Capítulo 5 - Siempre decides algo

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Imagina que alguien te pone una pistola en la cabeza y te dice que tienes que correr 42 kilómetros en menos de cinco horas, o si no, te matará a ti y a toda tu familia.
   Sería horrible.
   Ahora imagina que te compraste unos zapatos deportivos y ropa deportiva
padrísimos, entrenaste con religiosidad durante meses y completaste tu primer
maratón, con tu familia más cercana y tus amigos aplaudiéndote y lanzando vítores en la línea de meta.
   Eso podría ser en potencia uno de los momentos de más orgullo en tu vida.
   Los mismos 42 kilómetros. Exactamente la misma persona corriéndolos. El mismo dolor recorriéndote las mismas piernas. Pero cuando escogiste libremente y estabas preparado para ello, fue un acontecimiento espléndido e impotente en tu vida. Cuando fue forzado en contra de tu voluntad, resultó una de las experiencias más atemorizantes y dolorosas de tu existencia.
   A veces, la única diferencia entre un problema doloroso o sentirte con poder
es la percepción de que nosotros escogimos, que somos responsables de ello.
   Si tu situación actual te hace sentir miserable, de seguro se debe a que
consideras que alguna parte de él está fuera de tu control, que existe un problema y que no tienes la habilidad para resolverlo, un problema que te lanzaron sin que
tuvieras elección.
   Cuando sentimos que elegimos nuestros problemas, nos sentimos con poder. Cuando pensamos que los problemas nos cayeron contra nuestra voluntad, nos
sentimos victimizados y miserables.

La elección
William James tenía problemas. Problemas de verdad muy malos.
   A pesar de haber nacido dentro de una familia rica y prominente, desde su nacimiento sufrió problemas de salud de vida o muerte: una afección en un ojo que lo dejó temporalmente ciego en su niñez, una terrible condición estomacal que le causaba vómitos excesivos y lo forzó a adoptar un oscuro y selectivo régimen alimenticio, problemas con su audición, espasmos musculares de espalda tan fuertes que por días enteros no le permitían sentarse o mantenerse erguido.
   Debido a esos padecimientos, James pasaba la mayor parte de su tiempo en
casa. No tenía muchos amigos y no era particularmente bueno para la escuela.
En vez de ello, pasaba sus días pintando, eso era lo único que le gustaba y lo único en lo que se sentía de verdad bueno.
   Por desgracia nadie más pensaba que era bueno pintando.
   Cuando llegó a la edad adulta, nadie compró su arte y conforme pasaron los
años su padre (un empresario millonario) empezó a ridiculizarlo por su pereza y su falta de talento.
   Mientras tanto, su hermano menor, Henry James, se convirtió en un novelista
mundialmente aclamado y su hermana Alice James también lograría un nombre como escritora. William era el bicho raro de la familia, la oveja negra.
   En un intento desesperado por salvar el futuro del joven, su padre recurrió a sus contactos comerciales para que William fuera admitido en la Facultad de Medicina de Harvard. Era su última oportunidad, le dijo su progenitor; si la echaba a perder, no habría esperanza para él.
   Pero William nunca se sintió como en casa ni en paz en Harvard. La medicina nunca le atrajo, todo ese tiempo se sintió un impostor y un fraude. Después de todo, si él no podía superar sus propios problemas, ¿cómo podría esperar tener la energía para ayudar a los demás con los suyos? Un día, después de dar una vuelta por el área de psiquiatría, James escribió en su diario que sentía que tenía más en común con los pacientes que con los doctores.
   Así pasaron un par de años, y de nuevo con la desaprobación de su padre, William James dejó la facultad. Pero más allá de lidiar con el peso de la ira de su progenitor, decidió irse lejos: se enlistó en una expedición antropológica a la selva amazónica.
   Corría la década de 1860, de modo que los viajes transcontinentales eran difíciles y peligrosos. Si alguna vez jugaste Pioneros cuando eras niño, esto era un poco como este pasatiempo, con todo y la disentería, los bueyes ahogados y todo aquello.
   Y así, William James llegó al Amazonas, donde comenzaría la aventura real.
Sorprendentemente, su frágil salud se sostuvo durante el trayecto, pero una vez
ahí, durante el primer día de la expedición, de inmediato contrajo viruela y casi muere en la selva.
   Entonces regresaron sus espasmos musculares, tan dolorosos que no le permitían caminar. Ya para ese momento, estaba demacrado y famélico por la viruela, inmovilizado por su espalda adolorida, solo, y a la mitad de América del Sur (el resto de la expedición había continuado sin él), sin una idea clara de cómo regresar a casa, un viaje que le llevaría meses y probablemente lo mataría de cualquier forma.
   Pero de alguna manera logró regresar a Nueva Inglaterra, donde lo recibió su (aún más) decepcionado padre. Para ese momento el joven ya no era tal, ya rozaba los 30 años, seguía desempleado, fracasaba en todo lo que emprendía, con un cuerpo que de modo rutinario lo traicionaba y no parecía que fuera a mejorar. A pesar de las ventajas y oportunidades que tuvo en la vida, todo se había desmoronado. Las únicas constantes en su existencia parecían ser el sufrimiento y la desilusión. William cayó en una gran depresión y empezó a
considerar la idea de quitarse la vida.
   ¿Qué pasó al final? William James consiguió convertirse en el padre de la
psicología estadounidense. Su trabajo ha sido traducido a todos los idiomas habidos y por haber, y es reconocido como uno de los psicólogos-filósofos-intelectuales más influyentes de su generación. Regresó a Harvard como profesor e impartió conferencias por Estados Unidos, Europa y el mundo. Se casó y tuvo cinco hijos (uno de ellos, Henry, se convirtió en un famoso biógrafo y ganó un premio Pulitzer). Años después, James se referiría a su pequeño
experimento como su “renacimiento” y a éste le daría el crédito de cada logro sucesivo en su vida.
   Hay un simple detalle del que se deriva toda mejora personal y todo crecimiento: la comprensión de que somos, individualmente, responsables de todo en nuestras vidas, sin importar las circunstancias externas.
   No siempre controlamos lo que nos sucede, pero siempre controlamos cómo
interpretamos lo que nos sucede y cómo respondemos a ello.
   Ya sea que lo reconozcamos de manera consciente o no, siempre somos responsables de nuestras experiencias. Es imposible no serlo. Elegir no interpretar conscientemente los eventos en nuestras vidas es una forma de interpretar los eventos en nuestras vidas. Elegir no responder a los eventos en nuestras vidas es una manera de responder a los eventos en nuestras vidas. Incluso si te atropella un coche lleno de payasos y encima te orinan todos los niños de un camión de escuela, sigue siendo tu responsabilidad interpretar el significado del evento y elegir una respuesta.
   Nos guste o no, siempre adoptamos un papel activo en lo que ocurre dentro de nosotros y a nosotros. Siempre estamos interpretando el significado de cada
momento y de cada situación. Siempre elegimos los valores sobre los que nos
desenvolvemos y los parámetros con los que evaluamos todo lo que nos sucede.
A menudo, un mismo evento puede ser bueno o malo, dependiendo del parámetro que elijamos usar.
   El punto es: siempre estamos eligiendo, tanto si lo reconocemos como si no. Siempre.
   Todo se resume a cómo, en realidad, no existe tal cosa como que te importe un carajo. Es imposible. A todos nos tiene que importar algo. Que te importe un carajo todo es darle importancia a algo.
   Las verdaderas preguntas son: ¿a qué elegimos darle importancia? ¿Sobre qué valores estamos eligiendo basar nuestras acciones? ¿Qué parámetros elegimos para evaluar nuestra vida? ¿Son éstas buenas elecciones, buenos valores y buenos parámetros?

El sutil arte de que te importe un caraj✺ - Mark MansonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora