Capítulo 4

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LA DESPEDIDA


El barrio de Santa Anita se extendía como un mosaico de casas modestas y coloridas, enmarcadas por calles estrechas y empedradas. El aire vibraba con el bullicio de la vida cotidiana: los vendedores ambulantes pregonando sus productos, los niños correteando entre las casas y los vecinos conversando en las esquinas.

Luis, apodado Machera, lideraba su banda de confianza mientras caminaban por las calles, sumergiéndose en el ambiente vibrante del barrio. Junto a Caracas, su fiel amigo y mano derecha, se encontraban otros miembros de la banda: Toro, un hombre corpulento con una cicatriz en el rostro que evidenciaba su pasado tumultuoso; Ruedas, un joven delgado y ágil que se movía con la destreza de un felino; y Chispas, un experto en electrónica y sistemas de seguridad.

Mientras avanzaban, interactuaban con los vecinos, saludando con gestos amigables y compartiendo risas contagiosas. Ellos conocían a cada uno de los personajes pintorescos del barrio, desde el viejo Don Pedro que vendía frutas frescas en su puesto, hasta la señora Carmen con su voz melodiosa que regalaba dulces caseros a los niños.

¿Han notado, muchachos? - comentó Machera mientras cruzaban una plaza llena de niños jugando - La Navidad se acerca y muchos de estos pequeños no tendrán regalos bajo el árbol.

Caracas asintió con preocupación - Es una pena, Machera. La falta de oportunidades sigue azotando a nuestro barrio.

Toro, con su voz grave y pausada, intervino - Pero nosotros podemos cambiar eso, ¿no? Podemos hacer algo especial para ellos.

Ruedas, con una sonrisa traviesa, añadió - Y qué tal si robamos una juguetería y repartimos los regalos a los niños del barrio.

El entusiasmo se apoderó de la banda, y juntos trazaron los planes para llevar a cabo su noble misión. Sabían que el desafío era grande y que arriesgaban su propia libertad, pero la posibilidad de ver la felicidad en los rostros de aquellos niños les daba fuerzas para seguir adelante.

El entusiasmo se apoderó de la banda, y juntos trazaron los planes para llevar a cabo su noble misión. Sabían que el desafío era grande y que arriesgaban su propia libertad, pero la posibilidad de ver la felicidad en los rostros de aquellos niños les daba fuerzas para seguir adelante. Mientras recorrían las calles, el eco de la situación política del país resonaba en sus conversaciones.

Es una locura que en pleno 74, aún haya tanta desigualdad y falta de oportunidades - comentó Machera, con un dejo de indignación en su voz - La situación en el país se deteriora cada día más.

Caracas asintió, mirando a su alrededor con preocupación - Es cierto. La inflación no da tregua, los precios suben mientras nuestros salarios se estancan. Muchas familias apenas tienen para cubrir sus necesidades básicas.

Toro, con su voz grave y cargada de rabia contenida, añadió - El sistema está en contra de los más pobres. Mientras unos pocos disfrutan de lujos y privilegios, la mayoría lucha para sobrevivir.

Ruedas, con una mirada determinada, intervino - Es por eso que nuestra misión es aún más importante. No solo queremos alegrar a los niños del barrio, sino también enviar un mensaje de resistencia y solidaridad. Queremos demostrar que juntos podemos cambiar las cosas.

La conversación se sumergió en un silencio reflexivo mientras avanzaban por las calles empapadas de historia y desigualdad. Cada uno de ellos sabía que su lucha no se limitaba al robo de una juguetería, sino a desafiar las injusticias que azotaban al país.


La banda continuó su camino por las estrechas calles del barrio, inmersos en una intensa discusión sobre la juguetería que se convertiría en su objetivo. Caracas, con su mirada afilada, sugería que la juguetería del centro comercial era la mejor opción.

MacheraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora