𝄞3. Fartusco.

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Quizá, si me pongo a llorar ahora, alguien perciba mi estado emocional y me pregunte qué me pasa. Pero ni siquiera por esa especulación siento que pueda llorar con el mismo ritmo que la última vez, tras esa pesadilla.

Estoy nerviosa.

Sentada junto a la ventana, observo a Jhonny en el húmedo césped, con un par de auriculares y un libro. Si cierro los ojos, puedo sentir el viento de enero colándose por el hueco abierto de la ventana, y el humo de mi cigarro escapándose de mis pulmones, desvaneciéndose en el aire.

Aunque solo es mediodía, parece que ha pasado un día entero.

Yusne se marchó hace doce minutos —no sin antes hacer su drama, abanicándose mientras repetía el dicho audio del castaño—. Dijo que tenía que recoger un par de cosas y volvería en seguida para su clase de Diseño Urbano.

Miro mi celular, preguntándome si cambia algo responderle. ¿Me sentiré decepcionada si lo hago? Es solo un mensaje. Un simple intercambio de palabras. Pero todo lo que me rodea parece tentarme a devolverle el atrevimiento.

—¿Qué haces? —La voz de Alicia me sorprende. La veo en el último bloque de la escalera, con los párpados levantados.

—¿Desde hace cuánto estás ahí? —pregunto, nerviosa. Dejo caer el cigarro para aplastarlo y me llevo un chicle a la boca, intentando quitarme el mal sabor.

—Lo suficiente. Te noto incómoda siendo tú misma, y eso agota. Tan agotador que terminas fumando dos cigarros —Se asoma a la ventana, arrugando la nariz—. Jhonny no es tan lindo.

—No es lo que parece. —Si me cayera un rayo por cada mentira, ya sería un trozo de carbón. —¿Lo viste?

—No, quiero decir... No creo que sea tan lindo —se corrige—. Yo lo veo más bien promedio. —Me mira fijamente—. ¿Por qué fumas? Haz el favor y compórtate.

—No sé si puedo dejarlo —confieso—. Ahora me siento rara.

—Claro que puedes dejarlo porque no eres fumadora compulsiva. Estás de mal humor por no saber quién es tu padre, y te desquitas con el jodido cigarro como un hobby.

—Eso también influyó, no lo niego. Pero me paso el día lidiando conmigo misma, desde que me levanto hasta que me acuesto... Puedo darme el lujo de salir de la rutina.

—No soy nadie para opinar sobre tu problema, pero no tienes la culpa de nada. Carol, ya sabes cómo estaba la situación en mi casa —prosigue—, mi padrastro es un pinche loco, y mi madre y hermana me odian. No las he visto en meses. Yo elegí alejarme. Tienes a alguien que se preocupa.

—No empieces —le ordeno, cierro los ojos y me incorporo con violencia.

Alicia cruza los brazos y frunce el ceño; su rostro tiene un toque humorístico. Parece más una lagarta berrinchuda que una mujer enfadada.

—¿Te apetece jugar una partida? —Le muestro el celular. Suelo jugar ajedrez cuando no sé qué paso seguir en mi vida.

—Tranquila —su voz evoca el sonido del mar, las olas meciéndose. La Alicia alérgica a las emociones me abraza—. Tranquila. Todo va a mejorar. Llora y suelta lo que necesites.

Aprieto mis manos en su espalda, fortalezco el abrazo y lloro. No entiendo cómo esta lagarta malhumorada tiene el poder de convencerme y liberar lo que llevo atorado. Lloro en su hombro, sin consuelo.

—No lo entiendes —sollozo.

—Yo sé —murmura mientras acaricia mi pelo—. No es tu culpa, nunca lo fue.

Me siento ilusa al pensar que con el tiempo olvidaré las ganas de encontrar a un padre, o que borraré con la edad la pesadilla de mi hermano que siempre me atormenta. Es curioso; hay cosas que pueden cambiar de un día para otro, pero nosotros no somos capaces de adaptarnos con esa rapidez. Aún trato de acostumbrarme a vivir así, con una soledad permanente. ¿Acaso eso me convierte en valiente? No tengo ganas de levantarme, ni con la música más bonita como alarma.

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⏰ Última actualización: 4 days ago ⏰

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