Más te vale moderar tu boca, no has metido en muchos problemas tú y tus aires de rebeldía. – exclama con sequedad quien, si no me equivoco, se llama Isabell.
– El hecho de que defienda mis derechos no es ser rebelde. ¿Qué somos acaso? Niñas de primaria para estar discutiendo por estas tonterías.
– Mira, me importa una mierda tus disconformidades – detiene mi andar para luego apuntarme con su dedo índice. El enojo en su mirada me dejaba claro que no le agrado. Y por suerte, el sentimiento ahora es mutuo. –. Escúchame bien, no pienso perder mi trabajo por culpa tuya. No querrás meterte en problemas conmigo.
– ¿Acaso me estás amenazando? – digo con incredulidad.
– No digas que no te lo advertí. – retrocede caminando de espaldas lentamente, luego se gira como si nada para dirigirse a las bodegas.
– Ojalá y te resbales por las escaleras. – pienso en voz alta.
Ella no me escuchó, ya estaba lo suficientemente lejos de mí.
Cada día detesto más este trabajo y a su gente. Un simple ambiente laboral está cargado de toxicidad y competencia. Además de que sobreexplotan a sus empleados, siendo yo una de las principales víctimas. Y ni porque me quejaba con recursos humanos conseguía algún cambio.
Pero la paga, al menos, es buena. Digamos que es lo único que me impide renunciar, o lo es por ahora.
El día de hoy tengo que encargarme de las listas con los nuevos productos. Trabajo en una distribuidora de perfumería y cosméticos, y bueno, ahora hay otro contrato con otra empresa reconocida, y tenemos que esforzarnos en hacer llegar a todos los locales comerciales sus perfumes más recientes. Es un trabajo remotamente fácil, pero la supervisora lo hace imposible. Por eso digo que sufro diariamente de explotación laboral.
Es muy hermosa la vida adulta.
¡Jesús! Ya quiero que se termine el día. Quiero volver a casa o tal vez pasar por el café antes de que cierre y comprarme algún dulce que logre satisfacer ese vacío que he sentido.
– Genevieve, estás trabajando. Deja de distraerte, esa lista tiene que estar terminada a más tardar a las tres de la tarde. – esa es mi linda supervisora, diciendo cada palabra con suavidad tratando de esconder la diversión que le causa molestarme.
– Ya está casi lista.
– Oh, ¿en serio? – exclama con sorpresa mientras una sonrisa se instala en su rostro lentamente – ¿Puedo ver?
Ay... eso no es buena señal, pienso mentalmente para luego asentir de forma forzosa. Ella se acerca, ni siquiera pasa a revisar la segunda página, solo vio por encima la primera y luego se gira para mirarme sin gracia alguna.
– Está todo mal.
– ¿Qué es lo que está mal? – pregunto intentando no ser descortés, no como ella.
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La del problema soy yo...
Short StoryCobarde, siempre fui una cobarde. Nunca fui la persona más abierta ni tampoco la más popular. No había algo interesante que mostrar, ni nada en mi persona que fuera especial. Me cerré ante todo, porque me asusta intentar cosas nuevas. Por eso me est...