Clouds

43 6 2
                                    

Feliz san Valentín.

Bill pasó una pequeña canastita cubierta de un tul rojo en suaves destellos plateados, Tom sonrió mientras la acercaba frente a él.

-¿Para mí?

El repentino escarlata en las mejillas de Bill respondió sus dudas, asintiendo Bill murmuró un "no hay nadie más" que a punto estuvo de escaparse de los oídos de Tom por ser tan débil.

No importa, Tom escucharía siempre cada palabra que de Bill saliera.

-¿Las has hecho tú?

Hermosas galletas con formas de nubes llenaban esa canasta, finos detalles lucían, desde el betún más ornamentado hasta las que tenían el glass rebosante en ellas, parecían preciosos algodones, como esos que adornan el cielo sobre ellos.

-Sí, son nubes. Como tú.

Recordó entonces la plática con Natalie y el surgimiento del "Príncipe Nube", así que sí, eran nubes... como él.

Tom sonrió por la simpleza de los pensamientos de Bill debería de haberse acostumbrado a esos pequeños detalles que llenaban su existencia desde que el menor entró en ella, más no podía. Siempre y no importara la forma, Bill parecía encontrar un nuevo camino a sus sentimientos, parecía fácil, él lo hacía ver tan fácil que Tom se abrumaba cuando trataba de hacer lo mismo sin lograr los resultados magníficos que el menor tenía.

Era entonces cuando se recordaba que en este mundo, había cosas que sólo Bill podría lograr.

Sólo Billy podía sonreír con el alma, no se trataba de un movimiento muscular y de sonidos graciosos, no, su pequeño amigo sonreía como si la vida misma fuera a terminarse al acallar su risa.

Bill actuaba con sinceridad y nobleza siempre, como cuando Melo enfermó, el menor había pasado dos noches seguidas cuidando de la pequeña peluda. Estaba mortificado por la enfermedad que tenía, la entonces cachorrita, una infección respiratoria que la dejó muy decaída, logró ver en una de esas noches de vigilia como Bill acunaba a la perrita con respiración dificultosa mientras le cantaba entre susurros una canción de cuna. El resultado, Melo ahora vivía en el departamento de Bill.

Pequeña traidora.

Bill vivía intensamente. Recordó entonces aquella vez en la nieve, cuando a Andreas se le ocurrió incluirlos en su equipo de viaje, revivió entonces la angustia manifestada al convertir, en aras de su propia exageración, montículos de nieve en altas montañas escarpadas. Horror.

¿Por qué?

La imagen de un torpe Bill con esquís en marcha. ¡Niño insensato! Tom aún mantiene el aliento de sólo recordar el momento en que lo vio caer, rodando colina abajo. No se lastimó, afortunadamente. Lejos de eso Bill se levantó entre carcajadas sacudiéndose la nieve y brillando con esa sonrisa. ¡Maldita sonrisa tan hermosa!

Después de que Tom recordó respirar, la reprimenda por el descuido no fue nada sencilla para el pelinegro.


Bill nunca mentía. Siempre decía lo que rondaba por su mente.

-Seguramente fue tu culpa, Tom.

-Te he dicho que no. Ella se metió en la fila. Y se llevó el último.

-¿Quién? ¿Ella? -Bill señalaba a la gruesa mujer frente a ellos, Tom asintió. -Permíteme.

Tom escuchó muy poco, pero al detectar las palabras irrespetuosa, holgazana, y persona sin sentido de la civilidad, aunado a la tonalidad roja que empezó a tomar el rostro de la mujer, decidió que era momento de arrastrar a Bill al siguiente puesto de helados.

Dear BillDonde viven las historias. Descúbrelo ahora