ÚNICO

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San soltó un largo y tendido suspiro cuando se dejó caer lentamente en la acera, frente a esa pequeña casa que estaba ubicada en una colina, rodeada de muchas estructuras idénticas, pero esa era particular, diferente entre tantas. Su cuerpo entero dolía, en punzadas insoportables que él intentaba ignorar como si no fuesen nada, mirando el cielo estrellado, junto al vaho que salió de su boca al haber suspirando con ese cansancio notable que le invadía.

Podía sentir el sabor de la sangre en su boca a pesar de que habían pasado un par de horas desde que se peleó con esos idiotas, los nudillos se resistían ante cada movimiento que creaban sus dedos, raspados. San estaba hecho un desastre, con la ropa sucia de tierra y rasgada en ciertas partes, ya no servía para nada. Estaba hundido hasta el cuello de problemas, pero actuaba como si nada al estar allí, porque era su única vía de escape de la realidad que le atormentaba. No estaba orgulloso de lo que era, de hecho, nadie estaría orgulloso de él por lo que hacía, pero así se ganaba la vida desde hace años.

El cielo se había comenzado a nublar, tan lentamente que ver como las estrellas se iban opacando al igual que la luna, le hizo sentir melancólico, un vacío en el pecho que se intensificó incluso cuando unos cuantos truenos se escucharon a lo lejos. San rodó los ojos ante la mala suerte que le invadía, como si los astros se hubiesen alineado perfectamente ese día para hacerle pasar por todo lo malo, como el karma que debía pagar de algún modo.

Choi San sacó de su bolsillo la cajita de cigarrillos y el encendedor, tomando uno entre sus labios para encenderlo, la temperatura estaba bajando cada vez más y la chaqueta hecha un desastre no era suficiente para calmar el frío que le recorrió de pues a cabeza, un escalofrío que avivó el dolor en sus músculos aporreados. San tomó una larga y profunda calada de su cigarro y luego de unos segundos la soltó, miró la hora en su teléfono de pantalla rota, suspirando al darse cuenta que eran las diez de la noche.

Era tarde, lo sabía, pero eso no era impedimento para él. Choi San estaba allí por una razón y no se iría hasta conseguirlo. No era nada malo, tampoco nada alarmante... Solo quería el calor de una persona, estar acompañado de ese muchacho que tanto le había dado en tan poco tiempo, sin importarle las cosas malas que le rodeaban. Él era una muy buena persona y Choi San siempre estaba complacido con su manera de ser tan linda, Kang Yeosang era su ángel encarnado en la tierra, pues siempre que lo tenía cerca le alegraba de alguna forma u otra.

Se preguntó en dónde estaba... Con quién estaría. San sabía que Yeosang tenía sus asuntos, que aunque quisiera, no podía hacer que Yeosang estuviese allí con él justo cuando quisiera, porque le respetaba, le daba su espacio después de todos los tropiezos y altibajos que San le hacía tener por su culpa. Y San odiaba no tener a Yeosang solamente para él, pero no podía hacer nada en ese caso... No quería perderlo por un desliz, una tontería.

San vio a un perro callejero caminar apresurado sobre la acera contraria, quizás buscando refugio. San soltó una risa baja al darse cuenta que se sentía de la misma manera, un perro callejero que buscaba consuelo, bajo un techo prestado... A pesar de estar allí la mayoría de las noches, no se sentía en casa realmente... Pero los brazos de su chico se asemajaban bastante a un hogar.

El leve calor de la mínima llama del cigarro se fue consumiendo ante cada succión, San desechó la colilla y la pisó con su zapato, suspirando por milésima vez en lo que iba de espera. Miró el cielo nuevamente, al sentir un par de gotas cayendo sobre su rostro, frías y crueles. Un trueno resonó a lo lejos, junto a nubes pesadas que se fueron desplazando a ritmo lento, pisadas que se iban acercando pasando desapercibidas para él, la llovizna se fue intensificando con el pasar de los segundos, llenando su cabello de gotitas heladas que resbalaban por el contorno de su cara.

La presencia de alguien a su lado le hizo apretar los labios, miró hacia su costado encontrándose con el par de piernas que le enloquecian. Alzó la mirada pues el paraguas cubrió las gotas molestas que caían sobre él, haciendo un sonido irritante. Vio su rostro serio, el cabello largo cayendo por su rostro de querubín y el ceño fruncido que escondía la preocupación de su mirada... También la corbata del uniforme de camarero desaliñada y un par de botones sueltos. San sonrió leve, como saludo.

❛ RAINY NIGHT。Donde viven las historias. Descúbrelo ahora