Alguna vez conocí a un tipo, lo llamaremos Jimmy.
Jimmy siempre andaba con varios negocios al mismo tiempo. En un día
cualquiera, si le preguntabas qué estaba haciendo, te recitaba de un jalón el
nombre de una firma a la que le realizaba una consultoría, te describía una aplicación móvil de medicina para la que buscaba inversionistas, te platicaba acerca de un evento de caridad en el que sería invitado para dar el discurso de cierre o la idea que tenía para un tipo de bomba de gas más eficiente que le haría ganar millones. El hombre siempre andaba por todos lados y si le dabas un ápice de tu atención, te pulverizaba contándote lo increíble que era su negocio, lo brillantes que resultaban sus ideas y dejaría caer tantos nombres de gente famosa que te sentirías como si estuvieras hablando con un reportero de espectáculos.
Jimmy era positivo todo el tiempo. Siempre empujando hacia adelante,
siempre trabajando un nuevo ángulo; un tipo ambicioso.
El problema era que Jimmy también era un holgazán: mucha plática y cero acción. Drogado la mayoría del tiempo y gastando tanto dinero en bares y restaurantes finos como en sus “ideas de negocio”, era una sanguijuela profesional, vivía de los recursos monetarios bien ganados de su familia y de gente que conocía en la ciudad, a la que mareaba con falsas ideas de la
tecnología del futuro. Claro, a veces le ponía un poco de esfuerzo o tomaba el teléfono y llamaba a alguien importante; dejaba caer nombres hasta que se le acababan, pero en realidad nunca le fructificaba nada. Ninguno de esos “negocios” floreció jamás.
Sin embargo, el tipo mantuvo esta forma de vida hasta casi cumplir 30 años; lo mantenían sus novias y buscaba dinero entre parientes cada vez más lejanos. Y la parte más bizarra de todo es que Jimmy se sentía bien haciendo eso. Tenía una confianza en sí mismo que rayaba en el delirio. La gente que se reía de él o le colgaba el teléfono estaba —en su opinión— “perdiéndose la oportunidad de su vida”. Las personas que descubrían la falsedad en sus ideas de negocio eran “demasiado ignorantes o no tenían experiencia” para entender su genialidad. Quienes señalaban su vida de vago lo hacían “por celos” u “odiaban que tuviera éxito porque lo envidiaban”.
Jimmy hizo algo de dinero, a pesar de que usualmente lo obtenía de manera
fraudulenta al plagiar las ideas de alguien más y vendiéndolas como si fueran suyas, al obtener préstamos o, peor aún, al convencer a un incauto de que le cediera acciones en su negocio. Incluso, de manera ocasional conseguía que lo contrataran para hablar en público (¿sobre qué?, no me puedo imaginar) y recibir remuneración.
Lo peor es que Jimmy se creía sus propias historias. Su delirio era a prueba de balas, tanto, que era honestamente difícil enojarse con él, verlo en acción resultaba sorprendente.
En algún momento de los años sesenta, “desarrollar una alta autoestima” — tener pensamientos y sentimientos positivos sobre uno mismo— se convirtió en
el furor de la psicología. Las investigaciones arrojaron que la gente que se pensaba con alta autoestima por lo general se desenvolvía mejor y causaba menos problemas. Muchos investigadores y responsables políticos de aquella época comenzaron a creer que elevar el autoestima de una población podía
desencadenar beneficios sociales tangibles como una menor tasa de crímenes, mejores resultados académicos, mayor empleo, un menor déficit de presupuesto . . . Como resultado de lo anterior, a principios de la siguiente década —los setenta—, las prácticas de autoestima empezaron a ser enseñadas a los padres, las enfatizaron terapistas, políticos y maestros, y se adoptaron como política educativa. Las calificaciones infladas, por ejemplo, se implementaron para conseguir que los chicos que no eran tan brillantes se sintieran mejor sobre su bajo aprovechamiento. Se inventaron certificados de participación y trofeos falsos para actividades mundanas y rutinarias; los niños recibían tareas tontas,
como escribir todas las razones por las que creían ser especiales o las cinco cosas
que les gustaban más de sí mismos. Los pastores y ministros predicaban en sus
congregaciones que cada uno era único y especial a los ojos de Dios, y que estaban destinados a sobresalir de la medianía. Surgieron seminarios de negocios y motivacionales, se coreó el mismo mantra paradójico: cada uno de nosotros puede ser excepcional y masivamente exitoso.
Una generación después, ya tenemos la información. No todos somos excepcionales. Resulta que el simple hecho de sentirse bien con uno mismo en realidad no significa nada a menos que tengas una buena razón para sentirte bien contigo mismo. Resulta también que la adversidad y el fracaso son, de hecho, útiles e incluso necesarios para desarrollar adultos exitosos y fuertes en términos emocionales. Y resulta que enseñarle a la gente a creer que es excepcional y sentirse bien acerca de sí sin ton ni son no logra crear una generación plagada de Bill Gates o Martin Luther Kings. Crea una población llena de Jimmys.
Jimmy, el iluso fundador de negocios. Jimmy, el que fumaba mota todo el día
y no tenía ninguna habilidad real más allá que hablar bien de él y creérselo. Jimmy, el tipo de hombre que le gritaba a su socio de negocios por ser “inmaduro” y luego iba a gastarse todo el crédito de la compañía al restaurante más caro de la ciudad para impresionar a alguna modelo rusa. Jimmy, a quien se le estaban acabando los parientes que le pudieran prestar más dinero.
Sí, ese ser confiado y con alta autoestima llamado Jimmy. El Jimmy que dedicó tanto tiempo a hablar de lo bueno que era hasta que, ya sabes, se le olvidó que en realidad debía hacer algo.
El problema con este movimiento de autoestima es que se basaba en el hecho
de qué tan positivamente se percibía la gente; pero una medición verdadera y precisa del valor de uno mismo es cómo las personas se sienten sobre sus aspectos negativos. Si alguien como Jimmy se siente asombrosamente bien durante 99 por ciento del tiempo, a pesar de que su vida se esté desmoronando a su alrededor, entonces ¿cómo lo anterior puede ser un parámetro válido para una vida feliz y exitosa?
Jimmy se siente con derecho a todo. Esto es, se percibe a sí mismo como merecedor de cosas buenas sin realmente hacer algo para obtenerlas. Cree que debería ser rico sin trabajar para ello. Él considera que debería caerle bien a la gente y poseer buenos contactos sin tener que ayudar a nadie. Piensa que debería disfrutar un estilo de vida maravilloso sin sacrificar nada a cambio.
La gente como Jimmy se obsesiona tanto en sentirse bien con sigo misma que logra engañarse y convencerse de que está logrando grandes cosas, aun cuando no sea cierto. Estas personas creen que son ese exitoso fundador de un nuevo negocio cuando, de hecho, nunca han tenido ningún negocio exitoso. Se autodenominan life coaches o entrenadores de vida y cobran dinero por ayudar a otros, a pesar de que sólo tienen 25 años y jamás han logrado algo sustancial en sus existencias.
Quienes se sienten con derecho a todo exudan un grado de confianza en sí mismos que raya en el delirio. Dicha confianza puede ser atractiva para algunos, al menos por un rato. En ciertas instancias, el alucinante nivel de confianza de estos individuos puede ser contagioso y propiciar que la gente alrededor suyo también sienta más confianza sobre sí. A pesar de todas las locuras de Jimmy, tengo que admitir que a veces era divertido salir con él. Te sentías indestructible a su lado.
Pero el problema de creerse con derecho a todo es que hace que la gente necesite sentirse bien consigo misma todo el tiempo, incluso a costa de quienes se encuentran a su alrededor. Y ya que esta gente siempre necesita sentirse bien, termina gastando su tiempo pensando sólo en ella. Después de todo, convencerte de que tu popó no apesta requiere mucha energía y trabajo, en especial cuando has estado viviendo en un inodoro.
Una vez que las personas han desarrollado ese patrón de pensamiento, de interpretar constantemente lo que sucede a su alrededor como autoengrandecedor, es muy complicado sacarlas de ese círculo vicioso.
Cualquier intento de razonar con ellas es visto simplemente como otra “amenaza” a su superioridad por una persona que “no puede” con lo listos- talentosos- guapos- exitosos que son.
Este sentirse con derecho a todo envuelve a las personas en una burbuja narcisista; distorsionan todo para reforzarse a sí mismas. La gente que se cree con derecho a todo ve cada situación en su vida ya sea como una afirmación de, o una amenaza para, su propia grandeza. Si algo bueno les ocurre, es por alguna hazaña maravillosa que consiguieron, y si algo malo les sucede, es porque alguien está celoso e intenta derribarlos. Este sentimiento es impasible, las personas que se sienten con derecho a todo, se engañan con cualquier cosa que
alimente su sentido de superioridad. Mantienen esta fachada mental a cualquier
costo, incluso si a veces requiere ser física o emocionalmente abusivo con los que los rodean.
Pero ésta es una estrategia fallida. Es otra forma de droga mental. Esto no es felicidad.
La verdadera medida del valor propio no se basa en cómo esa persona se percibe respecto de sus experiencias positivas, sino cómo se siente en relación con las experiencias negativas. Una persona como Jimmy se esconde de sus problemas y se inventa éxitos ficticios en cada esquina; y como no puede enfrentar sus adversidades, sin importar lo bien que se sienta consigo misma, es débil.
Una persona que en verdad posee una alta autoestima es capaz de analizar las partes negativas de su carácter con franqueza. “Sí, a veces soy irresponsable con el dinero”, “Sí, confío demasiado en otros para apoyarme, debería confiar más en mí mismo”, y después actúan para mejorar. Pero la gente que se siente con derecho a todo, al ser incapaz de reconocer sus problemas de manera abierta y honesta, es incapaz asimismo de mejorar su vida de una manera significativa y duradera. Al final, siguen persiguiendo esa sensación de grandeza una y otra vez; acumulan más y más niveles de negación.
Pero eventualmente la realidad pega y los problemas subyacentes volverán a presentarse. Es sólo cuestión de cuándo y qué tan doloroso será.
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El sutil arte de que te importe un caraj✺ - Mark Manson
AléatoireUn enfoque disruptivo para vivir una buena vida