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Algo recorrió el cuerpo del hombre, un escalofrío, un estremecimiento, luego vacío, seguido de un calor intenso que hizo oprimir su pecho, que, de no haber estado sentado se habría desplomado en el coche sin remedio

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Algo recorrió el cuerpo del hombre, un escalofrío, un estremecimiento, luego vacío, seguido de un calor intenso que hizo oprimir su pecho, que, de no haber estado sentado se habría desplomado en el coche sin remedio. Por un segundo se sintió confuso por estas emociones que de repente le invadieron sin sentido alguno, pero no tardó más que unos pocos minutos en comprender la situación.

Por favor, no, que no sea lo que...Pensó para sí mismo, pero antes que pudiera acabar la frase, su interior rugió con fuerza, haciendo que todo su cuerpo vibrara, logrando que el coche se tambaleara ligeramente.

Se apartó de la carretera, deteniendo el coche para evitar tener un accidente, maldijo entre dientes mientras el sudor recorría toda su frente. Salió del coche a toda prisa para intentar calmar su corazón desbocado, sin darse cuenta de que ese fue su mayor error, por qué él lo sintió.

Una leve brisa llegó a él y pudo notar y oler, algo que deseó no volver a sentir, un aroma dulce, intenso y único que se impregnó en sus fosas nasales, empapando y nublando todos sus sentidos.

—No, otra vez no—murmuró horrorizado, clavando sus pies firmemente en el suelo, negándo a moverse un centímetro más.

Por la resistencia ejercida, su cuerpo tembló y su ser interior rugía furioso por no buscar lo que por derecho le correspondía, su cuerpo vibraba y sentía un dolor tan agonizante que sus rodillas se flexionaron, logrando que se tambaleara y su cuerpo por fin se moviera.

Sin que pudiera siquiera pensar, en otra manera de frenarse, su cuerpo se movió de forma instintiva hacia el olor, que le quemaba la garganta y la piel, y se filtraba en sus huesos poco a poco para que no pudiera olvidarlo por el resto de su existencia, aunque nunca lo olvidó, nunca dejaban que pudiera hacerlo.

Un afrodisíaco echo única y exclusivamente para él, un veneno y cura creado para matarlo y sanarlo a partes iguales. La bestia, el demonio de su interior rugió de nuevo, despertando de su letargo sueño, más fuerte y deseoso que nunca.

No sabría en qué momento se había internado en el bosque, pero cuando se quiso dar cuenta, su cuerpo ya estaba corriendo frenético en busca de ese pecado, de ese elixir, la cual deseaba empaparse con él, saborear, degustar hasta no dejar ni una sola gota. Se internaba cada vez más, corría y corría, atravesando árbol tras árbol, esquivando rama, troncos, arbustos, saltando, escalando a través de ellas.

Así llegó, hasta lo que parecía un campamento de verano. Se escondió a través de los árboles para ocultar su presencia y buscó aquel olor que lo estaba volviendo cada vez más loco a medida que avanzaba y no podía alejár por mucho que lo deseara. Llegó a un lago, se detuvo en seco ocultándose entre las sombras de los árboles para no ser visto, pero poco le importaba, por lo que la contempló. La razón de su agonía, de su anhelo, tristeza, felicidad, amor y deseo.

Estaba de pie de espaldas a él, hablaba por teléfono en la orilla del lago, era todo muslos, caderas y cuerpo voluptuoso, su piel ligeramente bronceada, hermosa y brillante bajo los rayos del sol. Llevaba unos vaqueros cortos azules y una camisa blanca de tirantes, la cual mostraba sus brazos y parte de su apdomen.

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