Prólogo

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Príncipito

La vista de la ciudad se fue transformando lentamente en un paisaje lleno de verde y aire limpio... y era una porquería.

Su preciosa vista de contaminación y tráfico desde su Pent house en New York se convirtió en aire respirable y campos despejados.

- Recuérdenme por qué debía venir con ustedes - gruñó el rubio.

- Porque todo esto será tuyo y debes, por lo menos, saber de dónde viene tu dinero. - respondió su madre enfrente de él.

- Yo sé de dónde viene mi dinero... viene de mi cuenta de banco.

La mayor no hizo más que lanzarle una mirada de fastidio y se mantuvo callada el resto del camino.

Bakugo sí sabía qué hacía ahí: estaba siendo castigado. Y sus padres usaban la barata excusa de su futuro. Si bien a él no le importaba mucho conocer el lugar de donde provenía la mayor parte de su dinero, era consciente que esto aquello hubiese pasado tarde o temprano.

- ¿Cuánto tiempo estaremos aquí?

- Oh no te lo dije- la mujer fingió sorpresa ante la pregunta de su hijo y ya terminado su numerito una sonrisa maliciosa se formó en sus labios. - viviremos aquí

- No puedo creer que kacchan vuelva- decía emocionado el pecoso quien ya se encontraba bajando de su caballo

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- No puedo creer que kacchan vuelva- decía emocionado el pecoso quien ya se encontraba bajando de su caballo.

- ¿kacchan? Creía que los Bakugo solo tenían un hijo... ¿cómo se llamaba?

- Katsuki- respondió Midoriya- kacchan es un apodo... como sea, estoy feliz. Hace años que no lo veo por aquí, apuesto que él también estará feliz de regresar.

Kirishima por fin desmotó tirando por accidente su sombrero.

- Oye, ¿quieres que yo lleve los caballos a los establos o me ayudas? - preguntó el peliverde mientras tomaba las riendas de Libia

- Perdón Midoriya ¿Te molestaría llevarlos tu solo? Debo estar aquí para presentarme a los patrones.

Tras la afirmación del pecoso ambos caballos eran llevados a sus respectivos sitios. No le gustaba que alguien tocase a su yegua, pero si no se equivocaba, sus jefes llegarían en poco tiempo y debía presentarse como era debido y quedar bien con la esposa de su jefe.

Como si los hubiese invocado, una camioneta atravesó la entrada llena de gritos y groserías que provenían desde el interior del vehículo. Eijiro ni conocía de quien eran esos gritos y ya se sentía incomodo.

Mientras veia bajar a las personas desde su interior se aproximó a levantar su sombrero que había dejado caer y limpió la suciedad en él. Al levantar la vista se encontró con joven alto y rubio con ropa no muy adecuada para el campo y porte señorial, sus ojos rojos brillante eran cubiertos por el sol por sus pestañas morenas y unas muy fruncidas cejas demostrando el propietario de los gritos.

Explosión de Amor (KiriBaku)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora