Capítulo 1

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La mañana era tranquila. El viento era tan frio que sentía que me iba congelar muy pronto. Ya no importaba que día del año fuera, todos parecían ser los mismos. Sí, vivir encerrado en una casa para mí era el mejor método de supervivencia. No tenía que enfrentar infectados ni toparme con cualquier otro sobreviviente o bandido que se encontrara en el exterior. 

Me levanté de mi cama, dispuesto a prepararme un buen desayuno. Bajé por las escaleras luego de tomar mis lentes. Mis sandalias las había olvidado arriba, pero viviendo solo podía incluso caminar desnudo por toda la casa si así lo quisiera (lo cual a veces si lo hacía). Pasé por la sala mientras bostezaba. La mesa de madera con cuatro sillas se mantenía igual como todos los días. 

A un lado se encontraba el piano que me habían regalado mis padres, y a pesar de no saber leer partituras al ser un compositor lírico, ya había creado más de diez melodías para mis obras. Era muy temprano para tocar el piano, tenía más hambre que cualquier otra cosa. 

Encendí la estufa con un encendedor y fui preparando todo para hacerme unos huevos revueltos con salchicha. Saqué el sartén de su cajón y puse encima de la flama. Del refrigerador tomé los alimentos y los fui poniendo en el sartén, usando una pala para mezclarlos. También saqué la jarra con el agua de naranja que había preparado la noche anterior.

Luego de unos minutos de cocinar y preparar todo, me serví el huevo repleto en un plato y lo dejé en la mesa. Llegó un punto en el que escuché un sonido raro de la entrada de mi casa, como si se tratara de un rechinido. Vi de reojo para ver si todo estaba en orden, y como no encontré nada raro entonces decidí pasarlo por alto. 

Me regresé al lavamanos para enjuagarme los dedos y servirme un vaso de agua. Fue ahí que me di el susto de mi vida ya que había un hombre sentado en mi lugar comiéndose con un tenedor el huevo revuelto que yo preparé. El hombre parecía tener cerca de los treinta años, de cabello negro, piel blanca y poca barba. Era de complexión delgada y además portaba un parche negro en el ojo izquierdo. 

—Está delicioso —dijo sonriéndome y con la boca llena—. Vaya que eres un buen cocinero. 

—Hijo de... —Tomé el cuchillo más cercano a mí, pero el desconocido me apuntó con una pistola, logrando que me dejara inmóvil por la sorpresa. 

—Yo no haría eso si fuera tú —me advirtió—. Tranquilo, no te haré daño.

El hombre esperó a que yo bajara el cuchillo para que él dejara su pistola en la mesa, para después continuar comiéndose mi desayuno. 

—¿De dónde apareciste? —le pregunté molesto. Él se tomó unos segundos para pasar el bocado. 

—Cuando eres una persona como yo que ya lleva cuatro años sobreviviendo de un mundo lleno de infectados, se aprende varias cosas indispensables —Él se limpió la boca con su brazo—. Lamento haberme colado así como así. No tengo intención en hacerte daño, solo que no he comido en días. 

—Lárgate de mi casa —le ordené. 

—Lo haré, pero hasta después de haber comido. Trato de ser amable contigo. Si gustas puedo meterte un tiro en esa gran frente que te cargas y luego seguir comiendo, tomar todas tus cosas y al final me marcharme de aquí feliz, pero creo que tú no quieres eso, ¿verdad? —Yo no respondí a eso— Bien, entonces siéntate. 

No me agradaba aquel sujeto. Era un ladrón y un idiota sin vergüenza, sin embargo, él tenía la ventaja al portar su arma, por lo que tuve que obedecer y sentarme. 

—¿Cómo te llamas? —me preguntó. 

—Gunnar. ¿Y tú? 

—Soy Johnny Standar —se presentó—. Dime algo, Gunnar, ¿llevas encerrado todos estos años? Debe ser muy aburrido.

—Es mejor que acabar muerto allá afuera. 

—Tienes razón, pero por culpa de... esto —se refirió a mi aislamiento—, te vuelves dependiente a las comodidades. ¿Qué vas a hacer cuando se te acabe la comida? ¿Cuándo una horda infectados llegue e invada tu casa? 

—Eso nunca pasará —le contesté—. Nadie a podido encontrarme, excepto tú. 

—Si algo he aprendido del este apocalipsis es que nunca digas nunca. 

A pesar de fingir ser amable, Johnny continuaba comiendo hasta dejar casi vacío mi plato. Ya en este punto no me importaba mucho, con salir vivo de esta situación era más que suficiente para mí. Solo esperaba no volver a encontrarme a este sujeto luego de esto. 

—¿Qué le pasó a tu ojo? —pregunté por curiosidad. 

—¿Qué le pasó a tu cara o por qué esta llena de granos? —me respondió con frialdad. 

—Tengo dieciocho años. ¿No conoces el acné? 

—¿Y tú no conoces el sarcasmo? —El hombre se me quedó viendo por unos momentos hasta que devoró el último trozo de salchicha en mi plato— Mira, Gunnar, me agradas, y para ser muy joven te cederé la oportunidad de viviendo en tu cueva. Sigo cocinando, toca el piano, no lo sé. No te volveré a molestar... 

—Ay gracias a Dios. 

—... por ahora —dijo susurrando. 

—Qué.

—Nada —terminó con una sonrisa—. Cuídate mucho, jovencito. A la próxima asegura que tu puerta esté con más seguridad

Dicho esto, Johnny se levantó de la silla y comenzó a caminar hacia la salida. Él salió de la casa con su arma y siguió caminando por el terreno hasta que poco a poco lo fui perdiendo de vista. Tuve suerte de haberme topado con un sobreviviente no tan malo, aunque tendría que volver a prepararme algo para desayunar. 

—Ojalá que no nos volvamos a topar, Johnny...

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