Prólogo

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La estación de tren de South Park, un lugar pequeño y desgastado, hecho a base de madera vieja y rota

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La estación de tren de South Park, un lugar pequeño y desgastado, hecho a base de madera vieja y rota. Muchos extranjeros se lograban ver ahí, un murmullo indefendible se podía oír en el ambiente, miles de acentos e idiomas alrededor de las vías de un tren que llegaría desde Mississippi, hacia el pueblo en busca de nuevos pasajeros hasta el próximo destino. Cruzaría todo lo que le restaba de país hasta llegar a Washington D.C.

Ahora mismo vendría en unos 15 minutos, aunque generalmente llegaba antes. Enfrente de las vías se veía un lugar de espera lleno de sillas y unos cuantos televisores que no funcionaban mucho. Y ahí, entre la multitud y charlas se veían a nuestros dos protagonistas.

Un rubio un tanto más alto que un castaño, ambos sentados uno junto al otro, tomando sus manos mientras charlaban del futuro viaje del francés. Si, el mayor en altura se veía triste, preocupado, no quería que su amigo se fuera, tenía apenas 14 años y se iba sin una razón clara, puesto nunca quiso darla. Por otro lado el menor mostraba un rostro serio cómo siempre, intentaba ocultar la preocupación que tenía, puesto era patético estar asustado, y sabía que asustaría a su amigo, que aseguraba estallaría en llanto si le mencionaba que jamás volvería, o aunque sea en mucho mucho mucho tiempo.

Sujetaba el británico su mano, con fuerza, cómo si haciendo eso podría estar con él el resto de su vida, pero no era así, cuándo las vías rechinaron avisando la llegada del tren, esa rasposa mano francesa se separó de sus dedos, desenredandolos. Se levantó el castaño de su asiento, mientras volteaba a ver al vehículo frenar. Miró a los ojos al rubio, que al fin, sacaba lágrima que contuvo durante semanas.

Resbalaban por sus mejillas que comenzaban a enrojecerse, el contrario no supo que decir o hacer. Se iría, y aunque volviera nada sería igual, ellos serían mayores y no serían iguales, ese cariño acababa cuando el francés entrara a ese tren viejo que lo llevaría lejos, muy lejos de el rubio.

Ambos se acercaron hasta la entrada, se entregaron un abrazo fuerte, muy fuerte y lleno de molestia y cariño a la vez, tenía que irse, o pondría en peligro su vida, y la del británico. Alejaron un poco sus cuerpos, aún observando sus ojos mutuamente, mirando todos los sentimientos y momentos que pasaban por sus orbes. Sus manos volvían a estar juntas, enredando sus suaves dedos de jóvenes, pero lamentablemente nada duró, y el francés se alejó, y aunque solo se alejó unos metros hasta llegar a ver al rubio desde su ventana, parecía que estuviera a millones de años luz de distancia.

El tren avanzó, poco a poco soltaba humo e iban sus ruedas moviéndose gracias a la fuerza que las palancas junto a ellas ejercían. Y así se iba, el británico veía cómo se alejaba la silueta de su mejor amigo, y así corrió. Si, corría y corría, escapando del pueblo y simplemente yendo junto al tren. Ingenuo, cómo si corriendo podría escapar del terror de no volver a ver a su amigo, de la ansiedad de jamás haberle dicho lo que le dijo desde lejos a gritos mirando al francés desde su ventana.

“¡Te amo, desgraciado!” Gritó, mientras sus pies de rendían a correr y lo hacían caer al suelo de tierra, manchando sus ropas claras.

Si, el contrario lo oyó, pero jamás pudo responder, ahora iba hacia otro continente, escapando de la muerte, escapando de su amor hacia el británico, se iba, lejos.

Esperaba volver a verlo, pero sabía que siendo mayores ellos jamás serían iguales, no volvería a amarlo.

Lo creía.

Lo cree.

¿Lo creerá?

¿Lo creerá?

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Reencuentro - Gregstophe.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora