Meredith Swan, la joven hija del gobernador de Port Royal, siente una atracción incontrolable por el mar y sus misterios.
Tras un ataque pirata a su querido hogar y el secuestro de su hermana, Meredith deberá embarcarse en la aventura que cambiará...
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1700, Costa del Caribe
Dos jóvenes hermanas, de 11 y 12 años, observaban curiosas el océano ante ellas desde la cubierta de aquel barco inglés.
La mayor de ellas, una niña de cabello castaño y reflejos dorados, retorcía nerviosamente la tela de su vestido celeste mientras susurraba una canción.
A su lado, una jovencita esta vez de cabellos más oscuros y vestido porcelana, miraba atenta al frente con la esperanza de encontrar algo que hiciera que su viaje fuera algo menos aburrido mientras escuchaba a su hermana cantar.
La niebla amenazaba con cubrir el navío al completo. Los rayos de sol apenas brillaban, haciendo que la menor de las hermanas se preguntara si en algún momento habían llegado ha abandonar el clima lluvioso de Londres por el soleado del Caribe.
-¡Silencio pequeña! Hay piratas por estas aguas, no querréis que nos ataquen.
Aquel marinero volteó bruscamente a la niña, provocando que las dos lo miraron sin saber que decir.
- Señor Gibbs, déjelas - la imponente voz del teniente Norrington llegó a sus oídos.
- Cantaba una canción de piratas señor, es de mala suerte cantarlas, sobre todo bajo esta niebla de ultratumba - explicó el ahora nombrado señor Gibbs - Tenga en cuenta mis palabras.
- Las tendré, ahora, retírese - ordenó tranquilo con el gobernador a su lado.
- Yo creo que sería muy interesante conocer a un pirata - afirmó Elizabeth, consiguiendo un asentimiento por parte de su hermana.
- He leído cosas emocionantes sobre ellos - el teniente miró curioso y las regaló una sonrisa.
- Me temo que no es así, señoritas. La mayoría son criaturas viles y crueles. Cualquier hombre que navega bajo una bandera pirata o lleva una marca pirata obtiene lo que se merece. Una caída breve y una parada en seco - finalizó con una sonrisa.
Ambas, confundidas, dirigieron su mirada al señor Gibbs, el cual, agarró el trapo que reposaba enrollado en su cuello y tiro de él hacia atrás simulando un ahorcamiento mientras sacaba la lengua. Las dos hermanas le miraron con una pizca de temor.
- Teniente Norrington, agradezco su fervor- habló el gobernador - Pero me preocupa la influencia que pueda tener este tema en mis hijas.
- Por supuesto señor - dicho esto, se alejó dejando a la familia sola.
