-Ya Taiga, es hora de que te vayas a tu cama.
-No quiero, estoy bien aquí.
-Pero siempre has dormido en mi cama, no sé cuándo vas a empezar a usar la tuya.
-Es que en esa voy a estar solita.
-¿Te asustas cuando estás solita?
-Sí, es que me da miedo el tsunami.
-Ah, el tsunami, bueno quédate en mi cama entonces.
Así era todas las noches. Taiga se negaba a dormir en su propia cama y se acurrucaba entre nosotros. Era una gatita muy cariñosa y juguetona, pero también muy miedosa. No sabíamos qué le había pasado antes de llegar a nuestra familia, pero algo la había traumatizado. Tal vez había sido abandonada o maltratada por sus anteriores dueños. Tal vez había presenciado alguna catástrofe natural o algún accidente. Lo cierto es que tenía pánico a quedarse sola y siempre buscaba nuestra compañía.
Cuando se la dieron a mi hijo en adopción, mi esposa y yo no queríamos tener mascotas en casa. Pero el día que la conocimos, era una bebé y de sus ojos salían dos lágrimas de soledad que nos ablandaron el corazón. La recibimos y desde ese día duerme con nosotros.
Al principio pensamos que era una etapa y que con el tiempo se acostumbraría a su nuevo hogar. Le compramos una cama cómoda y bonita, le pusimos sus juguetes favoritos y le dimos mucho amor. Pero nada funcionó. Taiga seguía temiendo a la oscuridad y al silencio. Seguía inventándose el pretexto del tsunami para dormir con nosotros.
Un día decidimos llevarla al veterinario para ver si podía ayudarnos. El doctor nos dijo que Taiga sufría de ansiedad por separación y que necesitaba un tratamiento especial. Nos recetó unas pastillas de amor para calmarla y nos dio unos consejos para mejorar su conducta. Nos dijo que teníamos que ser firmes y no ceder a sus caprichos. Que teníamos que enseñarle a estar sola y a confiar en nosotros. Que teníamos que premiarla cuando se portara bien y reprenderla cuando se portara mal.
Seguimos sus indicaciones al pie de la letra; bueno, lo de la disciplina no tan al pie de la letra. Le dimos las pastillas de amor todos los días, le pusimos una música relajante en su habitación y le dejamos una prenda nuestra para que sintiera nuestro olor. Le hicimos un horario fijo para comer, jugar y dormir. Le dimos mucho cariño, pero poca disciplina, creo que ya estábamos acostumbrados a su presencia en nuestra cama.
Poco a poco fuimos viendo los resultados. Taiga se fue tranquilizando y adaptando a su nueva rutina. Ya no lloraba ni maullaba cuando nos íbamos de casa. Ya no hacía destrozos ni se escapaba por la ventana. Se hizo más independiente.
Pero eso no significaba que ya no nos quisiera. Al contrario, cada vez nos demostraba más su amor y su gratitud. Nos recibía con alegría cuando volvíamos del trabajo o del colegio. Nos seguía por toda la casa como una sombra fiel.
Y cada noche, seguía viniendo a nuestra cama a pesar de tener la suya propia, cuando quería dormir en su camita, yo le decía:
-No nos dejes solos, que puede venir el Tsunami.
Y ella era ahora, quién nos cuidaba.
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TIEMPO DE GATOS
FantasyA lo largo de mi vida me fui encontrando con muchos gatos callejeros, y otros que si tenían hogar. En cada caso entablé una conversación en la que ellos me contaron pintorescos detalles de sus vidas. Varias personas me dijeron que estaba loco pues l...