★ Prólogo ★

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Ascendieron por las tinieblas. El elevador traqueteaba al son de los rechinidos del mecanismo. Viajaban hacia la superficie en un espacio en el que uno de ellos cabía perfectamente erguido, mientras que el otro aún podría tener a otra persona sentada en sus hombros; pero ninguno de los dos podría estirar ambos brazos, ni hacia adelante ni hacia los lados.

—Una vez allá, concéntrate solo en lo que has practicado —dijo la espectral voz del mago a su lado—. Recuerda siempre: que no te haga ni un rasguño con la espada maldita. Una sola gota de sangre que toque y...

—Ya lo sé —lo interrumpió ásperamente. La humedad fría ya lo tenía transpirando demasiado como para que él tratara de sofocarlo más con sus "consejos".

—No te tengas demasiado confianza. Tú tendrás poderes celestiales...

—Siderales.

—Pero regar sangre es su especialidad.

El más joven respiró hondo y resopló fuerte bajo la excusa de estar acalorado más que irritado (aunque en verdad fuese viceversa). Apretó puños y mandíbula y se enderezó de hombros.

—Entonces seré el último en desangrarse —zanjó con los dientes apretados, ansioso y determinado.

Último mes de invierno, última oportunidad.

El elevador construido con lámina floja y tablones gruesos comenzó a sacudirse agresivamente. La vibración la sentía a través de sus botas y hasta su pecho. El choque frenético de metal contra madera los ensordeció por algunos segundos. Abrieron las piernas y alzaron los brazos solo un poco para mantener el equilibrio, sacrificando todo el espacio personal que el elevador clandestino les permitía.

Hasta que finalmente se detuvo. El ruido, el ajetreo y el movimiento. El mundo se había quedado inmóvil y callado. Pero permanecía sumido en gélida oscuridad.

—Llegamos —gruñó el mayor de los dos.

Sus palabras le causaron repelús por todo el cuerpo. ¡Era el momento!

Golpeado por la adrenalina, dobló las rodillas y se preparó para saltar en lo que la magia de la noche surgía. Se sintió liviano como pluma, su cabello níveo se tornó azabache y sus ojos de hielo se ennegrecieron por completo; en la penumbra frente a él se trazó con hilos blancos el paisaje de una inmensa pradera. 

Al instante en que se impulsó y su cuerpo quedó en el aire, el joven se convirtió en un auténtico espectro hecho de oscuridad, traslúcido y rodeado de neblina negra que hacía difícil distinguir su figura de mago. Surcó el viento en su nueva forma elevado a solo un par de metros del pastizal, todavía siendo capaz de sentir la brisa en su piel. El fresco del exterior y de su interior era el mismo, dándole la abrumadora sensación de que se había fusionado con la noche.

Una vez dentro del campo de batalla, aterrizó y de inmediato volvió al cuerpo sólido y pesado de en un mago común, aún con cabello y ojos negros como el propio cielo sobre su cabeza; los rastros de su forma de sombras se desvanecieron en el aire como gotas de sangre en el agua cristalina.

Se quedó quieto como estatua, alerta, aguardó por un movimiento extraño o un sonido sospechoso, respiraba muy lentamente y su corazón estaba muy calmado, pues lo único que palpitaba frenéticamente bajo su piel eran sus poderes, la magia corriendo por sus venas y sus manos, que eran la única parte de él que todavía despedía sombras de humo.

Es lo que practicó y que fue muy importante dominar: una entrada que impacte.

Pero el muerto silencio lo envolvía como si hubiese sido víctima de un hechizo de sordera. No había ni siquiera viento que agitara el pasto.

El Retorno Del InviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora