TE AMO DR. MONSTRUO

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Dia uno.

Mi primer intento fue la cinta negra. Como pude la enrollé en trozos medianos y los pegué uno por uno en mi cabeza hasta parecer (valga la redundancia) un rompecabezas sin color ni humanidad sobre la calvicie de un hombre. Las figuras que armaban aquellas piezas eran confusas para mí: veía negro, luego blanco, luego líneas negras en un fondo blanco, y, por último, me vi nuevamente con cabello.

La sorpresa me tomó por los pelos, es como si al verme se introdujeran en mis ojos y me tapara las pupilas, remplazándolas por mechones monstruosos que buscaban ver dentro de mí, de mi mirada... muy adentro.

El gato fuma un cigarro

El cigarro no se prende

Un ladrido ladrón devuelve al calvo

El calvo siempre será calvo

Y el gato nunca prendió un cigarro.

...

Día dos.

Estoy pensando en salir a la calle con la frente en reclusión y con las botas bien puestas, sin embargo, iba a ser bastante humillante tener que explicar a las personas y el hecho de mi repentina apariencia... Pero ¡¿Qué tendría que explicar?! No tendría porque explicar nada a nadie que no fuera mi propio ser, ni siquiera a mis mascotas fumadoras les daba explicaciones de mis acciones.

Al mirarme en el espejo de la barbería me di cuenta que un pelo había caído del rompecabezas, aunque no destallaba el fondo de mi calvo pasado no le di importancia. Una doncella entró por la puerta, era joven, le calculé unos 17 años que la cargaban con grandes senos tapados por un suéter de oscuro con siluetas de ojos, labios disfrazados de negro y ojos mirando a la nada. Fui el primero en hablar:

-Buen día joven, ¿En que puedo ayudarla?

-...

-¿Joven? - No decía nada solo miraba al piso. Pasados dos minutos de su llegada se sentó frente al espejo que se encontraba a mi lado y con una foto del bolsillo me expresó lo que deseaba: un corte hasta los hombros. Quiero recalcar su largo y liso negro que llegaba hasta la punta de un cuerpo que parecía una cordillera.

Mientras más cortaba más amplio invadía el silencio de ese pequeño lugar, de vez en cuando la muchacha miraba hacia mi rostro y volvía la cara para abajo, pero yo no decía nada más que preguntarle sobre la comodidad, obviamente, no respondía nada.

-Terminé. – Exclamé como ya lo había hecho muchas veces atrás. – Serían diez... - No terminé cuando la hembra se abalanzó sobre mi poniendo sus senos en mi pecho y parándose en puntitas para alcanzar sus labios con los míos. ¿Acaso algún hombre en serio haría algo en contra de eso? Tiré las tijeras al suelo y apreté bajo su pantalón, ella me quitó las manos de sus cordilleras y caminó lentamente hasta la puerta para cerrar con las rejas.

Cuando cerró me volteó a mirar, la miré, se sacó el suéter y desfiló su cuerpo semidesnudo enfrente de mí, y caminó unos siete pasos hasta declarar:

-No tengo plata, viejo.

La escena era fascinantemente asquerosa: un viejo de cuarenta años cogiéndose a una joven de quien sabe cuantos frente al espejo de una peluquería sacudiendo la misma con sus gemidos mezclados con las canciones de Cepeda en la radio, por lo menos sus gritos callaban aquellas letras y melodías, pero aún había algo más inquietante, ella no lo notaba (creo) pero mientras apretaba contra el espejo veía en mi reflejo como el rompecabezas iba desapareciendo poco a poco a medida que el ritmo de la situación incrementaba: Cepeda seguía escupiendo, la joven seguía gimiendo, mi local palidecía de lo que hacía y yo volvía a observar en mi interior mechones comiéndose mis pupilas con delgados y filosos pelos, la escena se repetía una y otra vez como quien dice escena mata epilépticos, pero aquella terminó en un gemido y una corrida.

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⏰ Última actualización: Sep 06 ⏰

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