Los mensajes oníricos de la mansión Lakewood

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El lugar estaba completamente oscuro. La silueta de un pasillo se dibujaba por delante. -Más cliché de una película barata de detectives, no puede ser esto- pensó Candy para sí.

Las paredes estaban decoradas con pinturas de escenas en la naturaleza. ¿Cómo rayos había llegado ella ahí? Lo último que recordaba era la estación de policía, y no había rastro de Terry o Stear por ningún lado: era ella contra cualquiera que quisiera sorprenderla.

Tras avanzar unos cuantos metros, distinguió la figura de una puerta con el contorno iluminado

-Bingo, te encontré.

Pero ¿a quién? Por alguna extraña razón, sabía quién estaba detrás de esa puerta. Se acercó, tomó la perilla, giró un poco y... estaba cerrado.

-¡¿Pero qué?! Soy yo, Candy, ábreme.

Parecía como si estuviera viendo una película de sí misma, tratando de entrar por aquella puerta y viviendo la escena al mismo tiempo.

Por dentro de la habitación, se escuchaban unos pasos que se acercaban a la puerta. Sabía que él le abriría en cualquier momento. Escuchó la cerradura dar de sí, Candy giró la perilla y...

-Candy, ¡Candy! Ya llegamos.

Un golpe en su bota la despertó de aquel extraño sueño. La realidad llegó de repente y se encontró a sí misma envuelta en una manta y en la parte trasera de una carreta. De repente, recordó que en su camino a la mansión de los Ardlay en Lakewood. Ella y Terry habían abordado el tren y, posteriormente, un hombre de apellido Pérez los había recogido en su carreta, todo como parte de las órdenes de la matriarca familiar.

-Muchas gracias, señor-dijo Terry, mientras Candy se desperezaba; al bajar de la carreta inspeccionó de a poco los alrededores.

El chofer los dejó en el portón de la mansión, lo que significaba que tenían que caminar un buen tramo hasta la entrada principal. Su visita era más que esperada, ya que no hubo más ceremonias ni contratiempos por parte del personal de servicio.

-¡Wow! El bosque es inmenso.

-Así es, Terry. Es un espacio demasiado grande y lleno de naturaleza.

Candy hacía notas mentales mientras trataba de grabar en su memoria las imágenes de su sueño. Había algo que la intrigaba y que reflexionaría por la noche. Sin embargo, era difícil concentrarse con tantos árboles, pájaros trinando y el sonido de un riachuelo a lo lejos; si había algo que Candy amaba, era la naturaleza y su paz, algo que la vida en la gran ciudad y como detective le estaba robando.

Trató de apartar las ganas de correr al árbol más cercano y trepar como cuando era una chiquilla; es su lugar, comenzó a prestar extra atención al camino. A lo lejos, se alcanzaba a ver otra mansión, claro que más pequeña que Lakewood, pero mansión a final de cuentas.

-¿Te imaginas lo que sería vivir en un lugar como este, Candy?

-Una huérfana como yo no podría imaginarlo, pero he sido amiga de quienes se criaron entre lujos.

-Es verdad, Stear es parte del clan Ardlay.

-Él y otros cuantos son ejemplo de que, ni el dinero, puede arrebatarte tus sueños.

Candy conocía aquel lugar, o al menos, así lo había hecho desde los recuerdos de Anthony.

"...Y justo a la izquierda, cerca de la entrada de la mansión, está el jardín de rosas que solía cultivar. Hasta el día de hoy, lo siguen atendiendo y continua hermoso. Me encantaría que algún día lo pudieras conocer...".

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⏰ Última actualización: Jun 20, 2023 ⏰

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Detective Candy Candy: la misteriosa desaparición de William A. ArdlayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora