1
Ayudé a un león a comprender lo que llamamos sentido. Yo era desde que nací, una mujer sin talento, de esas que solo están para amarse por su belleza y no por su intelecto. De esas que solo servían para procrear. Pensar era un tabú, pero no para él, a ese León le fascinaba que pensara... como lo extraño...
Sucedió una tarde de primavera cuando lo conoció, fue en uno de esos días acallados por las brisas de marzo y perturbados por la calurosa bienvenida de la incauta juventud del tiempo. El sol ardía con pasión y Serena se ocultaba en las sombras, presa de su propia morada. La dama de belleza indudable, pasaba cada tarde envuelta en mantas carmesí que cubrían su desnudez, tendida sobre su ventana con la mirada en el horizonte. La floresta se fundía con la visión y ella estiraba la mano para tocar, aunque fuera un solo rayo del sol. Quería que su pálida tez se bronceara con el calor solar, sin embargo, era siempre imposible. Un lúcido sueño del que no podía despertar. La arquitectura de aquella cuidada mansión estaba diseñada para que el sol jamás pudiera tocar ni un solo de sus cabellos, y por las tardes las ventanas se cerraban, cubriéndose de espesas mantas oscuras que atenuaban hasta la más remota luz.
—¡Oh! Si tan solo pudiera tocarte —se lamentaba a gritos poco serenos de su parte—, incandescente estrella de la vida. Quiero que me acurruques en tus abrazadores mantos calurosos y suspires en mi piel la calidez que pocos tienen.
Pero cada que un pequeño vestigio de pensamiento brotaba de su alma, siempre llamaban a la puerta. Cuando eso ocurría, su mirada se oscurecía, perdía esa sencillez nostálgica para convertirse en plena amargura. Ellos ingresaban. No había palabras, solo sentimientos, los mismos sentimientos que todo hombre irradia cada que entre en ese lugar: lujuria. Ella es prisionera y sabe que no tiene otra elección, tiene que retirarse las mantas que la cubren y consentir a sus invitados. Ese es el precio por pensar, por nacer.
Un buen día el cuestionamiento llegó como los visitantes, y ella se encontraba hecha un mar de lágrimas. Se cuestionaba desconsolada por qué era una maldición pensar.
—¿Por qué no soy un ser humano total, destino mío?
Jamás había una respuesta, ni sus invitados ni nadie podía responderle. A excepción de su cuidador, quien en ocasiones llegaba con sus invitados en busca de los mismos placeres. Él con su mirada turba le respondía indiferente:
—Porque tú no naciste para eso, no hay libertad en tu nombre ni en tus palabras. Eres belleza entre escoria y tu único motivo es complacernos para gestar a los futuros reyes del mundo. Ahora, trabaja.
Los días e incluso años podían llegar a pasar sin que ella se molestase en saber cuál era cuál. De alguna forma sabía que el mundo se regía por siete días, dos en los cuales eran considerados descanso, en los cuales había una total libertad para hacer lo que a uno se le plazca. Ella suspiraba al pensar en ellos. <<Daría hasta mi belleza por probar un poco de esa libertad...>> Pensaba en vano.
Sus conocimientos sobre diversos temas era algo extraordinario, si un experto tuviera que analizarla, era seguro que la calificaría como una erudita pobre. Capaz de adquirir nuevos conocimientos a través del pensar, del leer o del ver. No había otra forma que con los viejos libros que ha ocultado debajo de su cama, los cuales son su escape al mundo. Siempre que pasa por un momento difícil, trata de adquirir un nuevo conocimiento en base aquellos colosales libros repletos de la historia del mundo, los pensamientos del mismo o los descubrimientos de esos seres libres. Había una infinidad de cosas que le podía ofrecer el simple gusto de leer, en pocas palabras, le brindaban la calidad cercana al nirvana de la ansiada emancipación. Pero aquello es lejano y tardío, y no existía forma de escapar de su verdad, para lo que fue creada. Jamás conoció a su madre, y su padre era alguien aristócrata, lo descubrió con el tiempo, pero al hacerlo cuestionó que se tratase de alguien tan importante como para dejar a su hija a cargo de un desconocido en tierras lejanas. Serena más bien cree que su padre era un simple hombre preso de la codicia que le ofrecía vender a su hija por varios o miles de monedas de oro. Eventualmente, aquello se la acabaría y Serena sabía que su padre vendería su vida por un poco de sabor a ese éxito.
De nuevo fue uno de esos días, cuando el sol amenazaba con ocultarse y emergía la luna victoriosa. Volvió a tener otra epifanía de raciocinio, sin embargo, la intensidad de este era diferente a sus otros pensamientos. <<Ojalá, ojalá de los, ojalá, alguien venga por mí. No quiero a mi príncipe azul, quiero a alguien con quien compartir mis preocupaciones, mis pensamientos, mis metas, mi todo. Quiero a esos que se les conoce como amigos, de doble filo y empáticos. Si tan solo alguien pudiera estar conmigo para conocer lo que es un amigo...>>
Desilusionada de que el éxtasis de pensar que aquello se haría realidad pasara, entre vanidad y tristeza, esperó, y esperó, a que alguien atravesase aquel portal en busca de regodeo desmedido. No obstante, nadie llegó, nadie atravesó el umbral, ni mucho menos hubo regaño ni remordimiento.
Intrigada por el suceso, miraba aquella entrada ennegrecida por los colores, tratando de descifrar si había ocurrido algo más que un simple deseo vanidoso. Entonces un pequeño miedo la invadió cuando de aquella negrura surgió un león, en toda la extensión de la palabra. Era de un gran tamaño, pelaje dorado, movimientos felinos y de una postura intimidante.
Su espesa melena se agitaba como la seda y su rostro reflejaba una madurez única. Y mientras más se acercaba a ella, notaba que estaba herido, de su pata emanaba ríos de sangre que no parecían molestarle en lo absoluto. Serena, sin pensarlo, decidió auxiliarlo. No le importó la peligrosidad del mismo, porque su intuición le decía que aquel imponente ser había venido en busca de su ayuda, y eso era lo único que podía brindar a sus visitantes.
ESTÁS LEYENDO
El león pensante y la mujer paloma
Short StoryAyudé a un león a comprender lo que llamamos sentido. Yo era desde que nací, una mujer sin talento, de esas que solo están para amarse por su belleza y no por su intelecto. De esas que solo servían para procrear. Pensar era un tabú, pero no para él...