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YoonGi estaciona la motocicleta en su lugar reservado, se quita su casco y peina su cabello negro con una mano, toma la bolsa de roles con la que tiene libre y se dirige al edificio. Cuando entra, los trabajadores se inclinan ante él en señal de respeto y les sonríe sutilmente para que continúen, sube al elevador y se encamina hacia su oficina.

—¿Otra vez pan?— cuestionó NamJoon con una sonrisa burlona.

—Mju.— responde YoonGi simple, yendo hacia su escritorio para dejar los postres y se regresa al perchero de la entrada para poner el casco junto a su chamarra de cuero negro.

NamJoon silva cuando su jefe se sienta en la silla y abre la caja de roles para tomar uno y comerlo bajo su atenta mirada. Conoce desde hace mucho tiempo a YoonGi y no es alguien que disfrute las cosas dulces, pero así resultaron las cosas desde que se mudó.

—¿No vas a ofrecerme?

YoonGi niega —E-estosh no.— responde como puede por el pan en su boca y traga, se relame los labios para limpiarlos —JiMin me los regalo.— agrega, tiene el rostro sonrojado y toma un poco del glaseado con el dedo para disfrutarlo.

NamJoon jadea por la sorpresa y se sienta mucho mejor para escuchar el chisme, lleva tiempo queriendo que su amigo avance y ahora parece que por lento el repostero tomará la iniciativa. Su mirada se desvía a los roles, se ven deliciosos, pero respeta que YoonGi los quiera para su exclusivo consumo, pues son de su preciado amor platónico y decide que compraría unos después.

—¿Te dijo algo más?

—No... pero le agradecí con un sobrenombre tierno.— confiesa, tapándose el rostro con ambas manos por la vergüenza —Creo que hoy en la noche llegaré para hablar con él, quiero invitarlo a salir.

NamJoon asiente —Es lo correcto, es el primer avance en ocho meses, debes aprovecharlo y entre más pronto posible mejor.— aconseja.

YoonGi no responde más, toma su rol y vuelve a darle una mordida, disfrutando el dulce sabor entremezclado de la canela, vainilla, glaseado y un pequeño toque de algo que no logra diferenciar... pero que le encanta.

Finalmente, cuando la noche llega, YoonGi sale de su empresa y vuelve a montar su motocicleta. Lleva las sobras de los roles y regresa a su casa para dejarlas sobre la mesa, así planea luego ir a Sweet Cookies para hablar con JiMin.

Una vez hace eso, sale del edificio, cruza la calle y ve que los focos están apagados, su chefcito no debe tardar en salir para irse a su casa. O eso es lo que cree porque los minutos pasan hasta que se completa una hora y no sale, comienza a preocuparse de que le haya ocurrido algo malo.

—¿Debería llamar a la policía?— duda, sacando su celular y mirando la pantalla, son las once y veintitrés de la noche.

YoonGi niega para sí mismo, no está seguro de que JiMin estuviera en peligro, por lo que opta por rodear el negocio y tocar la puerta trasera para ver si el chico responde. En caso de que no recibiera ninguna señal tendría que tirar la puerta solamente para asegurarse de que estuviera bien, no importa que luego tenga que pagarla o termine en la cárcel por entrar sin permiso.

Sin embargo, cuando llega a esa zona puede escuchar suaves ruiditos y no quiere mal pensarlo, pero se escuchan demasiado sugerentes. Toma el pomo de la puerta y lo gira lentamente para empujarla un poco y poder ver el interior.

Los ojos de YoonGi se abren cuanto pueden, lo que ve lo deja aturdido, allí dentro se encuentra la cocina del negocio y sobre la enorme mesa de metal plateada está JiMin. Su inocente, dulce y tierno chico, quien le gusta desde meses atrás y supuso que no rompía ni un plato... estaba haciendo algo fuera de lo común y no solo eso, sino que también con algo muy particular.

𝓓𝓾𝓵𝓬𝓮𝓼 𝓰𝓪𝓵𝓵𝓮𝓽𝓲𝓽𝓪𝓼Donde viven las historias. Descúbrelo ahora