Capítulo I

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Despolvando historias increíbles, mi memoria guarda el más cruel de los sucesos. Puedo escribir con hidalguía, siendo yo un héroe sin proezas en mi propia historia, pero la verdad por tan desdeñosa que sea, encuentra pastura a la luz del día y a los oídos que no son sordos. No hay doncellas que rescatar ni caballería, la peculiaridad de éste relato dejará sin palabras al orador más capaz y llenará de ocurrencias al más ávido soñador.

Sucede que estando en mi niñez mientras jugaba a orillas del caudaloso río, sin más preocupación que hacer saltar piedras sobre las aguas, un peculiar ronroneo perturbó la atmósfera de mis pensamientos juveniles hasta percibir la presencia de un gato ordinariamente grande, que emergía de las aguas como si de un pequeño baño se tratase.
El animal reposó su cuerpo delante de mi, por lo cual quise espantarlo rápidamente pero él ignoraba todas mis acciones. Comencé a arrojarle pequeñas piedras pero no lograba asestarle desde la distancia y me fui acercando cada vez más para lograr mi cometido, pero estando cerca de él, tal fue mi espanto cuando noté que las piedras desaparecían en su denso pelaje negro.
Parado sobre sus cuatro patas, comenzó a caminar hasta cruzar las paredes de la Quinta La Bohème, un conjunto de moradas en ruinas pero habitadas por las familias más pobres del pueblo.

Languidecido por tan irreverente animal, sometí el miedo al calor de mi voluntad y fui tras él para descubrir el misterio que me aquejaba.
Había algo en ese gato y no parecía estar dentro de los apacibles campos de la cotidianidad.
Entré a la Quinta y comencé a preguntar por el animal pero nadie lo había visto, un fantasma se coló a sus hogares y solo yo logré percibirlo.

-¿Osas requerir mi presencia?

Escuchando tales palabras, cuestioné mi cordura bajo el umbral de la entrada, pero ahí estaba el gato, ronroneando apaciblemente y lamiendo sus patas delanteras. La tarde moría en el horizonte y rápidamente el miedo me hizo su presa, no pude atar los nervios con los lazos del razonamiento. Ignorar al gato fue lo más sensato, algo estaba horrorosamente mal entorno al felino, por eso corrí a casa sin voltear atrás.

Al despuntar el alba, los vecinos sollozaban desconsolados, algo había sucedido en la Quinta La Bohème, algo realmente terrible y espantoso, todos los moradores; niños y mujeres, ancianos y jóvenes, estaban colgados en los árboles bailando al compás del viento con el sosiego de la mañana. No era una masacre, fue un suicidio colectivo. Nadie podía creerlo, pero en mi interior sabía que aquel gato era culpable, el mismo animal que merodeaba los cadáveres y ronroneaba con un placer repulsivo.

Quinta La Bohème Donde viven las historias. Descúbrelo ahora