7. Chispas

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Sara

Estoy en el coche, tras el volante, y justo a mi lado respira la misma persona que casi me ha atropellado esta mañana. La persona que ha pegado varios puñetazos a mi hermano y a la que acabo de coserle la puñetera ceja. Todo parece una jodida broma de mal gusto.

A la mierda con el destino.

Todo el mundo en Jacksonville conoce a Alex Harvey, el estudiante universitario que estuvo recorriendo Europa durante tres años y consiguió quedarse a las puertas de conseguir el título de campeón de boxeo. Había regresado para conseguir el título de campeón internacional y, a la vez, terminar la carrera universitaria que había empezado.

Sigo de cerca las noticias del boxeo nacional, esperando no encontrar nada sobre Reis, mi padre de acogida. Ni tampoco nada sobre ese mundo en el que se me pueda relacionar. Sí recuerdo haber leído su nombre en los artículos de boxeo, contando la historia de lo mucho que ha conseguido alcanzar en poco tiempo, exaltando su gancho derecho y su juego de pies.

Alex Harvey es todo de lo que quiero mantenerme alejada, todo aquello de lo que he conseguido escapar y, sin embargo, el destino parece estar empeñándose en juntarnos.

Debería frenar el coche, gritarle que se baje y que espero no volver a cruzarme con él en la vida. Tal vez cambiarme de universidad, hablar con Max y cambiar de aires. No sería la primera vez que Max y yo desaparecíamos de un lugar en cuestión de horas, borrando nuestras huellas y no dejando nada nuestro.

Vaya grandísima mierda.

—Creo que puedo oír a tus engranajes chirriando ahí dentro. —Me dice señalándome la cabeza. —Te doy un dólar por tus pensamientos.

—No estaba pensando en nada.

—Eres una mentirosa, chispas.

Ahí está, esa palabra, chispas. Un escalofrío me recorre la espalda y aprieto más fuerte el volante, dejando que mis nudillos se tornen de blanco.

—No vuelvas a llamarme chispas, jamás.

Alex no dice nada, pero de reojo veo su sonrisa pintada en la cara, como si acabase de salirse con la suya. Cuando creo que el silencio está volviéndose demasiado incómodo, enciendo la música. Suena una canción de Coldplay y Alex acerca su mano a la rueda del volumen para subirla un par de puntos.

Parece expectante de cada movimiento que hago, de cómo muevo los dedos sobre la palanca de cambios al ritmo de la música o de cómo me paso una mano por el pelo para apartármelo de la cara. Nunca me ha gustado que me miren fijamente, y en el caso de Alex, me resulta intimidante.

Aparco el coche y me bajo cerrando la puerta con demasiada fuerza. Alex me sigue de cerca y camina hacia mi lado hasta que llego hasta la moto, una Yamaha Ninja aparcada en la acera, con un candado uniendo sus dos ruedas. Me agacho con una llave pequeña y lo desbloqueo. Con el candado entre las manos, abro el maletero del coche y lo cambio por la chaqueta de cuero negra que hay dentro.

—¿Qué te crees que estás haciendo? —Le pregunto a Alex al ver que está empezando a acomodarse sobre la moto.

—¿A ti que te parece, chispas? Necesitabas a alguien para recoger la moto.

—Sí, necesitaba a alguien que llevase el coche de vuelta, no la moto. —Ignoro que ha vuelto a llamarme por ese estúpido moto y señalo el Cadillac a mis espaldas. Alex alza una ceja. —Bájate.

Con un brillo divertido en sus ojos, baja de la moto con las manos en alto. Pongo los ojos en blanco intentando ignorarle y me abrocho la chaqueta hasta la altura del pecho. Me siento sobre la moto y meto la llave en el contacto

Golden BoyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora