╰• 𝙲𝚊𝚙í𝚝𝚞𝚕𝚘 2 •╯

25 8 4
                                    

Después de darle las pertinentes especificaciones a la mujer y entregarle la planta de mandrágora que según Fettes, le ayudaría en sus rituales, el hombre se marchó con la promesa de volver por la noche.

Evangeline hizo todo lo que se le había indicado. Esa tarde ordenó a los sirvientes que se retiraran y no volvieran hasta el día siguiente por la tarde; un mandato que no los tomó por sorpresa en lo absoluto. A lo largo de su matrimonio con el acaudalado señor Dalburick, estos habían sido testigos mudos de golpes y discusiones; al extremo de parar con sus deberes y ser literalmente expulsados de la casona con la promesa de guardar silencio así fuesen interrogados por la misma reina.


La joven mujer dedicó el resto de la tarde en preparar algunos bocadillos a los que les agregó considerables dosis de la mandrágora triturada. No sabía con exactitud lo que aquella planta tan peculiar sería capaz de provocarle a su esposo, pero ella se sentía confiada. Ni siquiera le importaban las posibles consecuencias de añadir un ingrediente desconocido en la comida, y se convenció de que si aquello llegaba a la penosa consecuencia de su muerte, entonces ella se sentiría tranquila pese a no conservar fortuna alguna. Cualquier cosa sería mejor que tener que soportar a ese hombre un segundo más.

Era un hecho que no soportaba al viejo y regordete Paris Dalburick, con quien había tenido que contraer nupcias a la fuerza. Le resultaba repugnante y fastidioso; y no permitiría que un hombre como él volviera a tocarla una vez más.

Sentía que su juventud y belleza estaban siendo desperdiciadas de la peor manera. Ella, una jovencita con veinte años recién cumplidos, llena de ilusiones y deseos de comerse el mundo en un solo bocado.

Merecía un esposo joven, un caballero seductor que la llevase a soñar en quimeras románticas, viajes inesperados y mañanas llenas de ternura. Y no un espantajo de hombre que solo servía para darle órdenes y cuyas escasas palabras de amor le provocaban asco.


Evangeline pudo respirar con tranquilidad solo hasta que la cena estuvo terminada. Tenía el tiempo justo para arreglarse y realizar todas las faenas necesarias para esa noche. De modo que, al haber terminado a tiempo, se felicitó así misma y se sentó a esperar la llegada de su esposo con una deliciosa copa de vino en la mano, la cual no podía siquiera acercarse a los labios.


Se sentía abrumada, un miedo inenarrable que pretendía mantenerla sometida a Paris Dalburick brotó de lo más profundo de su ser, acechándola con esa perturbadora pregunta. ¿Y si claudicaba? Aún estaba a tiempo de hacerlo. Podía enviar una carreta a las afueras de la ciudad con una nota para Frederick Fettes, explicándole las razones de su renuncia y una súplica de no volver jamás a pisar su propiedad. Deseaba poder arrojar los bocadillos a la calle, ver cómo los perros devoraban los restos y olvidarse por completo del asunto, aún si aquello significaba su desdicha eterna, pero no pudo.


Paris era un hombre mucho mayor que ella, casi un anciano, incapaz de hacerla feliz y satisfacerla en todos aquellos aspectos que un buen esposo debería hacerlo. Deseaba casarse con ese joven, para quien las puertas de aquella casona se mantenían abiertas siempre que Paris se iba de viaje. Un hombre joven que la seducía con toda la pasión que ella necesitaba.

Fue entonces cuando la perspectiva de esos últimos tres años de matrimonio hizo que Evangeline descubriera la certeza oculta en lo profundo de su ser: que sin lugar a dudas no podría soportar otro día más junto a él.


En mitad de sus pensamientos, escuchó el carruaje aparcando frente a la imponente casa y, al asomarse a la ventana y constatar que Paris bajaba de él, despidiendo a su acompañante, Evangeline supo que no habría marcha atrás.

Todo sucedería esa noche. 

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
MandrágoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora