CAPÍTULO 1

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Sueños vívidos. 

Recuerdos distorsionados que la volvían a llevar a su pasado.

En un paisaje desolador. Casas y calles destruidas, cadáveres esparcidos.

París. Ese ser monstruoso había traído dolor y destrucción a esa ciudad. Lo complicado venía cuando, aun estando ya muerto, seguía causando dolor.

Una nube de humo negro, flotaba sobre ellos, densa y espesa, no dejaba pasar los rayos de luz. La penumbra cubría el que había sido un escenario de destrucción. 

En medio de ese ambiente sombrío se encontraba Hlíf, abrazada al cadáver de Coldin, llorando amargamente hasta que sintió su garganta arder y los ojos escocer. De pronto, se sacudió el polvo y tomando el cuerpo de Coldin, conjuro un portal a la dimensión del más allá. Dispuesta a ir por él. Incapaz de aceptar su muerte, se dispuso a entrar en esa dimensión y transgredir las normas que sus propios padres le dieron. Su madre trató de cerrar el portal, para evitar que cometiera tal acto. La historia se repetía. Hlíf, contuvo el contra hechizo de su madre, y entró en la otra dimensión. Allí dentro, intentó localizar el alma de Coldin, pero por más que buscó, no la encontró. Cansada y desesperada, regresó donde sus padres y se aferró al cuerpo de Coldin.

Ellos lo tomaron como la aceptación de su pérdida y el inicio de su duelo.

Pero ella no se quedaría tranquila.

Tras llevar a cabo los rituales mortuorios que, según sus padres, si bien no le traerían la paz y calma absoluta, al menos sí la ayudarían a preservar la memoria de su ser amado y aplacar mucha de su gran pena, Hlíf partió con sus padres hacia su hogar.

Permaneció con ellos por dos semanas, con un rostro impasible ante sus hermanos y padres, pero con el corazón y el alma anegadas en llanto; luego escapó y regresó a Noruega. En su santuario en las montañas, solo con la compañía del frío, dio rienda suelta a su dolor y empezó a irrumpir en los universos paralelos al suyo, buscando mundos donde Coldin pudiera haber reencarnado. Un mundo donde pudiera estar de nuevo con él.

No consiguió lo que quería.

El recuerdo cambió. 

Esta vez se encontraba junto a Coldin.  En un campo nevado y helado en Siberia. El blanco se extendía por kilómetros, a estas alturas, ya no había casitas ni gente que las habitara. El viento soplaba fuerte y frío, mientras la nieve caía sin descanso.

Él con su sonrisa amplia y los músculos algo tensos cerca de los pómulos, contemplaba a Hlíf, mientras ella alimentaba a una cría de alces. El frío no parecía afectarles a ninguno de los dos, sin embargo, él tenía el rostro helado, no así su corazón, estaba cálido.

- ¿Qué haces ahí parado como un árbol, mirándome? - preguntó ella sin detener su labor- ven y ayúdame, trae más musgo y alimenta a la otra cría.

Saliendo de su ensoñación, descongeló una zona del suelo y sacó el musgo. Se acercó con cuidado al pequeño alce y lo alimentó calmadamente.

- ¿Sabes? - dijo él, y Hlíf volteó a mirarlo.

- ¿Qué sé? - dijo ella - Anda no te quedes mudo - lo instó.

- Te amo muchísimo - dijo él y ella lo miró con una sonrisa en los labios y los ojos brillantes - mis días contigo siempre serán, por toda la eternidad, los mejores de mi vida - ella río, entonces él dejó el musgo en el suelo y se acercó a Hlíf, rodeando su cintura con los brazos, la besó profundamente.

Recordaba claramente qué decía Coldin a continuación, sin embargo la memoria se distorsionó y se escuchó a sí misma decir: le rogaré al Dios creador, que se compadezca de mi pobre corazón y de tu vida fugaz, que se apiade de mi pobre amor, para que no te vayas de mi lado y puedas vivir tanto como yo. - Dijo ella entre sollozos. Unas lágrimas rodaron por las mejillas de Coldin, quien abrazó más fuerte a Hlíf. - Quiero irme contigo - dijo ella.

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