Cuando el novio de Kristen falleció inesperadamente, su mundo se vino abajo. La culpa de su muerte recayó sobre ella y, tras la graduación de preparatoria, huyó del pueblo. Sin embargo, al perder su empleo y enfrentar problemas financieros, decide v...
Me escondo de Laurie, como si fuese este monstruo terrible que pudiese devorarme con sus fauces. Aunque hace más fiestas, durante esa misma semana, no me levanto de la cama cuando oigo la música que proviene desde su casa. Y cuando, al conducir, me lo topo por la carretera que da a nuestra urbanización, he apretado el acelerador, para así no tener que saludarlo.
Sin embargo, no logro escapar de él.
—Kristen... —Mamá se aparece en mi habitación. Noto que juzga mi apariencia, porque son las dos de la tarde, de un jueves, y yo sigo con mis pantalones de piyama—. Por favor, ve al centro del pueblo y compra estos productos. Nos estamos quedando sin suministros. —Me entrega un trozo de papel, en el que se detalla cada cosa que debo adquirir—. ¡Por el amor de Dios!, date un baño, péinate, y ponte algo bonito... Estoy cansada de dar pretextos a mis amigos sobre tu horrible aspecto —suelta con crueldad, después, se va.
Mis ojos se humedecen, y mi cabeza se llena de ideas negativas. De odio hacia quién soy. Un fracaso, una completa decepción.
¿Sería por eso por lo que Ethan me abandonó?
No fui lo suficiente buena para él.
Esa noche, me vio como lo que soy en realidad, y dejó de amarme...
Grito mientras estoy dentro de la ducha, y doy golpes a la pared. No quiero salir de la propiedad, y enfrentarme a las críticas de la gente del pueblo. Pero... sé que, si no lo hago, mi mamá se enfadará.
Extraño mi libertad de antes, la que me concedía el tener un empleo y generar mi propio dinero. Odio tener que depender de mis padres.
Me paso el cepillo por mis cabellos rubios, tratando de domarlos con un moño. Hace mucho calor, y eso alborota el frizz.
Me coloco una falda corta, una camisa blanca de tirantes finos, y unas sandalias.
Tomo mi cartera, y las llaves de mi camioneta.
Antes de salir, me acerco a papá.
Está en su escritorio, revisando los guiones de su más reciente podcast. Levanta su mirada al notarme, me sonríe. Dice que tengo un buen semblante, y yo le sonrió de vuelta.
—¿Vas a salir?
—Sí, mamá, quiere que vaya a comprar estas cosas... Pero no me dio su tarjeta.
—Tranquila, cariño. Toma las mías —me entrega su billetera—, compra lo que te pidió, y también lo que necesites para ti.
—Te lo devolveré, cuando consiga un trabajo —expreso, y él niega con su cabeza.
—¡Nada de eso!, me hace feliz el poder cuidarte. —Se levanta de su silla, y se me acerca. Me coloca sus manos sobre los hombros—, he estado muy preocupado, Kristen.
—¿Por mí?
—Pues sí. No has querido venir a pasar las festividades con nosotros, no contestabas a mis llamadas, y lo que me encontré esa vez en que fui a buscarte a la ciudad...
—Eso fue un error, papá... Ahora estoy bien, ¡en serio! —digo, con nerviosismo, no quiero seguir teniendo esta conversación.
Papá entiende, me deja ir.
Salgo de su estudio, bajo las escaleras que dan hacia nuestro garaje.
Entro a la camioneta, pongo las llaves en la ranura. Aún no arranco, pego mi cabeza al volante.
Estoy tan cansada, quiero que este día de mierda termine.
Levanto mi cara, enciendo el vehículo, y piso el acelerador.
Al salir del terreno de mis padres, y dar la vuelta en U que me llevará a la carretera, vislumbro la casa de Laurie. Pienso en él. Su rostro a media luz, su sonrisa pícara, y sus ojos melancólicos.
Recuerdo sus manos al tocarme por la espalda, y al entrelazarse nuestros dedos.
Mi estómago hormiguea, me siento extraña.
Prendo la radio local, y trato de distraerme con las canciones que se transmiten. Estamos en verano, por lo que todas tienen estas letras repetitivas, y un sonido electrónico.
Llego al centro del pueblo, distingo la plaza. Hay niños jugando junto con sus padres, y ancianos sentados en las banquetas. Es apacible, rutinario. Tan distinto al caos de la ciudad.
Aparco la camioneta frente al supermercado. Me bajo, entro al establecimiento y tomo un carrito. Comienzo a hacer mis compras, siguiendo las instrucciones que me dio mamá. Ella es muy estricta con lo que come, de allí que a sus 55 años aún sea una mujer de figura esbelta, por lo que me aseguro de únicamente comprar productos orgánicos. Después, me dirijo al área de la farmacia. Mis pastillas se han acabado, y usaré el dinero de papá para reponerlas.
Es entonces cuando lo veo, está a mi izquierda, y parece distraído, revisando la etiqueta de una crema hidratante para la piel. Lleva unos pantalones cargo, y una camiseta holgada de color negro. Se ve lindo, con su mirada fija sobre el envase que sostiene con su mano derecha, y el cabello oscuro cayéndole despeinado por sobre la frente.
Lo observo un rato, portándome como una maldita acosadora, pero cuando noto que se mueve, me alejo. Olvido las pastillas, y me voy directo a la caja. Pago por los productos, y salgo.
—Kristen... —Oigo su voz tras de mí.
«¡Mierda!».
Trago en seco, y me volteo.
—Hola, Laurie —contesto, tratando de disimular mis nervios—, ¿qué haces aquí?
—Pues, lo mismo que tú —me responde, con desparpajo—, comprando algunas cosas que necesito... Te vi allá adentro, y no sé, me dio la impresión de que tú también me notaste, y por eso, has salido así, corriendo como una loca. —Se echa a reír, y camina en mi dirección. Yo retrocedo, mi espalda pega de la puerta de la camioneta—. ¿Por qué me tienes tanto miedo? —dice, sin quitarme los ojos de encima.
—Yo no te tengo miedo.
—¿Ah, no? Entonces, por qué me has estado evitando toda la semana. Me he dado cuenta, de cómo aceleras tu camioneta cada vez que yo me cruzo en tu camino... —refuta, inclinándose. Está prácticamente encima de mí—. Hay algo que no pareces comprender, y es que, esto que hay entre nosotros no va a desaparecer por mucho que te escondas... Tarde o temprano, voy a besarte.
Le doy un golpe en el pecho, que lo impulsa hacia atrás.
Le grito que es un idiota, y que ni, aunque la suya fuese la última polla disponible sobre la faz de la tierra, yo me acostaría con él. Pero se sigue riendo de mí, como el bribonzuelo que es, sin tomar nada de lo que digo en serio.
—Hasta pronto, K —susurra, antes de darme la espalda y volver a entrar a la tienda.
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