AETERNUM

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Desde que era muy pequeñita, he deseado vivir en un cuento perfecto donde yo era la princesa que lo tenía todo, esa princesita que vive en un castillo y es querida por sus padres. La que todos admiran y la que crece en un entorno saludable, fuera de discusiones, peleas, sufrimientos.

Siempre he querido ser la princesa que lo tenía todo y era feliz, incluso sabiendo que, en un futuro, pasaría a ser la reina que gobernaría a todo un país. Esa reina envidiada por muchos ciudadanos que desearían ser como ella. Pero conforme iba creciendo, empecé a darme cuenta que mi vida no estaba llena de privilegios, ni tampoco me esperaba una corona para poder dominar el mundo... Más bien, el mundo me dominaba a mí sin mi consentimiento.

Yo podría ser esa perfecta campesina que necesita ganarse la vida trabajando las veinticuatro horas del día. La típica aldeana que cuida de sus hijos, su esposo, mantiene a toda una casa y se rinde ante las leyes de su rey.

Yo no tengo a un hada madrina que solucione mis problemas, no soy Cenicienta... Yo soy mi propia hada madrina. Tampoco soy Blancanieves, la que busca apoyo en sus mejores amigos, los siete enanitos... Yo soy mi mejor amiga. Y muchísimo menos, soy Aurora... La que se despierta de una maldición con un solo beso de amor verdadero... Mi vida no depende de nadie, y muchísimo menos, soy la primera opción de los chicos.

Todas estas princesas, formaron parte de mi infancia, y a ellas les debo la felicidad que un día tuve. También, llenaron de magia cada rincón de mi casa, y me hicieron ser esa niña soñadora cuya única esperanza en esta vida, era encontrar a su apuesto príncipe azul para tener un "comieron perdices y vivieron felices"... También soy consciente de que, por culpa de estos cuentos tan perfectos que un día leí, me tuve que bajar de la nube en un tiempo récord al enterarme que mi novio, el chico que más he amado en toda mi vida, estaba enamorado de mi propia hermana mayor. Fue a mis dieciocho cuando pasé de ser una chica dulce y soñadora, a centrarme en mí y dejar los pedazos de mi corazón roto, encerrados en un cajón.

Dejé de ser yo... Dejé de sentir.

Tuve que acostumbrarme a lidiar con los cariños que Mateo, mi ex, le daba a mi hermana mayor, Alexa, delante de mí. Siempre evitaba las comidas familiares donde sabía que él estaría, y lo peor de todo... Tuve que hacerme la idea de que sus lindos ojos verdes, nunca brillaron tanto cuando estaba conmigo. Pero ahora que me pongo a pensar, mi hermana siempre tuvo lo que yo más deseaba.

Alexa, era perfecta en todos los sentidos. Era lo más parecido a una princesa. Mis padres, siempre estuvieron encantados con ella... Sacaba buenas notas, estaba en una buena universidad y, además, era muy responsable e independiente. Yo era todo lo contrario... Más bien, soy un desastre con falta de confianza.

Alexa, es el día; yo, la noche.

Alexa, el Sol; yo, la luna.

Y es aquí, cuando me pregunto si alguna vez, alguien preferirá contemplar a la luna antes que al Sol.

Por suerte, ahora no siento casi nada por Mateo. Me acostumbré a ser la espectadora incluso en mi propia historia... Pero por mucho que haya superado la ruptura, nunca hubiese estado preparada para escuchar las palabras de Mateo el mismo día en el que celebraba mi cumpleaños número veinte...

- Alexa, ¿Quieres casarte conmigo"

Mateo se puso de rodillas, miró a mi hermana y le mostró ese precioso anillo de diamantes que siempre me imaginé. Misma forma, misma belleza.
Escuché la manera en la que mi corazón se rompió por segunda vez. Todo daba vueltas a mi alrededor. Sentí irá, tristeza, dolor y decepción conmigo misma... Porque ya no había vuelta atrás... Mateo se convertiría, oficialmente, en mi cuñado.

Recordé todas esas caricias, esos besos, esos abrazos, que un día me los dio a mí. Tuve que aguantarme las lágrimas al saber que lo perdí para siempre...

Porque ese "Aeternum" que nos prometimos, no ha sido el "para siempre" que ambos nos imaginábamos en la adolescencia.

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