C a p í t u l o 10

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L A   A S I S T E N T E  —  S I L V I A

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L A   A S I S T E N T E  —  S I L V I A

DÍA UNO

Nunca debería haber accedido a este contrato…

Jorge y yo todavía nos mirábamos fijamente. Me entraron ganas de dejarlos a él y sus ridículos negocios atrás, pero mi orgullo me lo impedía. Eso, y la promesa de cancelar mi contrato de trabajo.

Si hubiera sido mi verdadero prometido, habría bajado la guardia y le habría dicho que todavía estaba molesta por la forma en que nuestro compromiso se había filtrado en la prensa antes de haber podido urdir una historia que pudieran creerse mis compañeros de trabajo. Le habría hablado sobre todos los comentarios hirientes del estilo de «Ella ni siquiera es tan guapa» o «Él ha salido con mujeres que están mucho más buenas que ella» que había visto en las redes sociales. Sobre cómo no me sentía en absoluto preparada, y que estaba abrumada por haberme convertido de repente en el centro de atención con alguien que estaba más que de sobra acostumbrado a serlo.

La única parte positiva de todo aquello era que mis padres casi nunca veían las noticias ni leían las revistas. Me aferraba a la esperanza de que no se enteraran de esa farsa hasta que hubiera pasado mucho tiempo.

—Señoras y señores pasajeros del vuelo 6715 con destino a Blue Harbor, estamos a punto de comenzar el proceso de embarque en la puerta A17.

Me saqué la tarjeta de embarque del bolsillo y observé el enorme anillo de compromiso que llevaba en la mano izquierda. Negaba con la cabeza cada vez que lo veía porque era extravagante, ordinario y nada parecido a lo que yo jamás hubiera imaginado llevar. Era un anillo con un diamante de cuatro quilates y otros pequeños brillantes de color rosado incrustados en dos esferas.

Sabía que el acuerdo era falso y temporal, y que la idea de que Jorge se acordara alguna vez de que me encantaban las esmeraldas era una posibilidad muy remota, pero me sentía un poco ofendida por que no lo recordara. En especial porque yo sí me acordaba de todo lo que mencionaba delante de mí.

—¡Ah, genial! —Brenton caminó hacia nosotros—. ¡Todavía seguís vivos! Ahora solo nos quedan cuatro horas de vuelo, así que ¿podéis tratar de conservar esta especie de cordialidad mientras no estéis bajo mi supervisión?

—Espera, ¿qué? ¿No vas a sentarte en la misma fila que nosotros? —le pregunté.

—¡Ja! ¡Por favor! —Comenzó a reírse—. Yo no vuelo en comerciales, nunca. Además, tengo todos los documentos originales y actualizados del acuerdo con Watson, y tengo que mantenerlos tan a salvo como sea posible, ¿no creéis? Solo he comprado un billete de avión para poder venir a despediros a los dos, pero me reuniré con vosotros a la recogida del equipaje, cuando aterricéis.

Jorge lo miró mientras meneaba la cabeza y yo dejé escapar un suspiro. Hasta ese momento no me había dado cuenta, pero Brenton siempre había sido el estabilizador perfecto entre los dos a lo largo de los dos años, la herramienta necesaria para evitar que nos matáramos entre nosotros.

El Trato: Novio Por Treinta DíasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora