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No tuve oportunidad de tomar un baño antes de dejar la India. De hecho, una ducha es un lujo que rara vez e puede permitir en un campo de refugiados, así que eso, junto con un agradable vuelo de dieciséis  horas, debe hacerme apestar a ardilla muerta.

Y es una lastima que no pueda decir nada mas de mi carácter.

Nunca me a sido fácil tratar con gente. Crecí rodeado de Budista, monjes y aprendices que practicaban una de las religiones mas dulces de la tierra, pero aun así nunca me sentí parte de ese mundo. Admire su hábitos y filosofía, pero no e podido ser un ejemplo de paciencia y contemplación; teniendo hacer un tanto desobediente y decir mas palabrotas de las que debería - sin mencionar que guardo un fabuloso repertorio de sarcasmos en la boca-, y sobre todo, jamás eh podido encajar en ninguna parte. Nunca podre ser realmente Tibetano, ni Indio

Y al parecer tampoco soy muy buen Occidental.

Pero mas allá de eso, creo que mi corazón -o mi lógica- nunca fue capaz de adoptar un fe. Hay algo que no acabo de entender, tanto de las religiones como de mi persona que no me deja abrazar al consuelo de que hay seres invisibles y piadosos allá fuera, observándonos y cuidándonos. Por que ninguna de las criaturas ¨invisibles¨ que yo conozco son misericordiosas. Ni por asomo .

Una vez que me restriego el rostro y la axilas con suficiente agua y jabón para convertirme en un mescla asquerosa de cara limpia y cabello rubio apelmazado, salgo del baño pasando una toalla de papel sobre un de las preciosas manchas de mi túnica.

Pero me detengo al notar que lo único que me recibe en la tienda es un absoluto silencio.

Despacio, levanto la barbilla y mi pulso se dispara al darme cuenta de que algo me observa desde fondo de la habitación.

La ventana del escaparate 

la nación de las bestiasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora