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𝙲𝚊𝚙í𝚝𝚞𝚕𝚘 𝟽
La primera carrera de la temporada había comenzado oficialmente: Baréin. Primera carrera de Sebastian en Aston Martin. Primera carrera mía en el equipo.
Desde el garaje, con los audífonos puestos, escuchaba cada comunicación por la radio. Hanna, a unos metros de mí, también los llevaba. Ambas estábamos atentas, pendientes de cada palabra, de cada pequeño indicio de cómo iba la carrera de Sebastian.
No tenía un mal ritmo, pero tampoco era lo que él estaba acostumbrado. Lo conocía lo suficiente para saber que debía estar frustrado.
-Sebastian, no empujes más. -La voz de su ingeniero sonó con firmeza en mis audífonos.
Apreté los labios. Sabía que Sebastian no iba a escuchar.
-Estás en puntos, es suficiente.
Cerré los ojos un segundo. Suficiente nunca era suficiente para él.
Hanna y yo intercambiamos una mirada. Su preocupación era evidente. Yo sentía la ansiedad treparme por la garganta.
-Sebastian, es recién la primera carrera.
El tono del ingeniero sonaba a súplica.
Pero era demasiado tarde.
Escuché su respiración agitada en la radio justo antes del desastre. El coche perdió estabilidad, dio un latigazo y terminó fuera de carrera.
El silencio en el garaje fue sofocante.
-Estoy bien. -Su voz en la radio alivió un poco la tensión en mi pecho, pero no lo suficiente.
Porque aunque físicamente estuviera bien, sabía que su humor no lo estaría.
La dirección de carrera no tardó en mostrar la bandera roja, deteniendo la carrera de inmediato. Los comisarios se movilizaron rápidamente para retirar el destrozado monoplaza de la pista, mientras los escombros esparcidos por el impacto eran cuidadosamente limpiados. A pesar de que Sebastian había confirmado por radio que estaba bien, la tensión en el garaje era casi sofocante.
Impulsada por una mezcla de preocupación y ansiedad, salí del garaje y me posicioné en el umbral, buscando entre la multitud de mecánicos y oficiales la figura de Sebastian.
Cuando finalmente lo vi, sentí que algo se hundía en mi estómago. Caminaba con el casco aún en una mano, los nudillos blancos por la fuerza con la que lo sujetaba. Su postura rígida, la mandíbula apretada y la mirada oscura lo delataban. Era un torbellino de frustración contenida, una bomba a punto de estallar.
Pasó junto a mí sin siquiera mirarme, su paso firme y veloz como si cada segundo que pasaba en el paddock fuera una tortura. Su silencio pesaba más que cualquier grito.
Apenas unos instantes después de que desapareciera en el garaje, su voz retumbó en el aire, cargada de furia.