

- ¡Largo de aquí!, ¡Lárguense!

El tiempo solo le dio para gritarme por ser "grosero" con ella y su hijo, finalizando con un escupitajo en mi piso y una frase corta y precisa:

-No crea que volveremos, viejo altanero.

No sé si después de gritar le seguí prestando atención, solo sé que eso es lo que dijo. A los diez minutos ya tenía recolectado cada cabello en una bolsa de basura negra, rápidamente cerré y me fui corriendo a la casa, parece que hubiera robado un banco. Talvez si lo hice...

Abrí y corrí por las escaleras sin tomar el barandal verde, cuando abrí la puerta pude encontrar mi cajetilla de cigarros ya acabada y el cadáver de una paloma sobre la mesa, la corrí con fuerza hasta que cayó al piso generando hambre tanto en el fumador como en la presa de otras palomas. Se la devoraron.

Empecé a separar las tiras de cabello una por una hasta que pareciera que en la mesa el cabello fuera abundante. Cuando terminé me pregunté a mi mismo lo que estaba preparando... Sabía la respuesta, pero me parecía muy demente: volver a tener cabello.

Pensé en todo:

¿Cómo podría ponerme cada tira? ¿Cómo las pegaría? ¿Qué les diría a las personas cuando me pregunten de mi merecida melena? ¿Por qué estoy en tremenda situación?...

En mi lluvia demente de cuestionamientos volteé a ver a mis mascotas, lo único que sobraba de aquel cadáver era la esencia de lo que alguna vez fue, y que ya no podía ser: un vivo en este mundo, ahí lo comprendí. Esa paloma no era más porque ya no tenía la capacidad de serlo... En cambio, yo sí puedo ser lo que alguna vez fui.

Clavos, grapas, cinta adhesiva, cualquiera de esos instrumentos me haría capaz de volver a ser lo que alguna vez fui. Lo pensé con cuidado: puedo intentar coser varias tiras de cabello, tomar una grapadora y con fuerza incrustarme lo ajeno hasta que se peguen a mi cuarentón cráneo. Lo intentaré, seré un Frankenstein pos moderno, seré Tiffany en la novia del muñeco diabólico, seré el creador del joven manos de tijeras (que ironía querer asemejarme a Johnny Depp) pero no seré más un calvo de mierda.

El perro le intentó dar un cigarrillo al gato y este, tranquilo, se lo tragó como si no se fuera a morir.

LA BARBERÍA DEL DOCTOR MONSTRUODonde viven las historias. Descúbrelo ahora