Capítulo 3

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El regreso en el auto pudo librar parte de la tensión que volví a sentí minutos atrás. El estar concentrada en el camino, siendo una conductora relativamente novata, me distraía de la tentación que tenía de acompañante.

Era una locura. En un promedio de seis horas, sumando el reencuentro en la cafetería y la noche en el bar, romonté a la época donde mi pequeña Sakura de quince y dieciséis años compartía momentos de complicidad con él.

Cuando Syaoran se unió a mi grupo de amigos universitarios, él decidió dar a conocer nuestra afinidad con Tomoyo a través de anécdotas memorables, y mientras más recordábamos, el pecho se me comprimía un poco más. Era una sensación agridulce que de momento no sabía si quería revivir y que se sobrecargaba con ese acercamiento al final del karaoke.

«¿Qué pensará él de este inusual y extraño reencuentro?» pensé, desviando mis ojos hacia el costado.

Syaoran estaba sumido en un mutismo característico del bajón con la mirada fija en el camino. El aire fresco de la noche le habrá quitado el estupor del alcohol, y el mullido asiento de mi auto pudo darle el confort para serenarse y reacomodar sus ideas... o arrepentimientos.

Cuando me percaté del posible significado en el silencio envolvente, mis manos comenzaron a hormiguear y me volví a cuestionar por qué había decidido llevarlo a su casa luego de haber compartido esas miradas dubitativas y deseosas de concretar aquello que nos dejara sin habla con justa razón.

De seguro pensará que soy una hipócrita que creía haberlo superado, una loca histérica por haberlo atacado al primer encuentro y una bestia de metro sesenta a la que había domado con una canción... otra vez.

Fue el calor del momento. Solo eso. Lo mejor era olvidarme de ese hecho en particular.

—¡Pero qué fiaca tengo!

Su voz se equiparó a una sirena resonando en mi apabullada mente, lo que me llevó a pisar el freno del auto como si estuviera a punto de caer a un precipicio. Mis manos continuaron rígidas detrás del volante y mi corazón escaló hasta la garganta. ¡Gracias al cielo estábamos solos en ese camino!

Maldecí por haber reaccionado de forma tan estúpida. Liberé un gruñido y miré a mi costado. Syaoran estaba aferrado del pasamanos situado arriba de su ventanilla, duro como estatua y los ojos abiertos de par en par.

—Eh... ¿Qué pasó?, ¿se cruzó un fantasma por el camino?

—No, más bien la momia que tenía al lado despertó. ¿¡Cómo vas gritar de ese modo tan de repente!?

Mi mirada ceñuda quería echarle la culpa de lo ocurrido a él, y la suya desconcertada contraatacaba con un irrefutable argumento.

—Soy principiante. —Me defendí bufando.

—Okeeey... —Sus ojos rebuscaron a sus costados, se palpó los bolsillos y sacó una lapicera desde uno de los compartimientos ocultos de su campera—. ¿Tienes papel? —Mi ceja en alza se estiró hasta su máximo—. Para escribir mi testamento. Solo por si acaso.

Su sonrisa socarrona avivó la siempre presente llama de la venganza, impulsándome a develar la malicia en una mueca de labios, enardeciendo mi mirada y ramificándose con ímpetu por las extremidades de mi cuerpo.

Le daría buenos motivos para escribir su testamento.

Embrague a fondo, primera posición y rugido tras pisar el acelerador sin soltar el freno. Apenas le di tiempo a Syaoran de sujetarse nuevamente que el auto salió arando, liberando el humo característico por la fricción del caucho contra el asfalto.

Si bien me consideraba muy prudente al manejar, también me erizaba la sensación de adrenalina que generaba la succión de la velocidad. La carretera vacía me daba la oportunidad y la luna llena protagonizando la noche, fue el reflector perfecto para encuadrarnos.

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