Capítulo 74

362 75 194
                                    

“El niño que no juega no es un niño, pero el hombre que no juega perdió para siempre al niño que vivía en él y que le hará mucha falta.”

—Pablo Neruda.

Cuando regreso a la sala, me encuentro a Ian y a Celeste sumergidos en lo que parece ser un emocionante juego de Piedra, Papel o Tijeras.

La niña forma una tijera con los dedos y después le exclama a Ian, quien tiene la palma de la mano abierta:

—¡Gané!

Ian bufa, rendido.

—Vale, vale. ¡Perdí de nuevo! Es imposible ganarte en este juego.

No quiero interrumpir su momento de diversión, pero no me queda otra opción más que aclararme la garganta para que se percaten de mi presencia.

Ambos centran su atención en mí y dejan el juego de lado.

—Mi abuela aún duerme —les informo.

Celeste parece decepcionada. Realmente quería saludar a mi abuela.

Me alegra muchísimo que mi Abu sea tan querida...

—No importa —dice la niña con convicción—. No solo vinimos a visitar a la señora Anastasia, también a ti. Quería conocerte en persona. Además, Ian se moría por verte...

¡Lasañas! Creo que Celeste es más chismosa que Marena.

En esta ocasión no puedo evitar sonrojarme.

Me cabreo.

Me cabreo conmigo misma y con mi sistema nervioso.

Y también con mi corazón, porque acaba de acelerarse como si el asesino del cuchillo lo estuviera persiguiendo.

«Pero vamos, corazoncito estúpido, ¿qué te pasa?».

—¡Celeste! ¡Cierra el pico de una vez! —se queja Ian, evidentemente molesto, mientras le jala una oreja a su hermana.

—¡Ay! —chilla la pequeña—. Solo comentaba...

—Aylin, no creas nada de lo que dice. Se está inventando las cosas.

Me cruzo de brazos.

—Ajá, claro —le respondo con ironía.

—De verdad, tienes que creerme... —dice, casi suplicando.

—No me pidas que te crea a ti... —Miro en dirección a Celeste, quien está haciendo un mohín. Le sonrío— cuando obviamente le creeré a ella.

La niña me sonríe de oreja a oreja, luego mira a Ian y le saca la lengua.

—¿Ves? ¡Aylin está de mi lado!

Ian se levanta del sofá de un salto, después alza las manos en señal de rendición y con molestia, exclama:

—¡Pues vale! Ambas en mi contra, ¡perfecto!

—Ya, dejemos esta plática —les pido. No quiero discutir—. Ian, nadie está en tu contra. Tranquilo.

Celeste asiente con la cabeza, conforme.

Ian parece poco convencido. Sé que tiene ganas de seguir discutiendo, pero cede.

—De acuerdo, señorita Deyer.

Está cabreado... Pero bueno, más cabreada estoy yo porque las mejillas todavía me arden. Creo que sigo sonrojada. Solo espero que Ian no se dé cuenta...

Es obvio que se dará cuenta. ¡Estás más roja que un tomate!

No me voy a alterar...

Mente positiva. Ian no se dará cuenta.

Al otro lado de la línea © (#1AOL) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora