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Durante las dos semanas siguientes, Hao se despertó cada mañana y corría al baño con nauseas. Él creía firmemente que la altura era la culpable, no esa tontería de que estaba embarazado. Su estómago empezaba a crecer, pero culpó de ello a la comida de Hanbin, que era tan buena que Hao no dejaba pasar una sola comida que Hanbin le hubiese servido.

Aunque nada de eso explicaba la extraña línea oscura en su estómago.

Hanbin entró en el baño y mojó un paño, como lo hacía cada mañana. Limpió la boca de Hao y tiró de la cadena antes de recoger a Hao y llevarlo de vuelta a la cama.

—Descansa mientras te hago algo ligero para comer.

—Creo que me estás engordando para después cocinarme. — Hao se dio la vuelta, abrazando su estómago—. Deja de hacerme más gordo de lo que ya lo estoy.

Con una profunda risita, Hanbin se dirigió hacia abajo. Eso era otra cosa. Últimamente, Hanbin sonreía mucho e incluso se rió. Su sonrisa le hacía diez veces más guapo.

Hao finalmente le dijo a su jefe que había decidido regresar a casa. Gracias a Dios que nunca le había hablado a Minhyun acerca de su padre, o Minhyun hubiera sabido que Hao estaba lleno de mierda. No tenía idea de qué haría por dinero, pero en ese momento su única preocupación era conseguir que su estómago se asentara.

El olor de las tostadas subió por las escaleras, haciendo rugir el estómago de Hao. — ¿Cómo puedes pensar en comer cuando estás nauseas? — Se preguntó. Pero últimamente, el apetito de Hao había crecido.

Se levantó y salió de la cama, luego bajó las escaleras. La vista de Hanbin en el mostrador no llevando nada más que sus pantalones de pijama nunca pasarían de moda. El pene de Hao estaba de acuerdo.

Sacó una silla y se sentó en la mesa. —Pensé que te había dicho que te quedaras en la cama. —dijo Hanbin.

—Y me estoy volviendo loco encerrado dentro. ¿No podemos ir a dar un paseo hoy? Necesito un poco de aire fresco. — Tal vez eso ayudaría a su nauseas.

—No es seguro que pasees afuera. — Hanbin puso dos trozos de pan tostado en un plato y la mantequilla.

—No vas a estar a salvo aquí si tengo que quedarme encerrado más tiempo. —Hanbin gruñó—. Voy a salir hoy. —dijo Hao.

—No, tú no lo harás.

—Mírame. —Se levantó y se sintió un poco mareado mientras caminaba hacia la puerta principal. Antes de que pudiera abrirla, Hanbin estaba allí apretando su mano en la madera.

—¡Deja de ser un idiota! —Hao tiro de la puerta, pero Hanbin se negó a mover la mano—. He dicho que no es seguro.

—Entonces tú y tus hermanos podéis ser mis guardaespaldas. —Hao le dio a Hanbin una palmada en la mano—. Necesito aire fresco.

Hanbin apretó la mandíbula. —Entonces come algo primero. Y tienes que vestirte apropiadamente.

La única ropa que Hao tenía eran las que llevaba puestas cuando Hanbin lo trajo aquí. Hanbin las había lavado todos los días, pero Hao daría su huevo izquierdo por ir a casa para recuperar el resto de sus cosas.

Aunque le gustaba dormir con las camisas de Hanbin quería su propio pijama.

—Bien. —Hao cedió y volvió a la cocina—. ¿Qué tan difícil sería sacar mis cosas de mi casa?

—No es difícil. —Dijo Hanbin—. Tengo tu licencia de conducir de tu cartera y envié a Jiwoong y Gunwook a tu casa anoche.

Hao se animó. Estaba tan feliz de tener su propia ropa que a él no le importaba que Hanbin hubiera tomado su billetera. —Entonces, ¿dónde están mis cosas?

Un oso en el camino | HaobinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora