Capítulo 9: Una ventana al alma

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Los días que siguieron a su diagnóstico, Pablo se sintió prácticamente un rehén dentro de su lugar de trabajo. Lionel, Roberto, Walter, Matías, Luis, Mariana, varios jugadores de la sub-17 (el más preocupado había sido el Diablito Echeverri), el personal de limpieza y de cocina, el jefe de seguridad, hasta el mismo Chiqui Tapia... Todas las personas dentro de la AFA se encargaron de vigilarlo y de cuidarlo como nunca antes, casi como si fuera un niño de nuevo. De más está decir que le habían extendido una licencia de una semana, dejándole terminante prohibido trabajar hasta recuperarse del todo. Y apenas ponía un pie fuera de su habitación, se encontraba con por lo menos tres pares de manos acercándole un mate o alguna infusión caliente, midiéndole la temperatura con la cara interna de la muñeca, acompañándolo a donde fuera e impidiéndole salir al patio si no era con un vistoso abrigo.

Abrigos que, para su buena y mala suerte a la vez, eran más que nada prestados de Lionel, quien se había convertido en su principal guardián.

Estar a su lado era tanto una tortura inmensa como el mismo paraíso. El cordobés tenía que luchar constantemente con los impulsos de abrazarlo, de besarlo, de acariciarlo, de suspirar cuando lo veía caminando hacia él, con alguna de sus camperas doblada sobre el brazo, el mate en la otra, y su hermosa sonrisa... No tenía forma de escaparse. Nada de él lo ayudaba a detener el revoloteo de las mariposas de su estómago, embobadas con cada gesto, cada palabra, cada parpadeo de sus largas pestañas, cada puchero inconsciente, cada contacto sobre su brazo o su espalda. Y menos aún lo ayudaba a detener el crecimiento de eso en su pecho.

Desde su crisis en la cancha y la posterior visita al hospital, había comenzado a escupir flores con más regularidad. Eran pétalos de pequeños a medianos, generalmente rosas y delicados, pero los últimos días había empezado notar la aparición de colores distintos, la mayoría totalmente irreconocibles por la sangre que los cubría. Así como había aprendido a disimular sus sentimientos, Pablo puso todos sus esfuerzos en disimular el vómito floral y los ataques de tos que estos conllevaban, forzándose a carraspear a su gusto en la soledad de su cama. Debía hacerles creer a los demás que estaba mejorando, por lo que tomaba los medicamentos y seguía todas las indicaciones con la paciencia de un santo. Pero sabía bien que nada de eso surtiría efecto, y cada día notaba más la aridez de su garganta, el frío recorriéndole los huesos marcados, la forma en la que sentía que le faltaba más y más oxígeno en cada inspiración...

Su situación de salud había alcanzado también su estado de ánimo, haciéndolo estar más triste y taciturno de lo normal. Había perdido a varios familiares, amigos, mascotas y plantas a lo largo de su vida; la más cercana en el tiempo había sido su madre. Conocía a personas de su pueblo que habían fallecido en terribles accidentes de tránsito, de sobredosis, o que habían decidido ponerle el punto final a su existencia y cometer suicidio. Desde pequeño conocía la inevitabilidad de la muerte como el fin natural de todo ser sobre la tierra. Y, sin embargo, nada de eso lo ayudaba a confrontar la realidad de que tenía a la Muerte acariciándole la espalda con sus dedos helados y huesudos.

¿Quería vivir? ¿Quería morir? Pablo no lo sabía. Lo único de lo que estaba seguro, era de que tenía miedo.

Viendo que el decaimiento iba más lejos que lo físico, intentando animarlo y hacerlo sentir bien, Lionel, Roberto y Walter le habían propuesto hacer una cena en la cocina de la AFA para que el cordobés no saliera del predio. El plato principal había sido intensamente discutido porque los cuatro querían cosas diferentes, pero finalmente, la selección fueron los siempre confiables fideos con tuco. El tuco, por supuesto, casero, y a pesar de que la idea inicial era hacer tallarines desde cero, el cansancio y la vagancia pudieron más que la voluntad y decidieron utilizar fideos comprados.

Pablo quería ayudar en la cocina, aunque fuera en lo más básico como condimentar o poner la olla con agua caliente sobre el ganafe, pero la condición de sus amigos era que él no podía hacer nada más que mirar y cebarles mate.

Mil flores para un boludo [Scaimar]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora